La eficacia de un proyectil moderno no depende exclusivamente ni de su calibre ni de la velocidad con la que llega al blanco. Para que sea capaz de abatir limpiamente una pieza de caza mayor es preciso que además posea un diseño adecuado que le permita transferir a la pieza gran parte de la energía cinética que lleva en el momento del impacto. Este artículo trata sobre los principales tipos de balas de caza con núcleo de plomo y los factores que determinan la expansión y transferencia de energía.
En tiempos de la pólvora negra las armas disparaban proyectiles de plomo y su mayor o menor eficacia sí dependía casi exclusivamente de su calibre, pero hoy no es así debido a que utilizamos cartuchos muy rápidos cargados con pólvora sin humo y una gran variedad de tipos de balas semiblindadas cuya forma de expandir no solo es diferente a como lo hacían las de plomo sino que se puede, dentro de ciertos límites, controlar modificando su estructura para que sean más o menos expansivas.
Esto no significa, desde luego, que las leyes de la física (de la balística de efectos) hayan cambiado desde que a finales del siglo XIX aparecieron las primeras armas de pólvora sin humo y comenzaron a dejar de utilizarse las de pólvora negra. Por supuesto que no.
El principio en el que se basa la capacidad para matar que tiene un arma de fuego siempre ha sido el mismo: conseguir que, cuando choque la bala con un ser vivo, ceda gran parte de la energía que lleva y le ocasione heridas letales.
Lo que sucede es que la pólvora negra, a diferencia de la que utilizamos hoy, no permitía conseguir velocidades tan altas como las actuales y, como la energía cinética depende en gran medida de la velocidad (Ec=1/2 Masa x Velocidad al cuadrado) y ésta era muy moderada, la mejor forma de conseguir que el disparo, a una determinada distancia, fuera más potente (que alcanzara el blanco con mayor energía cinética) era utilizando otro rifle de calibre más grande con lo que se obtenían dos ventajas balísticas:
1. Que el proyectil pesara más y por tanto llegara al blanco con mayor energía cinética.
2. Que presentara un mayor frente de choque, al ser de mayor diámetro, y por tanto aumentara el poder de detención.
Por esta razón, la mayoría de los fusiles militares y rifles deportivos de caza mayor de fuego central, que se utilizaban pocos años antes de sintetizarse la pólvora sin humo, disparaban proyectiles de punta plana o redondeada de calibres descomunales comparados con los que utilizamos hoy (11 o más milímetros en la mayoría de los casos) y cartuchos con vainas de gran volumen, capaces de albergar pesadas cargas de pólvora negra.
Casi todos los cartuchos más potentes (más del 90 %) desarrollaban velocidades muy similares comprendidas entre 1300 y 1400 pies por segundo (entre unos 400 y 440 metros por segundo), que tan solo lograban superar contados cartuchos africanos y deportivos para ‘larga’ distancia que se fabricaban con vainas de alta capacidad tan grandes que podían cargar más de 100 grains de pólvora negra.
Por ejemplo, el .40-110 Winchester Express (para armas monotiro) o el africano .500/450 Magnum Black Powder Express, pese a cargar 110 y 140 grains de pólvora negra, respectivamente, no superaban los 1875 pies/segundo (571 m/s).
Esta escasa velocidad no favorecía la deformación de los proyectiles, sobre todo si eran armas de potencia moderada. Por esta razón, las balas de punta plana, aunque se empleaban en todo tipo de municiones, eran especialmente útiles para fabricar cartuchos que desarrollaban velocidades moderadas porque, debido al mayor frente de choke que presentan los proyectiles, cedían más energía que las redondeadas. Es decir, incrementaban el poder de detención.
LA PÓLVORA SIN HUMO CAMBIA LA BALÍSTICA
Todos los cartuchos de pólvora negra para armas de retrocarga tenían en común que disparaban balas de plomo que, en el caso de las más largas y pesadas, se ajustaban a la vaina con un cierre o calepino de papel .
La mayoría eran de punta roma o totalmente chata para que al impactar se aplastaran y frenaran más rápidamente en el cuerpo y aumentara la cesión de energía y, por tanto, su eficacia, que era asombrosamente alta porque el peso de las balas y su calibre se calculaba muy bien para el uso que se le iba a dar al arma.
Sin embargo, todo cambia cuando se crean las primeras pólvoras sin humo porque permiten diseñar cartuchos de menor calibre que son más rápidos y ya no pueden cargarse con proyectiles de plomo.
BALAS BLINDADAS
Efectivamente, debido a la alta velocidad que conseguían los nuevos cartuchos, muy superior a la de los utilizados hasta entonces, el plomo literalmente se derretía por fricción al pasar por el cañón, anegaba las estrías y dejaba inservibles las armas.
Se ensayaron todo tipo de soluciones y, al final, se optó por utilizar balas hechas con un núcleo de plomo (que proporciona el peso necesario) recubierto por una envuelta metálica que es la que roza con el rayado, solución que no solo evitaba que se emplomara el cañón sino que también mejoraba la penetración de las antiguas balas de plomo aunque, eso sí, a costa de perder poder de parada porque la envuelta endurecía el proyectil y se deformaba muy poco, incluso a corta distancia.
Este tipo de proyectiles se conoce con el nombre de balas blindadas y son los que se utilizan desde entonces para usos militares.
Cinegéticamente, sin embargo, su uso ha sido y es muy limitado: básicamente, para cazar especies que, por el valor de su piel o cualquier otra causa, no se desea que queden destrozadas, así como en las piezas más grandes y resistentes, como el elefante, en las que se necesita que el proyectil tenga una gran penetración.
No obstante, para este último uso se blindaban aún más reforzándolas con una envuelta de acero que rodeaba al núcleo y más tarde se utilizaron balas macizas sin núcleo de plomo (que no tratamos en este artículo), que no se deben confundir con las blindadas.