No existe otro representante de su especie en todo el mundo, un desamparo familiar que el ser humano comparte con él; y todos los “subproductos” domésticos que podamos encontrar por ahí derivan de este conejo salvaje peninsular, así que podemos decir que junto a la fregona o el chupachús es otra de las aportaciones de nuestra nación a la humanidad.
El popio nombre de España, Hispania para los romanos, deriva del vocablo “saphan”, lo que significa “damán”; y “I-Saphan-im”, “costa de damanes”, que, a falta de otro bicho más parecido, fue el nombre que los fenicios aplicaron a los conejos. Algo similar a lo que debió pasar con los gansos de Magallanes en Sudamérica, a los que los conquistadores españoles llamaron “avutardas”.
Su importancia económica es mucha y, si bién es verdad que aquí no hay tradición en la cría del conejo doméstico, en el resto del mundo tiene un mercado importante gracias a su carne blanca, sabrosa y nutritiva, y sobre todo a su fácil y rentable reproducción. Seguramente sea esta la característica más propia de este lagomorfo, su fertilidad, una forma exponencial de reproducirse que hace que sea capaz de sobrevivir a decenas de especies de predadores y a otras amenazas, como las enfermedades que le afectan. Una estrategia de perpetuación de sus genes que, por el momento, le ha dado buen resultado y que de haber adoptado otra seguramente ahora no existiría.
A pesar de todo, el conejo no está pasando tampoco su mejor momento: la mixomatosis y la NHV en sus distintas cepas han llevado sus poblaciones en muchas zonas a una situación critica. Estas son enfermedades que no tienen tratamiento; además, sus vacunas, aunque las hay, se tienen que administrar individualmente, lo que es difícil en poblaciones salvajes, y esto, unido al hecho de no inmunizar a largo plazo y no transmitirse de padres a hijos ni entre individuos, hace que por el momento sea mejor confiar en que ellos se autoinmunicen de forma natural.
Una coneja puede ser fértil a los cinco o seis meses de edad y un macho antes, y después de un ciclo de gestación de aproximadamente un mes puede volver a quedar preñada en pocos días y criar seis o más camadas de cinco o más gazapos al año, así que si tienen una calculadora a mano, echen cuentas y verán que las cifras de descendientes posibles son más propias de una fábrica japonesa que de un mamífero.
Todo esto hace que su ciclo anual sea único y muy variable dependiendo del individuo, del clima y, por consiguiente, del alimento. Plasmar, por tanto, un ciclo general se hace más difícil, si cabe, que en otras especies.
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