La perdiz roja La reina de las Islas Canarias
La perdiz roja La reina de las Islas Canarias
Descripción
La perdiz roja fue nombrada y descrita como Alectoris rufa por el científico, naturalista, botánico y zoólogo sueco Carlos Linneo en 1758. Linneo se fijó en el fuerte color rojo sangre del cerco de sus ojos y de sus patas y pico para bautizarla como rufa, derivado del latín rufus y que significa: aquella que tiene pelo rojo.
Como todo el género Alectoris, la perdiz roja es un ave galliforme de la familia de los Faisánidos (Phasianidae).
Su pinturero plumaje viste un cuerpo robusto y rechoncho, siendo el fiel espejo del ambiente sacrificado y austero de nuestros campos mediterráneos. Se cubre desde la cabeza a la cola con una capa parda rojiza del color de la tierra mojada que deja al descubierto un collar negro punteado, haciéndose más intenso debajo de su blanca garganta y que se pierde salpicado por su pechuga, azul grisácea como una nublada tarde de otoño. Desde la parte inferior de la pechuga hasta la corta cola, pasando por entre las patas, luce un plumaje de marcado color ocre tostado, como si las espigas secas de los campos dorados de cereal pintasen sus bajos al aterrizar su estrepitoso y sonoro revuelo. En reposo o a peón, se aprecia en sus costados un dibujo atigrado de tonos castaños, blancos, azulados y negros. Una sola de estas plumas sobra para delatar e identificar a nuestra patirroja. En la cabeza luce un antifaz negro que nace en la comisura del pico y se funde con su collar, definiendo una bien contorneada garganta blanca. Destaca sobre los ojos y hasta la nuca, bordeando el pico, una expresiva franja blanca que hace contraste con su negro antifaz y se pierde fundiéndose con el marrón grisáceo de su capirote. El pico, corto y contundente, así como las patas y los párpados, lucen un llamativo rojo púrpura que le da sentido a su nombre, rufa.
El macho se diferencia ligeramente de la hembra por su mayor tamaño y cabeza prominente. En las patas aparece un espolón que crece y se encalla con la edad. Las hembras viejas también pueden presentar este espolón, conocidas por ello como “machorras”. Además, cuando están en plena jácara se les eriza las plumas cobrizas de la cabeza y nuca, adquiriendo mayor volumen y vigorosidad. Si nos fijamos en el cante, sólo el macho piñonea, llamada típica de pelea entre perdigones. También lo podemos distinguir rápidamente de la perdiz al alzar el vuelo, pues siempre el posesivo macho esperará a que su compañera levante el vuelo para seguirla y así poder controlarla desde atrás.
Reproducción
El verdadero celo de la patirroja comienza con la entrada de la primavera, salvo en zonas más calientes donde puede adelantarse algo. Por esta época, las parejas tienen ya establecido su territorio y desaparece la violenta competencia por la hembra, teniendo entonces lugar la cópula.
Podemos distinguir entonces entre dos fases: el precelo, y el celo. En el precelo, que va desde mediados de enero hasta marzo, los machos se disputan en importantes y espectaculares peleas a la hembra. El celo sucede al pre-celo y en esta fase desaparecen las disputas entre machos; el macho, sin rival, cubre a su hembra.
A las puertas de mayo construyen el nido, en el suelo entre algún matorral limpio, al pie de alguna carrasca, en lo sucio de un barbecho o al abrigo de la siembra, allá donde encuentren cobijo y refugio.
Macho y hembra cuidarán de su pollada, que rondará los doce o dieciocho huevos, alternándose para comer sin que la puesta se quede solitaria e indefensa durante los veintitrés días de incubación. Este número tan elevado de huevos es una estrategia clara de supervivencia que responde a la frágil vulnerabilidad de la puesta, conocida como estrategia “r”. La perdiz roja es una de las especies con mayor número de depredadores, por lo que en aquellas zonas donde los daños por depredadores sean muy acusados es muy común que se produzca una segunda puesta, de menor tamaño que la primera. Lo apreciaremos si vemos pollos con pocos días tras la madre en pleno julio. Esto será el mejor indicador para comprobar si estamos pasados de zorros, urracas, meloncillos, turones y un largo etcétera. Debemos tener en cuenta también las inclemencias del tiempo, pues las tormentas pueden atronar y mandar al traste los huevos, o un aguacero puede acabar con toda la pollada, lo que también provocará una segunda puesta. En agosto valoraremos el éxito de la pollada. Si vemos bandadas de 8 pollos volando tras la madre podremos darnos por satisfechos. Será un buen año de perdices.
Resulta increíble cómo un animal, un ave tan pequeña, vulnerable y femenina, pueda expresar un coraje indómito al defender su camada de los depredadores, tanto animales como humanos. Quizá por ello los machos se vean favorecidos en el equilibrio de sexos, apreciándose estos datos en los resultados de las cacerías donde puede observarse ligeramente mayor número de machos que de hembras.
Evolución de la pollada y el bando
La camada es nidífuga, no les queda otra al estar su nido en el suelo. Nacen en verano y por este motivo, su primer plumaje es de color pardo con rayas tostadas, como un rayón y parecido al de la codorniz, para así pasar desapercibidos camuflándose entre el pasto seco y la tierra. En caso de amenaza se aplastan y se mimetizan con el entorno. A medida que se acerca el otoño van cambiando su plumaje, pasando por una fase en la que ya son casi iguales a sus padres, conocidos así como “igualones”. Con tres meses y medio de vida toman las patas y pico su coloración roja característica y adquieren el plumaje de adulto. Delatan su juventud una mancha blanca en la punta más externa de cada ala, conservándola hasta el próximo año. Llegado el otoño las polladas se unen, aumentando el tamaño de la bandada de cara al invierno. Esto también nos cantará el estado del coto. La tendencia a formar grandes bando es una respuesta a la falta de alimento en la finca. Lo ideal es observar varios bandos de unas diez perdices y no un par de bandadas de veinte. Esto nos indicará que las necesidades alimenticias de las perdices están bien cubiertas.
Alimentación
Las perdices se alimentan principalmente de semillas y granos, los de trigo, avena o cebada les encantan. También forma parte esencial de su alimentación los tallos verdes y hojas de leguminosas como la alfalfa, o de lechuguinos y cerrajas entre otros, además de distintos frutos. No les hacen ascos a cualquier jugoso insecto, larva, lombriz o molusco que se les pongan por delante. Durante la primera semana, crítica y determinante para la proliferación de la bandada, los poyos basan su alimentación en estos proteicos insectos.
Curiosidades
Una actividad fundamental para la patirroja son los baños de tierra y polvo. Les sirve para desparasitarse y les ayuda en el despeluche, fase muy delicada. Además, estos baños de tierra condicionan el celo, perdiéndolo si toman mucha tierra a causa de la falta de lluvia a finales del invierno, o atrasándolo si esta estación viene seca.
El estrepitoso y sonoro vuelo de la perdiz nos pone el corazón al 100% cada vez que nos sorprende en el campo, de caza o de paseo, arrancándonos inconscientemente el gesto de encararnos la escopeta. De manera impulsiva nos llevamos la mano a la mejilla y le corremos la mano. El alarmante redoble de sus alas y su “pichó, pichó, pichó” las hacen inconfundibles y puede deberse a la necesidad del bando de alertarse entre sus miembros ante cualquier amenaza.
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