Después de muchos años, numerosos estudios han confirmado que la perdiz de granja no sirve para repoblar; se suelta para cazarla, y haciéndolo bien y con tiempo, dejando que la perdiz se aclimate, da juego a las escopetas, pero no sirve para repoblar. Se echan todos los años un buen número de ellas y se cazan, y así todos los años. Siempre lo he dicho: si la perdiz autóctona no es capaz de sobrevivir, cómo lo va a hacer una perdiz de granja que no ha tenido madre o padre que les enseñe a vivir, a veces hibridada, o sea, habiendo perdido algunos de esos genes ancestrales que las hacen más duras en tiempo de escasez o que les hacen huir mejor de tantos predadores.
Nuestros campos son hoy ecosistemas pobres y duros, acosados por la química y la maquinaria agrícola y por un gran número de depredadores, todos protegidos salvo el zorro y las urracas, cada día más difíciles de controlar por una Administración que prohíbe todo. Ante esto es casi milagroso que queden perdices e imposible que puedan vivir las granjeras. Ante esto, por qué no apostamos por repoblar con perdices salvajes. Una perdiz salvaje soltada en un coto con algunas mejoras, principalmente siembras, desbroces y bebederos, a poder ser naturales, es probable que sobreviva y críe, sobre todo si procede de una zona cercana o, al menos, con un hábitat parecido. Con el conejo salvaje, traído de otros cotos, se ha demostrado el éxito, y la perdiz no tiene por qué ser menos.
Igual que hay cotos con perdiz salvaje para cazar, podría haberlos para repoblar. A tanto la perdiz viva. Está claro que sería mucho más cara que la de granja, incluso que la salvaje abatida, pues incluye el esfuerzo de capturarla, pero una garantía para repoblar un coto con una densidad bajísima.
Aquí las autoridades deberían facilitar las cosas a los cotos que capturen en vivo. Que sean las propias autoridades las que bendigan esta opción, que persigue recuperar de nuevo la perdiz salvaje en un ecosistema.
Tio Calañas