Hoy quiero decirte… que el día que abandones el jaulero, pues llegue la hora de que las fuerzas te abandonen, tu voz de reclamo se debilite, tus recursos sonoros para atraer el campo se vean ya limitados por la edad y tu vida finalice… el resto de reclamos que forman mi jaulero, se acordarán mucho de ti.
Pero, sin duda alguna, quien más añorará tu presencia seré yo, pues sabes que ocupas el lugar preferente que solo tienen aquellos reclamos superiores que nos maravillan con su magistral trabajo en el campo, enseñando a sus dueños cómo caza la perdiz a la perdiz.
Cuando llego al jaulero, con la sayuela en la mano, y me quedo un rato comprobando que todo está en perfectas condiciones, sé que si pudieras hablar me insistirías para que tú fueras hoy el elegido para ir al campo para disfrutar en el puesto de esta tarde…, pero tienes que saber que hay que darles oportunidades a todos los reclamos que, aunque no son de tu categoría, también se lo merecen.
Posiblemente te hubiera gustado que narrara, con todo lujo de detalles, tus maravillosos puestos, pero sabes que, como afortunado testigo de los lances que vivimos, los guardo celosamente en mi memoria perdigonera. No los hago público por egoísmo, tampoco porque no quiera presumir de tus trabajos excepcionales, ni siquiera por otros motivos similares. Debes de saber que esa complicidad y sintonía que mantenemos, que hace que nos entendamos con solo mirarnos, es muy necesaria en esta modalidad de caza.
Debes de saber también que el cuquillero ha de huir de alardeos innecesarios, de inflar su ego con narraciones de puestos que, en algunos casos, no se ajustan a la realidad ni corresponden al pie de la letra a lo que realmente se ha vivido en aquellos lances… por el solo hecho de presumir de algo, que muchas veces no se ha tenido la suerte de experimentar.
Durante tus primeros años de reclamo ya me regalabas detalles de pájaro puntero. En algunos puestos te superaban tus impulsos juveniles, aunque es cierto que, pasado cierto tiempo, serenabas tu trabajo y realizabas un despliegue de recursos sonoros, de una forma tan magistral que hacían que me quedara dentro del puesto como hipnotizado, absorto y maravillado. Desde el principio tus trabajos parecían el de un reclamo maestro, veterano y ya consagrado.
En otras ocasiones, tu afán por quedar encima de aquellos machos camperos con menor ímpetu guerrero, hacía posible el inicio del acobardamiento, pero en cuanto el campo empezaba a mostrar
síntomas de retirada abandonabas tu soberbia y tu superioridad, para enfrascarte en recursos sonoros de alta escuela.
Ello hacía posible la entrada en plaza no solo de aquella hembra viuda y resabiada, sino también de aquel otro macho, remolón y con escasos bríos, que quiso cumplir delante de su hembra al emitir sonidos de alerta para evitar, de esta forma, el enfrentamiento directo contigo… y así huir de la contienda.
Al principio no llevabas muy bien que dejara marchar, sin tirar, a la perdiz que entraba en la plaza de curioseo, chupada, lisa, aunque, pasados algunos puestos, te acostumbraste a mi forma de actuar. No te quedó más remedio que aceptar lo inevitable.
…que intento ocultar, ante los demás reclamos del jaulero, mis preferencias hacia la labor que desarrollas en el campo, pero sabes que debo dar el mismo trato, igual mimo e idéntica atención a todos ellos.
Tampoco debo ocultarte los tristes pensamientos que me asaltan cuando veo que ya caminas hacia la inevitable vejez. Esto supone que el tiempo transcurre demasiado deprisa y que muy pronto me veré pasando el amargo trance que me supondrá tu adiós definitivo…
Ello me produjo varias noches de insomnio, donde, a altas horas de la madrugada, me levantaba con la esperanza de ver tu mejoría, aunque, desgraciadamente, comprobaba como tus interminables deposiciones acuosas te tenían abatido y sin apetito alguno.
Pero el tratamiento médico empleado, además de tu fortaleza física, acabaron imponiéndose a la enfermedad. Progresivamente veía como, cada día, mejorabas tu salud y con ella yo recuperaba también la alegría, abandonando así la tristeza y la enorme pena que me habían ahogado al verte en ese estado.
…que la inquietud y la intranquilidad también hicieron acto de presencia cuando, ya adelantado en años, comprobaba que tus pelechos no eran completos, hecho que visualizaba cuando recortaba tu plumaje para, posteriormente, alojarte en la mejor jaula que dispongo.
Hemos llegado a conocernos bastante bien y sabes, por los gestos de mi cara, cuando salgo a recogerte si algún campero te dio la tarde o el puesto de la mañana, remoloneando alrededor del puesto, pero sin llegar dar la cara.
Cuando llegue ese momento procuraré refugiarme en tus recuerdos, repasando los extraordinarios puestos que me brindaste, tratando de apartar así la enorme pena y la gran añoranza que, irremediablemente, me traerán tu marcha definitiva…
Todavía te quedan, afortunadamente, algunos años como reclamo. ¡Qué pena que vuestra vida sea tan corta, pues, cuando queremos los cuquilleros darnos cuenta, nos avisáis de vuestras últimas actuaciones en el campo!
Me vistes sufrir delante de los terreros en aquel caluroso verano cuando una persistente diarrea te atacó, de tal forma, que no probabas los mejores alimentos que te ofrecía.
Del mismo modo, aquel poderoso macho que, reteniendo a su hembra bajo la protección que le aportaban las espesas matas existentes detrás del puesto, contestaba ya muy cercano… y cuando ya pensábamos que tu victoria se acercaba, pues creíamos inminente su valerosa entrada en plaza… nos percatamos de su vergonzosa retirada.
En pocos casos no conseguiste tu objetivo y ello a pesar del magistral trabajo desarrollado desde tu atalaya. Llegó un momento que tu madurez como reclamo impedía vislumbrar tu decepción, cuando comprobabas el resultado estéril de tu esfuerzo, sobre todo después de un despliegue sonoro de gran calidad. Aunque me imagino que interiormente estarías digiriendo tu escaso éxito con aquella perdiz fría, distante y apática.
Sabías recuperarte rápidamente de estos desengaños, pues jamás mostraste, en puestos sucesivos, ninguna mella, ninguna huella delatadora, al no conseguir tu objetivo.
Te has acostumbrado a mi forma de colgar, a mi forma de taparte para resguardarte en los días que el aire sopla con insistencia. De igual manera, sabes que siempre fue de mi gusto camuflar la parte superior de la jaula con alguna ramilla del entorno, para así disimular tu figura en aquellas zonas donde las rapaces suelen realizar visitas sorpresivas, además inesperadas y sobre todo bastante desagradables.
En otros puestos galleabas con machos viejos y autoritarios que, acostumbrados a dominar a sus adversarios, quisieron hacer lo propio contigo. Las calladas magistrales y oportunas que realizabas, en algunos puestos, suponían el seguro aviso de entradas de aquellas valerosas perdices que, de callada, irrumpían en plaza ofreciendo un maravilloso espectáculo.
Los interminables cortejos, las muestras de seducción, los arrumacos y piropos empleados hacia las pajarillas han formado siempre parte de tu excelente repertorio sonoro.
Sabes emplearte a fondo con aquellas hembras resabiadas que recorren con insistencia los alrededores del puesto, tratando de poner a prueba tu templanza y tu gran paciencia… ¡qué derroche de calidad regalas cuando tienes que recurrir a los infinitivos recursos que muestras en los momentos decisivos!
He de reconocer que en más de un puesto de tarde salí a taparte casi entre dos luces, pero unas veces oyendo el campo algo cercano y en otras ocasiones escuchando tu música melodiosa… me hacían perder la noción del tiempo.
Por ello, casi sin darme cuenta, se presentaban las primeras sombras de la noche para avisarme que ya iba siendo hora de la recogida. Tan embelesado estaba con tu magistral trabajo, que algunas veces apenas podía divisar tu figura a través de la minúscula tronera…
En fin, hoy quiero decirte…
Manuel Romero Perea.