Mi filosofía cinegética, criterios ‘delibesianos’ de un cazador

Salgo al amanecer con un perro nuevo. Pisar las hojas de los robles llenas de escarcha me produce una euforia inmediata. Los zorzales salen lejos y fuera de tiro.

El sol va saliendo entre algunos retazos de fina neblina y las retamas más altas. Entonces, por sorpresa, sale la pitorra, hago un tiro rápido, instintivo, afortunado. La becada me parece un ave maravillosa.

Días después la guiso con mimo. Esta vez toca hacerla asada. Esta vez no hay invitados para compartir el festín.

Desde la terraza de casa se ve el bosque donde la cacé. Un bosque salvaje en el que suelo coger setas, cazar, pasear, contemplar el valle del Tiétar y pensar lo que luego voy a escribir.

Tal vez mi idea de la caza sea algo ‘original’ y minoritario, alejada de tendencias sociales urbanícolas políticamente correctas, pero también de los criterios cinegéticos más comunes entre cazadores.

Por una parte defiendo la caza en el siglo XXI y su valor conservacionista, incluyendo cazar para controlar las densidades de animales cuando los depredadores no existen o estas poblaciones son una amenaza para los ecosistemas (vegetales) o para ellas mismas (sarna).

Por otra aborrezco todo lo que no sea caza salvaje. Repetiré aquí una y otra vez que respeto a todos los cazadores siempre que se muevan en el marco de las leyes y normas que ordenan nuestra actividad, pero no comparto muchas de las prácticas que hoy se realizan para que haya más animales y mejores trofeos.

La caza que se cría y se alimenta de forma artificial es ganado, ganadería de especies salvajes cuya caza no se diferencia mucho de cazar un conejo de granja o de una cabra lechera.

Me da igual que sean animales criados previamente en recintos cerrados o en áreas más o menos libres.

La caza que se protege tras alambradas o recintos controlados, me da igual que sean grandes o pequeños espacios, es fauna encerrada, condicionada por unos límites que con mucha frecuencia no son los suyos naturales y coartan su movilidad.

La caza a la que se facilita la vida e incrementan sus densidades controlando a sus depredadores naturales. La caza que vive en lugares cuyos ecosistemas se han transformado ad hoc para facilitar a los cazadores el desplazamiento y la práctica de la caza.

La caza de especies que han sido tratadas y seleccionadas genéticamente para mejorar sus trofeos.

Valoro y cazo en lugares abiertos, animales libres y que no han necesitado ayuda o mejora alguna de su hábitat para prosperar.

Valoro y aprecio la caza difícil, necesariamente escasa, que requiere del cazador toda su pericia y una buena forma física.

Sigo cazando con armas de fuego pero sé que mi evolución natural me llevará a cazar con arco.

Tampoco puedo disociar el animal cazado de su valor como alimento, por lo tanto me como todo lo que cazo, aprecio la carne del animal que he matado, he aprendido a prepararla y no cazo lo que no me voy a comer.

Mi criterio o filosofía como cazador no es integrista porque no la impongo y respeto a quienes aceptan o tienen otros criterios.

Considero que cazar es una opción personalísima y que dentro de lo que las leyes admiten y permiten cualquier práctica me parece legítima.

Me parece bien que haya cazadores que cazan en campos cercados, animales que se han seleccionado para tener buenos trofeos, alimentados cuando escasea la comida y el agua (o criados y luego liberados) en territorios en los que no hay depredadores (o se han eliminado los que no permiten que aumenten las densidades de especies cinegéticas) y donde se puede ir en todoterreno a casi todas partes por buenos carriles.

Me parece bien que haya cazadores que abatan en su puesto cinco jabalíes o treinta perdices y que no les guste comer lo que matan.

Me parece adecuado que un cazador con sobrepeso o piernas no acostumbradas a subir riscos sea acompañado por un guía por el camino más fácil hasta tener a tiro a una cabra montés o un gran venado, y que gracias a un potente calibre y una óptica de muchos aumentos pueda abatirlo.

No criticaré a los cazadores que defienden el valor económico del sector cinegético y la necesidad de que la caza sea un buen negocio para que se sigan manteniendo cotos y reservas de caza.

Otra cosa es que todo esto sea defendible ante la sociedad no cazadora.

Otra cuestión es que estas prácticas puedan ser comprendidas y aceptadas por los no cazadores.

Tampoco pretendo que mis criterios lo sean, pero creo que solo desde estos criterios ‘delibesianos’ puedo seguir siendo cazador en el sigo XXI.

Cuando explico a otros cazadores mi filosofía cinegética consideran que me acerco peligrosamente al ecologismo urbanícola; cuando la defiendo ante amigos ecologistas me consideran un tipo raro, anclado aún en costumbres rurales y viejunas. Tal vez ambos tengan razón.

Como la becada con hambre glotona. He logrado asarla en su punto y preparar una tostada rica con sus intestinos. Con algunas de sus plumas voy a montar unos tricópteros para luego pescar con ellos. Luego intentaré escribir sobre mi forma de entender la caza.

Sé que me van a criticar los cazadores y también los no cazadores, pero no puedo ser políticamente correcto. Ni para unos. Ni para otros.

Ramón J. Soria Breña

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