A picotazos y empujones se abre paso la vida en un ciclo sin solución de continuidad. Tras unos minutos de impulsos por querer escapar del cascarón que le mantuvo oprimido durante los 23 días que duró la puesta, exhausto por el esfuerzo y con el resuello perdido, se presenta la principal causa de nuestra locura.
A posteriori, la fragilidad de un perdigoncillo, especie sometida a más de un centenar de enemigos, dependerá única y exclusivamente de la diosa Fortuna y la viveza del par en pretender sacar a su prole adelante. Para un mayor entendimiento, desde que la hembra pone el primer huevo sobre el terreno hasta que los perdigones pueden valerse por sí mismos y se hagan volandones, aumentando su defensa, transcurren un total de setenta y nueve días en los que la madre se encuentra en un peligro continuo, ¡chapó, por la reina!
Para un perdigonero en alma, corazón y vida, no hay nada más gratificante durante el estío que observar, en nuestras idas y venidas al cazadero, unos bandos repletos de perdigones, merced al apoyo que supusieron las ayudas artificiales. Solo entonces pudimos respirar con tranquilidad, satisfechos y conscientes de haber contribuido a hacer las cosas bien y en el momento de mayor necesidad de la especie. Y, lo verdaderamente importante, habiendo pasado de ser el mero artífice de algo a protagonistas de excepción, en aquellos parajes que desde que desde niños nos quitaron el sueño, ¡ecologismo, señores!
Llegado a este punto, conviene recordad las palabras de José Cuenca en la que entiendo como la mejor definición acerca de la caza de la perdiz con reclamo habida hasta el momento: «La caza del perdigón no tiene aficionados, sino devotos, y al igual que el flamenco, encierra ese oculto pellizco de misterio que solo pega a los que han tenido la fortuna de sentir su escalofrío».
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La onomástica de los Santos era la fecha elegida por la afición para pasar a los reclamos de sus cuarteles de verano –pelechaderos– a sus respectivas jaulas. En la actualidad, merced a la ausencia de lluvias y fríos otoñales, interesados en que no se encelen antes de tiempo, sería más prudente esperar a la primera-segunda semana de diciembre para enjaular a los reclamos consagrados, no así a las nuevas promesas –pollos del año y pájaros flemáticos a los que les cuesta más encelarse–, para los cuales aconsejo continuar con la tradición.
Para que no se rocen las narices o puedan despicarse, me inclino a que las jaulas espesas de 54 – 56 alambres las ocupen las nuevas promesas, no así las más claras de 44 alambres, las cuales están más indicadas a reclamos veteranos que manejen el campo con destreza.
Aproximadamente cada seis meses, aprovechando los cambios del terrero a la jaula y viceversa, es necesario atusarlos, amén de practicarles un tratamiento preventivo:
1) Lavar y desinfectar las instalaciones que vayamos a necesitar, incluido techos y paredes, así como los utensilios necesarios. Un consejo importante es que nuestros pájaros nunca entren en contacto ni tengan próximo al jaulero conviviendo con ellos especies como las palomas, gallinas, gorriones…,por ser transmisores de numerosas enfermedades.
2) Pintar de un color verde mate apropiado jaulas y casilleros, amén de repasar las puertas y suelecillos, de manera que durante la temporada no nos llevemos alguna sorpresa desagradable.
3) Para el correcto manejo, deberemos pasar los reclamos, en primer lugar, del terrero a la jaula –nunca introduciendo la mano en el cajón de muda, salvo necesidad– y de ahí, ayudado por una sayuela, una vez abierta la puerta y enfrentada a la claridad, esperar a que salgan por sí mismos, para atraparlos con las manos con decisión y destreza.
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Siempre por los muslos y nunca por las patas, para que no se nos desanquen, de forma que, merced a unas tijeras bien afiladas, podamos recortar las plumas de vuelo o rémiges –no necesarias– de las alas, a razón de las 6 – 7 primeras –siempre por debajo de las cubrealas para que no se vea el corte– y cola, con cuidado de no llevarnos ningún cañón, dado que se nos puede desangrar un pájaro.
Los reclamos se recortan por dos razones: la primera para evitar el roce del plumaje con los alambres de la jaula, dando lugar a amasijos de pluma que llegan a adoptar el aspecto de una escarola, y la segunda, para el correcto manejo del ave.
Recordad que, a los reclamos, para cazarlos adecuadamente, hay que saber interpretarlos, conscientes de que nos enfrentamos a diferentes estereotipos –los que para uno es válido a otro no le sirve– y, en consecuencia, afinarlos, templarlos que diría mi progenitor y maestro, al igual que las cuerdas de una guitarra. Esto se consigue mediante sueltas y baños de tierra.
Advertencia: la suelta los afloja más que la tierra.
A este respecto, mi padre siempre me decía que era preferible «que pecasen de menos que de más», ¡cuánta verdad encierran esas palabras!
A continuación, le suministraremos, a nivel de la base del cuello, tres gotitas de Pulmosan, evitando que los ácaros de la mucosa traqueal pueden alojarse en ella. Y, mediante el uso de un cortaúñas, le arreglaremos el pico –solo a aquellos que lo necesiten– y las uñas, sin abusar de esta práctica, pues mientras más cortes le demos, más le crecerán.
Ya solo resta proceder al descamado, untándole sobre las patas, mediante friegas, una vaselina salicílica al 3 %, la cual puede ser sustituida por manteca de cerdo.
Por último, usaremos como desparasitador externo un pulverizador en spray de los muchos que hay en el mercado. Para ello, rociaremos ligeramente al ave con una pulverización debajo de cada ala, a lo largo del dorso y cloaca, sin pasarse, pues no sería el primer reclamo que causa mortandad al intoxicarse. Una vez terminada la faena, lo pasaremos de nuevo a su jaula.
Por último, para la prevención y desparasitación de los parásitos intestinales, usaremos un antiparasitario interno de amplio espectro que contenga levamisol en el agua de bebida, durante dos días seguidos. Con posterioridad, habremos de limpiarle el cajoncillo del casillero.
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Los factores naturales que intervienen directamente en la elaboración del celo están íntimamente relacionados con la luz, temperatura, naturaleza del pájaro, alimentación y baños de tierra, siendo este un proceso lento que requiere vocación, en el que las prisas nunca fueron buenas consejeras. Sabed que la primera norma de un pajarero es la paciencia y no olvidarnos de que los reclamos se encelan con los tiros y en su época: si no es en el primer puesto será en el segundo; todo lo demás son comodines que utilizan los malos aficionados llegado el momento de la verdad y verse sin jaulas al no tenerlos encelados o pasados, excusándose a sí mismos a sabiendas de que obraron con desinterés, debido a la falta de afición, abandono o dejadez.
Una vez en sus jaulas, pelechados y con el plumaje en perfecto estado de revista, aconsejo suministrarles un pienso de mantenimiento de calidad –durante el pelecho, aprox. 3 meses, se les proporciona el ‘especial mudas’ o ‘alta energía’, más rico en proteínas ya necesarias en el desarrollo de la nueva pluma–, además de otros granos y semillas, tales como el trigo, avena, arroz integral con un alto contenido en fibra, lentejas, maíz palomero, sorgo, guisantes secos, panizo, nabina, achicoria, cardo mariano –protector hepático natural–, perilla blanca –la grasa que transfiere es beneficiosa, contraria a la que aportan las pipas de girasol tan nocivas para la salud–.
A excepción del pienso, el trigo, el cardo mariano y la perilla blanca, los cuales les dispenso a diario, el resto de los ingredientes se los voy alternando durante la semana en cantidades muy pequeñas, sin que le falte el verde y la manzana granini todos los mediodías, amén de otras verduras y frutas del tipo de la zanahoria, cascaras de pepino, melón, sandía… Por las tardes, pueden faltarle sus bellotas picadas y, cuando no dispongamos de estas, las alterno, según época del año, con castañas, nueces, garbanzos y habas en remojo, en una menor proporción las almendras, por su alto contenido en grasas.
Los meses de diciembre, enero y primera quincena de febrero, dependiendo del reclamo, tengo como norma añadirle a su razón diaria un puñadito de cañamones y, en menor proporción, el alpiste, teniendo en cuenta que el pico de la perdiz no puede pelar esa última semilla, como hacen otras aves cantoras: canarios, jilgueros, verdones…
Es fundamental aprovechar el sol de la mañana y el de la última hora de la tarde para solearlos convenientemente, con el fin de que vayan fortaleciéndose y el color las mucosas vaya en aumento. La idea es que para mediados de enero presenten un aspecto envidiable, con el rojo encendido como ascuas en los parpados, picos y patas, lo que, por otro lado, le transfiere el nombre a la especie.
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Para nosotros, los aficionados, el pollo del año que cae en nuestras manos es sinónimo de ilusión. La ilusión es el motor que mueve nuestras vidas y alienta nuestros deseos; en el perdigón, lo es todo.
Cuando un pájaro nos llena de verdad, es señal de que hemos acertado la elección, colmando nuestras aspiraciones, lo que nos obliga a dispensarle el mejor trato, pues, qué duda cabe, que su mera presencia nos hace abrigar grandes esperanzas. Tal vez el día de mañana se convierta en el fenómeno que estábamos esperando, de ahí la importancia que tiene saber elegir los pollos.
Es por ello, por lo que la bondad de un reclamo radica en la intimidad de su alma. Nuestra labor consiste en pulimentar con esfuerzo y trabajo lo que estas aves tienen de intolerantes, confiándonos en que la docilidad y la belleza afloren a la luz; nuestras metas son verlos picando de la mano. Luego, para que un pajarito nos ilusione, hemos de hacerle las cosas bien desde el principio, pues, aunque poseen una mente muy rudimentaria, eso no quiere decir que olviden fácilmente las lecciones aprendidas, tanto para lo bueno como para lo malo.
En primer lugar, deberemos asegurarnos de la procedencia, pues hay terrenos y granjas (no apuestan por seleccionar perdices para reclamo), que nunca dieron nada de lo que poder hablar. El siguiente paso es asegurarnos de que tengan nobleza, desechando aquellos pájaros que en nuestra presencia se den la vuelta ofreciéndonos el culo, dado que ello denota falta de raza; casta, que dirían los taurinos. Seguidamente, recurriremos al hábito de chasquearle los dedos haciéndolos palillear. La misión de estos restallidos es comprobar que el animal no pierda la compostura, es más, si al introducirle el dedo nos pica, sería un claro síntoma de valentía; más propensos los algarines, al estar más cuajados y albergar un carácter desenfadado. Y ya que hemos tocado el tema, sabed que al algarín, siempre que esté encelado, se ve enseguida si tiene proyección, dado que, si al escuchar a las hembras canturrear se muestran bregones, optando por quererse salir de la jaula, mejor darles largas, puesto que no por pelecharlos van a mejorar al siguiente año.
Conviene revisar el estado en el que se encuentra la pluma, cerciorándonos de que las que posee por encima de las narices y frente no estén rozadas. Un pájaro con el plumaje asentado y sin rizos es síntoma de mansedumbre, dado que, con total seguridad, no acostumbrará a introducir el pico por entre los alambres, hará la botella o sacará la cabeza por la piquera pegándose pechugazos.
Si tenemos la posibilidad de sacarlos al exterior, le escucharemos el cante, de manera que resulte armonioso y sus notas denoten suavidad y firmeza; huir de los pájaros machacones, dado que rara vez le conseguiremos tirar. De igual manera, alejaos de los pollos recortados, pues ello es señal de que puedan que hayan sido probados y devueltos a los corrales, por alguna causa justificada.
Morfológicamente, me gustan con la cabeza redondeada, el pico corto tipo gorrión, los tufos –formaciones filamentosas de detrás de los oídos– tupidos, bien largos y que posean una mirada tristona, por aquello de que «pájaro con muchos tufos nunca es un cuco».
Por norma, en los primeros compases de la temporada cazaremos siempre pájaros hechos, tiempo habrá para a medida que vaya afianzando el celo, poner en solfa a los de segundo y tercer celo.
Otro detalle a tener en cuenta de interés para los noveles aficionados es que no cacéis nunca los pájaros nuevos en plazas cerradas de monte, ya que, para que se encuentren a gusto, necesitan ver cielo: claridad para la plaza y oscuridad para el tollo. Otro detalle es que os acostumbréis al uso de la pellejeta o esterillo para el transporte y con mayor motivo a la hora de cazarlos, con lo que evitaremos que un plomo rebotado llegue a alcanzar el animal por el culo de la jaula.
Mi consejo es que no abuséis de los jóvenes, una o dos salidas en la que les tiremos y hasta el próximo año, siendo lo conveniente dejarles un buen recuerdo.
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A posteriori, en los días sucesivos, el auténtico aficionado no pierde la esperanza y habla con sus contertulianos y amigos de las inclemencias del tiempo, alcanzando exacerbado protagonismo los partes meteorológicos.
El azul del cielo y la calidad visual del invierno, junto al verdor de los campos, invitan a que ocurra el milagro, viéndose las primeras colleras.
Como colofón, un párrafo de un profundo lirismo entresacado del vol. II de mi tratado perdigonero Desde mi troner, liturgia y pasión de una devoción heredada, que resume a la perfección cómo se acollera un pájaro de perdiz. Dice así: «Se aproxima una nueva estación, pronto la más preciada de las aves romperá sus lazos familiares que, mantenidos durante ocho largos meses, iban a quedar olvidados para siempre, todo porque una mañana de un día cualquiera de la última quincena de enero, un macho, que de pronto se ve a sí mismo arrogante, majestuoso y altanero, se rinde ante la coquetería de esa pajarilla que, ahora, orgullosa y enormemente pedante, obliga a todos sus congéneres a que demuestren su valer en continuas refriegas para que el afortunado vencedor, algo “despeluchado” y “sudoroso”, se acerque rebosante de felicidad, con la cabeza un poco torcida, meciéndose y con un ala que se le antoja tirar por los suelos, a recoger lo más preciado, incluso más que su propia vida».
Cuando, en definitiva, se templa la atmósfera y los gorriones regañan buscando el apareamiento por las calles y tejados de los pueblos y ciudades de nuestro entorno, hasta llegado el día en que uno de los parroquianos corra la voz en bares y tabernas de que ya hay «celo en el campo».
Y así, casi sin darnos cuenta tras una larga espera, un año más queda instaurado el celo de la perdiz roja por sierras, campiñas y olivares.
Aprovechamos la ocasión que se nos brinda para desearles a nuestros lectores la mejor de las temporadas, si es posible rodeados de amigos que sumen y den pie a las tertulias perdigoneras, brindando cada mañana con una copita de Clavel entre las yemas de los dedos, para, de alguna manera, honrar el porvenir de la afición, siempre bajo el lema: ¡Larga vida al perdigón!
José Ramos Zarallo.