Monteros y rehaleros

Ya pasado el ecuador de esta temporada encaramos el mes de enero y febrero, dos meses muy importantes en el calendario cinegético, con un sinfín de monterías cada fin de semana y que marcan el final de la temporada.

En nuestra montería española intervienen dos figuras muy importantes y que, sin desmerecer al resto de participantes en esta caza colectiva única en el mundo, son las que dan sustento a cada montería: unos, los monteros, porque abaten las reses, que es el principal cometido de toda montería, y otros, los rehaleros, que son los que, con su trabajo y el de sus perros, hacen que los monteros puedan disfrutar de lances desde sus puestos.

La montería española es algo más que colocarte en un puesto, cargar un rifle y disparar; montear se rige por unas normas y tradiciones que son las que dan el valor a esta apasionante modalidad de caza mayor y que a todos los monteros nos hace volver cada fin de semana a nuestras sierras españolas.

A primera hora de la mañana, saboreando unas tradicionales migas y compartiendo vivencias con los perreros es uno de los momentos que más aprecio de la montería.

Hablando con ellos, personas curtidas monteando a lo largo de los años en las sierras, siempre aprendo algo nuevo y son merecedores de todo mi respeto por su buen hacer.

En el monte, escuchando su voz, animando a los valientes o cuando llega el final del día y toca la caracola llamando a los rezagados, disfrutando junto a ellos de un taco que sabe a gloria al calor de una lumbre…

Interminables jornadas y, en muchas ocasiones, de larga espera, soportando frío, calor, y lluvia esperando a los valientes que faltan por volver a la suelta; este trabajo no se ve, pero está ahí y forma parte de la montería y de la rehala.

Convivencia en armonía

Cuando se junta un grupo numeroso de personas –y más en la caza– es importante que haya armonía, que cada uno sepa cuál es su lugar y, ante todo, intentar que la convivencia, en este caso en el monte, sea perfecta, evitando cualquier problema y procurando disfrutar al máximo de esta bendita afición.

Es importante recordar que la montería no es una ciencia exacta: garantizar lances en fincas abiertas o en cercados de mucha superficie es algo difícil y muy arriesgado para un organizador y, por este motivo, es importante saber disfrutar de la jornada, evitando esa obsesión de tirar cuanto más mejor, que convierte un buen día de montería en un sinvivir esperando lances que, en muchas ocasiones, no llegan.

Y ya me adentro en este mar de jaras que es la convivencia entre los que están en los portillos, rifle en mano, y los que, junto a sus valientes, van tronchando jaras y empujando hacia los puestos a las reses montunas.

Una convivencia que debe transcurrir tranquila, sabiendo cada uno el lugar que ocupa y, sobre todo, demostrando respeto en todo momento.

El respeto, una razón de ser…

Si hay algo en la montería que me apasiona es que nos mezclamos en ella todo tipo de personas, eso sí, con la misma afición y pasión por montear.

Personas con acentos diferentes, con dispares oficios, gente de pueblo y de ciudad, todos reunidos al calor de una lumbre y hablando un único idioma.

Y, entonces, aparece la figura para mí más importante de nuestra montería española: los rehaleros y sus colleras.

Desde que empecé a montear y ya hace muchos años, he mantenido una frase que me inculcaron mis maestros en la sierra y que considero vital para que nuestra montería española no desaparezca: «sin rehalas, no hay montería» y, por lo tanto, es de vital importancia que haya una conexión perfecta entre monteros y rehaleros basada en el respeto y una perfecta convivencia en el monte.

Los monteros, respetando el trabajo de los rehaleros, valorando el esfuerzo que hacen, felicitando cuando proceda por haber monteado con sus valientes magistralmente una mancha y, en  definitiva, siempre sabiendo que los que empujan la caza hacia los puestos son los perros y sus perreros.

Ayudando en la medida de lo posible cuando hay un agarre y el perrero está lejos, por supuesto, siempre cuchillo en mano, evitando disparos peligrosos que puedan poner en peligro la integridad de algún perro, o compartir con el perrero cuando llega a tu puesto un buen trago de la bota o unos reconfortantes sorbos de agua fresca.

Y los rehaleros… Saber que cada uno tiene su cometido, ellos hacen un trabajo en el monte, en muchas ocasiones un monte difícil y en el que hay que adentrarse con esfuerzo para mover las reses y encaminarlas hacia los puestos.

Ayudando siempre, sin perder la mano, a rastrear una res herida o marcar la ubicación donde el macareno cayó lejos del puesto del montero.

Nunca debemos pensar que los monteros y rehaleros van por caminos diferentes, sería una grave equivocación.

Cada uno ocupa un lugar bien definido, pero que, si uno de ellos falta, la montería se desmorona.

El respeto es una parte intrínseca a la montería al ser una caza colectiva y, por lo tanto, debe prevalecer a cualquier situación crítica que conlleve un posible conflicto.

Y, para finalizar…

Me permito enviar algunas reflexiones que me han enseñado unos cuantos años monteando…

Montear es disfrutar del campo, de las ladras, de los lances, de las tradiciones y de la compañía de amigos que comparten una pasión por la montería española.

Montear es demostrar respeto por los perreros y sus valientes, saber valorar su trabajo y, sobre todo, saber escuchar las sabias palabras de hombres que viven para y por sus perros.

Montear es que un rehalero tenga a sus perros como manda la tradición rehalera: cuidados, campeados, viajando en un furgón limpio y bien acondicionado.

Montear es saber comportarse en el puesto con educación, evitando situaciones de peligro cuando los perreros y sus valientes están en medio de la mancha.

Montear es que todos los rehaleros respeten las tradiciones, que su comportamiento en el monte demuestre un respeto por el campo y las reses que lo habitan.

Montear es saber disfrutar de cada momento y valorar cada palabra de los que, con los años, han adquirido una experiencia montera que transmitirán a las generaciones futuras.

Si todos cumplimos estas premisas y el respeto impera ante todo entre monteros y rehaleros, cada jornada montera será un cúmulo de vivencias que quedarán en nuestro baúl de recuerdos de vivencias monteras.

Yo, personalmente, intentaré seguir disfrutando de la montería, de sus sierras, de sus sonidos, aromas y personas que hacen que esta modalidad de caza siga siendo una parte importante de mi vida.

 

 

Carlos Muñoz.

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