Con la disculpa de la falta de tiempo de la sociedad moderna, nos hemos ido cargando desde la cocina «a fuego lento» tradicional a actividades tan clásicas y agradecidas como, por ejemplo, entender las claves del monte para saber qué día hay que salir a recoger setas. Nos resulta más fácil, rápido y probablemente barato comprarlas en el supermercado, aunque eso implicaría cocinarlas, así que, casi mejor pedir algo por una app que contenga setas…
Y esta lucha por preservar esta cultura del esfuerzo y la paciencia cada vez está más perdida con las nuevas generaciones. Y ante este panorama, en apariencia desolador, es muy motivador ver a niños y jóvenes que acuden a citas cinegéticas con sus padres, tíos o abuelos. El hecho de madrugar, viajar por carreteras de tercera y encontrarse con pueblos que, aunque se aferran a seguir vivos, languidecen con síntomas de semi abandono, enfrentarse a condiciones climáticas inciertas, pasar frío, tener que andar por donde no hay senderos, aguantar en silencio y muchas veces volverse a casa sin haber visto ningún animal y, sin embargo, volver feliz y poder transmitir esa felicidad a nuestro relevo.
Y es que la caza (en su forma tradicional) representa una fenomenal lección de vida. Desde cómo se prepara durante meses, o incluso años, una finca, cómo se adecuan los bebederos, los comederos, se plantan determinados cultivos o se limpian caminos y carriles, la cría, cuidado, adiestramiento y mantenimiento de los perros, hasta cómo se planifica la jornada de caza, se coordina a los distintos actores que la hacen posible, se preparan los puestos, se establecen los órdenes de salida… Y, cuando llega el día de caza, puede que salga una mañana preciosa con sol de otoño o invierno o que, por el contrario, nos pille una niebla persistente, un viento helador o una lluvia lacerante. Y es que todo ese esfuerzo de meses no siempre garantiza un resultado determinado, porque tener éxito en una jornada de caza no es abatir un número determinado de patirrojas, de zorzales o de jabalíes.
De hecho, siempre repito, allá por donde voy, el siguiente mantra:
«Salir de caza ya es una maravilla. Si encima ves animales, una suerte. Si, además, puedes disparar, un regalo. Si tienes la suerte de abatir y cobrar el animal, el éxito máximo. Si, por una extraña casualidad, el animal es un ejemplar soberbio, el éxtasis».
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En diciembre, mes que ha sido de lluvias y días oscuros, he tenido la oportunidad de disfrutar de un estupendo día de montería con mis amigos Jorge y Lolo. Curiosamente, diré que ellos nunca organizan una jornada cinegética proponiendo resultados, siempre hablan de la finca y del día de caza con amigos/familia.
Para alivio de lo expresado en el primer párrafo, recuerdo encontrarme con monteros de solera como Manuel T., al que acompañaba su nieto de ocho años, con gran orgullo por parte de ambos; a Enrique Z., quien acudía con un hermano y un sobrino con la intención de tener su noviazgo montero; a Jorge H. con su mujer y su hija de quince años; o a Alonso y su hermano a los que acompañaban sus hijos adolescentes, uno ya montero y el otro al que se le hizo novio por derecho y lance exitoso.
Y es por esto, querido cazador, que te pido lo siguiente: cuando acudas a la próxima jornada de caza, invierte un poco de tu tiempo en acercarte a los más jóvenes, en transmitirles el calor de la hermandad de cazadores, en compartir con ellos que la caza es esfuerzo y tesón.
Recuerda, cuando tú eras un niño o un joven, lo que agradecías que uno de los veteranos te saludara y te diera la bienvenida. Pues ahora, más que nunca, en este mundo donde solo importan los resultados, tenemos la obligación de enseñar a los nuestros que son más importantes las sensaciones y los sentimientos.
Joaquín De Lapatza.