Me he permitido tomar prestado el subtítulo del último libro de mi amigo y tocayo Pablo Ortega: Más cosas de corzos para encabezar esta carta mensual.
No es de extrañar que sea un corcero quien demande una forma distinta de cazar, algo sin duda necesario, a pesar de que posiblemente sea esta la especie cinegética que menos lo necesite hoy en día, una especie básicamente salvaje, pura genéticamente, que ha incrementado sus poblaciones de forma notable en las últimas décadas, quizás descompensadamente, y cuyos trofeos son cada día mayores, lo que es una muestra de su salud.
Pero los corceros somos cazadores implicados con el conservacionismo y no nos contentamos fácilmente, si es que en esto, como en otras cosas, se puede generalizar, así que Pablo pide algo más.
Comenta que esta idea no surgió de improviso –como vio la luz nuestro santo tocayo al caerse del caballo– y es fruto del tiempo y la reflexión.
Diferencia en la historia al cazador primigenio, al que llama cazador proveedor, que pasa a convertirse en los últimos siglos en el cazador deportivo (término que sigue chirriando aplicado a la caza), y ve ahora necesario que este evolucione y se convierta en el cazador gestor, para lo que sugiere adoptar algunas pautas éticas y técnicas además de nuevos objetivos.
Cazar más por el lance, el plato y la gestión y menos para la alcayata, «menos para la pared y más para la naturaleza».
Pero si este cambio de rumbo que propone Pablo Ortega es necesario en la gestión del corzo, ¿qué dirección habría que tomar para gestionar otras especies como la perdiz, pongo por caso?
Los perdiceros formamos un colectivo que se me antoja más dispar que el de corceros, por lo que consensuar metas se hace aún más difícil.
Por ejemplo, quien cace la perdiz salvaje de una forma natural y sostenible no es fácil que se entienda bien con su vecino si este hace sueltas masivas de perdices de granja para ojeos comerciales. Sus objetivos son otros y los medios para conseguirlos son a la fuerza distintos, como sus sensibilidades ambientales, también sus diferencias son mayores que las que pueda haber entre los cazadores de corzos.
¿Y en la montería? Dado que hay monteros que optan por la caza tradicional en abierto y otros que solamente cazan cercones de jabalí; y que algunos son partidarios, por ejemplo, de gestionar cinegéticamente las poblaciones de lobos en espacios libres y salvajes y otros, quizás por tener modelos de gestión más cercanos a la ganadería, no los quieren ver ni en pintura cerca de sus explotaciones intensivas, yo me pregunto:
¿Son compatibles todas las alternativas? ¿Hay posibilidad de acuerdo? ¿Hacia dónde debería poner rumbo la montería del futuro?
Y ¿en cuanto a la caza en general? ¡Pues peor me lo ponen!
Si fijar fines comunes siempre tiene sus dificultades, se hace aún más difícil cuanto mayor y más heterogéneo es el colectivo; y, como se ha demostrado históricamente, entre los cofrades de san Eus-taquio suele ser fuente de frustraciones.
En el mejor de los casos, en el proceso de destilar los objetivos particulares para concretar los que en común pueda tener el grupo, estos se vuelven cada vez más abstractos e inconcretos cuanto más generales quieran hacerse.
A no ser, como también sucede, que se proponga como objetivo principal la propia unión del colectivo para la lucha contra un enemigo común, para lo que se invocan circunstancias que sean susceptibles de provocar el miedo o el odio, populismo contra populismo, como en nuestro caso pueda ser que los cazadores vivimos bajo la amenaza de los animalistas radicales, quienes quieren prohibir la caza.
De acuerdo, puede que sea cierto y un asunto importante, pero ¿no es triste que hoy parezca nuestra única razón de ser?
Recordando a otro Ortega pariente de Pablo, diré que quizás es tiempo de pensar menos en el «yo» y más en nuestras «circunstancias».
Las exigencias sociales y medioambientales para que la caza sea entendida y aceptada en el futuro hacen que las metas u objetivos que se fijen, sean cuales sean, pasen forzosamente por implantar modelos de gestión cinegética guiados por la ciencia, la ética y el derecho, en los que se respete la naturaleza, la sostenibilidad y la biodiversidad, y la salud de los ecosistemas y de las especies que los pueblan.
Esto es así, por muchas vueltas y rodeos que demos hasta tomar definitivamente ese rumbo.
De lo contrario, mal futuro nos espera.