Desvelamos 4 importantes secretos de la liebre ibérica

La liebre ibérica es una de las especies de caza menor más salvajes y atractivas para el cazador naturalista. Sensible a los cambios en su entorno como ninguna otra, su poca adaptabilidad la ha convertido en la que menos ha evolucionado en el último siglo; y mientras conejos, perdices o palomas llegan a convivir con cierta facilidad con el hombre, la liebre se mantiene alejada y alerta, confiando en su mimetismo y su velocidad.

La prueba de su silvestrismo la tenemos en las dificultades que encuentran los interesados en su cría en cautividad. Curiosamente es también sobre la que menos estudios científicos se han realizado.

Este artículo desvela algunos de sus secretos.

La liebre ibérica (Lepus granatensis) es la más pequeña de las tres especies de liebre presentes en nuestro país, junto a la europea (Lepus europaeus) y la de piornal (Lepus castroviejoi).

Junto a la perdiz roja y el conejo es una de las especies reinas de la caza menor, pero, sin duda, resulta paradójico que un animal con tanta tradición y peso en las actividades cinegéticas españolas no haya sido, hasta la fecha, objeto de un mayor número de estudios de campo en nuestro país.

Es la liebre, sin duda, la especie de la que menos estudios científicos disponemos relativos a su dinámica poblacional, comportamiento, organización social, alimentación y reproducción, por la poca atención que universidades y otros centros públicos de investigación le han dedicado.

 

Ciclo de vida de la liebre ibérica. Una gran desconocida

Basta con acudir a la escasa literatura científica disponible para percatarse de que lo que hoy conocemos de la liebre ibérica es una ínfima parte de lo que se conoce de su pariente europea, mucho más y mejor estudiada en los países de nuestro entorno.

Centraremos este artículo en dos de las particularidades que más llaman la atención al cazador:

  • Su comportamiento.
  • Su fisiología.

Y es que la liebre es una máquina perfecta para la carrera cuyo comportamiento apenas sí ha evolucionado con el paso de los años.

Es una especie que no se adapta a los cambios al mismo ritmo que otras:

  • Las torcaces y tórtolas turcas son nidificantes habituales en los parques y jardines de las ciudades.
  • Los jabalíes se alimentan en contenedores de basura de urbanizaciones cercanas a Madrid sin inmutarse de la presencia humana.
  • Los conejos viven en las medianas de casi todas las autovías y autopistas.
  • Incluso toda una manada de lobos hechos y derechos nos sorprendió recientemente sentada y tumbada en plena noche en una carretera zamorana haciendo parar a los coches.

Liebre-tiposTampoco se adapta a las tareas agrícolas intensivas ya que sigue pereciendo bajo cultivadores y cosechadoras, ni a la introducción de nuevos cultivos de regadío.

Al contrario que el conejo con la mixomatosis, por ejemplo, tampoco supera las terribles enfermedades que cíclicamente diezman sus poblaciones, como la tularemia.

Tampoco aprovecha su poderoso sentido de la vista, su fino oído y extraordinario olfato para huir rápidamente de sus predadores y del cazador a la mínima detección de su presencia.

No. La liebre actual, al igual que sus congéneres de hace siglos, sigue confiando su supervivencia únicamente a su mimetismo y velocidad. Nada más.

Por desgracia, también es sobresaliente su nula adaptación a la cría en cautividad que tanto éxito ha tenido en la perdiz roja o el conejo.

Con excepciones, la mayoría de los intentos por realizar una cría reglada en condiciones semiintensivas han fracasado.

Tan solo algunos cercones en condiciones extensivas y con un mínimo manejo consiguen a duras penas obtener algunos cotizadísimos ejemplares que llegan a vender por un precio equivalente al de 50 perdices.

En definitiva, estamos ante una especie fisiológicamente privilegiada para la vida en el campo, que vaya usted a saber por qué confía su supervivencia en su capacidad atlética y en no ser vista.

Para nuestra desgracia, se equivoca. Se equivoca porque solamente basta con hablar con algún galguero o echar un vistazo a las tablas de caza para darte cuenta de las exiguas capturas que se producen año sí, año también.

Desde hace ya varios lustros es innegable que se encuentra en una tendencia claramente regresiva a la que no se le ve fin; y, lo que es más grave, tampoco disponemos de unas bases científico-técnicas sólidas sobre las que sustentar unas medidas eficaces de gestión que apoyen la recuperación de sus poblaciones.

Sería deseable que los datos de capturas de la especie estuviesen actualizados, ya que sin estadísticas y números no podemos saber dónde se falla; también un mayor seguimiento de los planes técnicos de caza de los cotos, un mayor apoyo a la investigación científica sobre la especie y que las Administraciones públicas velaran por su conservación adecuando la normativa cinegética a sus particularidades etológicas y aplicando medidas agroambientales que favoreciesen su cría y alimentación.

COMPORTAMIENTO DIURNO DE LA LIEBRE 

Pero hasta que todo eso llegue, debemos hacer el cesto con el mimbre que tenemos, que no es otro que una especie que descansa, duerme y da a luz en una ‘cama’ que ella misma realiza con sus patas excavando la tierra o simplemente adaptando sus posaderas a un saliente del terreno.

Solitarias exclusivamente durante el día, cuando están en celo y durante la noche, socializan con sus congéneres vecinos formando grupos para alimentarse.

Al alba regresan a sus encames donde permanecen inmóviles hasta que vuelva a anochecer. La ‘cama’ puede ser una importante oquedad o una simple raspadura en el suelo.

Tiene forma alargada y una zona más profunda que la otra. Las dimensiones son muy variables, dependiendo de factores como el tipo de terreno, la vegetación y las veces que ha sido utilizada.

No se ha estudiado a fondo la existencia de jerarquías sociales en la especie, pero sí se sabe que repite camas y tiene comportamientos que pudiera guardar relación con ello. Así, en un estudio realizado en un coto zamorano se visitaron dos veces por semana durante los meses invernales encames antiguos en los que se observaron heces en su interior.

En cada visita las heces eran retiradas y en la siguiente visita se volvían a observar, ¿por qué?, ¿era el mismo animal siempre o diferentes?, ¿era un aviso de estar en celo? No lo sabemos, pero quizás este comportamiento guarde relación con el establecimiento de jerarquías entre congéneres vecinos o la marcación del territorio.

Si la noche es un vertiginoso vaivén de liebres por nuestros campos, el día, salvo en verano, es todo lo contrario. Su timidez para abandonar los encames raya lo patológico.

El mimetismo del que presumen las liebres es su principal recurso para defenderse de sus depredadores naturales, en especial de las grandes aves de presa, y de perros y cazadores.

La liebre se sitúa en estas camas reculando y coloca sus cuartos traseros en la parte más profunda, lo que le permite catapultarse para iniciar más rápidamente la huida en caso de ser descubierta.

encame-liebre

La ‘cama’ es algo más profunda en la parte de atrás, lo que ayuda a la liebre a arrancar con rapidez y mantiene su cabeza más alta para vigilar. La cabeza suele estar de cara al viento.

Además, esta posición tiene la ventaja de que la cabeza queda situada más alta que el resto del cuerpo y orientada hacia el exterior, por lo que puede obtener una mejor percepción de sus sentidos con el fin de localizar a sus enemigos antes de que estos la encuentren a ella.

La ubicación de los encames depende de muchos factores, pero fundamentalmente de las condiciones climatológicas (lluvia, heladas, dirección del viento, etc.) y las posibilidades que ofrece el hábitat en el que viven.

Se cree que las liebres seleccionan lugares de descanso que brinden refugio, para protegerse de depredadores y condiciones climáticas desfavorables.

Estudios realizados con liebres europeas concluyen que la vegetación encontrada en los lugares de descanso es superior a 30 cm, es decir, más alta que la altura aproximada de una liebre. Y esta preferencia la muestran durante todo el año.

Todos los hábitats que ofrezcan esa cobertura vegetal pueden ser utilizados como lugares de descanso diurno, mientras que los campos abiertos con poca o ninguna vegetación generalmente siempre son evitados como sitios de descanso.

Quizás la evidente pérdida de cobertura provocada por las concentraciones parcelarias y la consiguiente intensificación de la agricultura  haya  reducido la disponibilidad de lugares de descanso para la liebre y, muy probablemente, ha contribuido a la disminución de la población en paisajes intensamente utilizados.

Estudios realizados con ejemplares autóctonos radiomarcados encontraron que las liebres ibéricas, en un entorno cerealista de secano, variaban su selección de hábitat a lo largo del año, mostrando preferencia por los terrenos reforestados y pequeñas manchas de matorral mediterráneo cuando están cerca de sus áreas de alimentación nocturna.

Por tanto, lo que reflejan estos estudios es la tremenda importancia que tiene mantener la heterogeneidad del paisaje agrícola para favorecer el asentamiento de las liebres, y cómo el manejo de la tierra debe enfocarse hacia proporcionar una suficiente cobertura vegetal durante todo el año, algo que no parecía tan evidente como para otras especies ligadas al entorno cerealista, como la perdiz.

COMPORTAMIENTO NOCTURNO DE LA LIEBRE

El conocimiento de su patrón de actividad locomotora nocturna es escaso, por no decir nulo. En su pariente la liebre europea se conoce que los machos son más activos que las hembras, mostrando una actividad locomotora constante durante toda la noche.

En cambio, las hembras parece que muestran dos picos de actividad durante la noche con una parada en medio. Si la puesta del sol o su salida son más tempranas, los picos máximos de actividad de las liebres se producen justo después del atardecer o del amanecer.

Por otro lado, durante el verano, cuando las noches son probablemente demasiado cortas para que las liebres se alimenten lo suficiente y cubran sus necesidades energéticas, los animales muestran regularmente picos de actividad a plena luz del día.

Los vientos fuertes y los períodos de mayor luz de la luna en zonas de vegetación escasa restringen sus movimientos nocturnos y el uso de áreas abiertas para evitar ser detectados por los predadores. Por ello, debemos evitar la realización de censos en nuestro coto en noches de viento fuerte y luna llena, pues el resultado que nos pudieran proporcionar sería poco fiable.

Durante la actividad nocturna la vida en grupo es una forma de vigilancia antipredadora. Las liebres que pastan solas tienen más secuencias de vigilancia que las que lo hacen en compañía, algo que también sucede dentro de los grupos después de la recogida de las cosechas, debido a la reducción de la cobertura vegetal.

El comportamiento durante el tiempo que están pastando y la frecuencia de formación de grupos dependen del tipo de hábitat y de la edad de los individuos: los jóvenes forman grupos más frecuentemente que los adultos en los hábitats que les resultan óptimos, independientemente de la cobertura, puesto que la sociabilidad aumenta la eficiencia alimentaria y reduce el riesgo de predación, además de ser la agregación una consecuencia lógica en las parcelas de mejor calidad. Los adultos forman grupos solo en pastos y cultivos de bajo porte, y se alimentan en solitario en cultivos de porte alto.

LA TERRITORIALIDAD

El área de campeo es el espacio mínimo que necesita una liebre para desarrollar sus actividades vitales, así como los desplazamientos que realiza una vez que ocupa un territorio.

Existen datos procedentes de estudios de radioseguimiento realizados con ejemplares silvestres capturados en el Parque Nacional de Doñana y una zona cerealista de Valladolid, que sitúan en torno a 30-40 hectáreas la extensión de dicho espacio vital, siempre superior en los machos.

El mayor tamaño del área de campeo de los machos se explica por el grado de competencia que presentan con otros machos, aumentando principalmente en la época de celo, en la que las distancias recorridas se ven incrementadas y con ello el tamaño de su área de campeo.

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Mapa de distribución de la liebre ibérica

El menor tamaño del área de campeo de las hembras adultas podría inducir a pensar que estas se encuentren en época de cría y por consiguiente tengan que amamantar a sus crías no alejándose demasiado de ellas y manteniéndose en una escasa porción de terreno.

También sería una posibilidad el hecho de que, si la hembra tiene sus necesidades vitales cubiertas (alimentación y refugio), no se desplace excesivamente de un área que ya conoce perfectamente  y al que que acudirán los machos cuando aquella se encontrase en celo, no teniendo la hembra que recorrer largas distancias salvo en el caso de que escasee el alimento.

Por edades, las mayores áreas de campeo corresponden a los adultos. Cabría pensar que los jóvenes todavía no cuentan con el grado de experiencia necesario para aventurarse en nuevos territorios y evitar los peligros que ello supone, reduciendo así su área de movimiento a la zona circundante a la que nacieron, desde la cual, poco a poco, se irán dispersando por áreas próximas y colonizando nuevos territorios.

Por el contrario, en liebres traslocadas entre cotos, o dentro del mismo a un paraje distinto, estos valores siempre superan con facilidad las 100 hectáreas y llegan incluso hasta las 300 ha. Esto mismo sucede con las liebres de granja.

Cuando su hábitat es óptimo, las liebres se desplazan muy poco, excepto los machos, claro, que siempre se desplazan más por la competencia existente con otros machos para cubrir al mayor número de hembras posible durante el celo.

LA FISIOLOGÍA PARA CORRER DE LA LIEBRE

En el caso de que una liebre se sienta descubierta o amenazada en su encame, lo abandona, aprovechando para ello su extraordinaria velocidad.

En los Juegos Olímpicos los atletas demuestran un alto rendimiento, para el que han estado entrenándose durante años. En la vida silvestre la liebre no compite por medallas, pero rompe récords a diario para sobrevivir.

Y es que la liebre corre los 100 metros en 5 segundos, aproximadamente, el doble de rápido que Usain Bolt, el recordman actual de la distancia con 9,58 segundos. La liebre puede llegar a superar en plena carrera los 60 km/hora, desarrollando una velocidad superior a la de los galgos, su principal competidor.

La liebre tiene un corazón fisiológicamente hipertrofiado y una potente musculatura que entrena a diario. Si a eso, además, le añades unas ruedas finas, fuertes y extremadamente elásticas, consigues un Ferrari adaptado a correr entre terrones.

Cuando salta de la cama, la liebre pone a funcionar al unísono y a pleno rendimiento su corazón, musculatura y sangre (aumento del hematocrito, hematíes) en una sinfonía perfectamente engrasada.

Como ya hemos repetido, no se disponen de datos para la liebre ibérica, pero en la europea se conoce que su frecuencia cardíaca oscila entre 100 y 178 latidos/min en reposo y con el animal anestesiado. Se conoce también que posee una hipertrofia fisiológica del miocardio, sin que ello implique un aumento del tamaño de las cavidades cardíacas. En las liebres el espesor relativo de la pared cardíaca es el triple que en los humanos.

Estos resultados son fruto de la adaptación del miocardio de la liebre a su modo de vida habitual, pero si los hallásemos en los humanos serían compatibles con un síndrome, el «síndrome de corazón de atleta», que se origina en deportistas de élite tras años y años de duro entrenamiento.

Por otro lado, su musculatura esquelética es la más idónea para el tipo de esfuerzo que se le exige. En los mamíferos hay tres tipos de fibras musculares: I, IIa y IIb.

Su predominio en nuestros músculos está condicionado por numerosos factores que van desde la genética hasta la alimentación, pasando por el tipo de entrenamiento al que nos sometamos.

– Las fibras tipo I predominan en los atletas de maratón;

– las IIb en esprínter, como Usain Bolt;

– Y las IIa en atletas de distancias intermedias, como los corredores de 1500 metros.

liebre-corriendo

¿Cuáles predominan en nuestra liebre? Sí, en efecto, las predominantes son las fibras de tipo IIa, fibras de contracción rápida y desarrollo de fuerza que tienen como particularidad el hecho de poseer una alta cantidad de mitocondrias, lo que les permite producir energía también de la grasa por medio del sistema oxidativo (además del glucógeno muscular por el sistema glucolítico propio de las fibras tipo II).

Este hecho confiere a la liebre la capacidad para utilizar la grasa de su musculatura cuando el glucógeno de los primeros segundos de carrera se ha agotado. Pero, claro, ello no sería posible si no hubiese grasa en los músculos. Y la hay, vaya que sí la hay.

Recientemente, un equipo de la Universidad de Viena, que analizó el contenido en ácidos grasos poliinsaturados de los músculos de la pariente europea de nuestra liebre ibérica, realizó un sorprendente hallazgo: los fosfolípidos de músculos esqueléticos y del corazón tenían un 66,8 % y 65,7 % de ácidos grasos poliinsaturados (PUFAs), respectivamente.

Esta es la proporción más alta de PUFAs jamás observada en cualquier tejido de mamífero. Además, el contenido de PUFAs en los músculos esqueléticos fue 2,3 % mayor en invierno que en verano, lo cual puede ser reflejo de los necesarios ajustes de termorregulación para adaptarse al frío invernal.

Los ácidos grasos poliinsaturados son un componente importante de la dieta de los mamíferos porque no podemos sintetizarlos y estamos obligados a ingerirlos.

Son los clásicos ácidos con que a diario nos bombardea la televisión que tomemos para bajar nuestro colesterol porque tienen efectos beneficiosos para ciertos aspectos de la salud humana como la función cardiovascular.

Pero además de para eso, recientes estudios sugieren que también intervienen decisivamente en el mantenimiento y mejora de nuestra función muscular y que a mayor contenido de ácidos omega 6 en el músculo, mayor velocidad desarrollaremos en carrera.

Pero… ¿y de dónde los saca? Como ya hemos dicho, las liebres están obligadas a ingerir esos ácidos grasos para garantizar su termorregulación y velocidad de huida durante el invierno, en plena temporada cinegética.

Pues bien, recientemente estudios llevados a cabo en Alemania han descubierto que las liebres europeas seleccionaban las plantas de su dieta por su alto contenido energético (grasa y proteína) y evitaban la fibra (cereales).

Así, la ingestión de malas hierbas, como el diente de león o achicoria amarga y el trébol blanco, y oleaginosas como la colza y el girasol, que contienen proporciones muy altas de estos ácidos grasos y son muy del gusto de las liebres, serían el origen del gasoil que necesita nuestra liebre para alcanzar la velocidad de crucero que le permita sobrevivir a la persecución del galgo.

En este punto, vuelve a ponerse de manifiesto la importancia de mantener la heterogeneidad del hábitat con una gran diversidad de cultivos y zonas no labradas como medida que puede ayudar a frenar el declive de nuestras liebres.

En definitiva, puede que nos encontremos ante el atleta perfecto del mundo animal, solo superado en velocidad por el guepardo africano.

Gracias a estas tímidas rabonas ibéricas, que se crían en los sembrados, barbechos y eriales de los correderos castellanos, extremeños y andaluces,  año tras año asistimos a carreras realmente bellas y espectaculares entre atléticos canes y el más pequeño animal que se encuentra en el top ten de los 10 animales más rápidos del planeta.

Daniel Bartolomé Rodríguez

Dr. Veterinario y gestor cinegético

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