Hace unas semanas hablaba con un conocido que es muy aficionado a la bicicleta de montaña y, sorprendentemente, en un momento de la conversación me decía: «Claro, con la mala relación que hay entre los ciclistas y los cazadores…». Esta afirmación me dio que pensar y, de hecho, llevo un tiempo dándole vueltas.
Es cierto que en ocasiones me he topado con ciclistas en medio de la zona de caza en una jornada de mayor, pero también con seteros, corredores y paseantes con perros sueltos, hasta una familia al completo a caballo. También me he encontrado con excursionistas, senderistas o corredores en jornadas de caza menor, y es que el monte, cuando es abierto y público, «es de todos».
La cosa es que, cuando estamos cazando, portamos armas y, ante la presencia de una persona ajena a la acción de caza, la ley nos obliga a descargar el arma por seguridad y también nos obliga (en caza mayor) a señalar la zona de caza con avisos visibles para evitar que nadie se adentre en la zona objeto de caza.
En caza menor, también debemos descargar el arma si la persona se encuentra a una distancia inferior a los cien metros.
Siendo respetuosos los unos con los otros, no debería haber problema alguno ni debería haber mala relación.
El problema resulta cuando o bien una mancha de caza no está debidamente señalizada o bien cuando alguien decide ignorar las señales. Y he presenciado todo tipo de encuentros, desde aquellos en los que, ante el aviso de un cazador, los paseantes se encararon de muy malos modos con el susodicho o, en otra ocasión, en la que un cazador directamente se puso a gritar de la peor de las maneras a una pareja que estaba paseando por el interior de una mancha de caza mayor con dos perros sueltos, probablemente habiendo entrado por algún sendero que no estaba marcado. Aunque el más curioso le pasó a mi amigo Dani, de Playmocaza, en la que, estando colocados a lo largo de una pista forestal y siendo nosotros el cierre de la zona de caza, ante el encuentro de unos ciclistas, los veo quedarse un rato charlando amigablemente. ¡Resultó que el ciclista era un tío suyo que no había visto las señales de la montería y hacía tiempo que no se veían!
Por un lado, están los no cazadores, que están en su derecho de transitar senderos, pistas y caminos, sin tener que avisar a nadie. Y, por el otro, están los cazadores que pagan por los derechos de cazar en una determinada zona y están sujetos a un plan de aprovechamiento cinegético, además de tener que solicitar la aprobación específica para la acción de caza colectiva en una fecha concreta.
La clave está en que, cuando se aprueba una acción de caza colectiva, esa zona de monte abierta pasa a ser un área restringida de paso para personas ajenas a la acción de cazar.
Sobre esto –y mucha reglamentación adicional– se examina a los cazadores, pero el resto de la población puede no saber de esta norma.
Lo suyo sería que los agentes forestales o la guardia civil velase por el correcto discurrir de la jornada de caza, avisando y advirtiendo tanto a los unos como a los otros; pero también es cierto que, siendo realistas, no tienen medios materiales para cubrir todas las acciones de caza que se pueden simultanear en un mismo día en una misma provincia.
Fuera del día de caza, lo cierto es que el monte (cuando es abierto y público) es de todos, y tampoco es aceptable determinados comportamientos por algunos vándalos que bloquean caminos o incluso ponen trampas para senderistas o ciclistas, pudiendo, incluso, provocar accidentes graves.
Aunque no es menos cierto que también los hay que tratan de echar al traste jornadas de caza, introduciéndose en la zona de caza en días previos, buscando ahuyentar las piezas, o que llaman a la guardia civil o a los forestales el día de la jornada cinegética acusando, infundadamente, de estar cometiendo alguna ilegalidad, para que estos cumplan con su obligación e investiguen, muchas veces paralizando o arruinando esa batida que tanto esfuerzo y medios ha costado.
Cuando comentaba con mi amigo sobre esa «enemistad» entra cazadores y ciclistas, una de las claves era que el ciclista no paga nada por practicar su afición en monte abierto y público, mientras el cazador debe abonar desde la licencia de caza de la comunidad hasta el precio de la jornada de caza o el precio del derecho de caza sobre una zona determinada.
No olvidemos que la caza, además de generar ingresos directos a la administración, al municipio y al propietario de un espacio, es el mecanismo de control de la fauna en ese territorio, mientras que paseantes, seteros o ciclistas, realmente solo disfrutan del entorno. Y están en su derecho, pero el que paga por cazar y cumple las normas establecidas, también, y en las jornadas de caza su derecho anula al de los otros en pos de la seguridad de todos.
Y es que todo sería más sencillo si todos supiéramos las normas, si tuviéramos el talante adecuado y si fuésemos generosos con el otro.
El cazador no es enemigo de otros usuarios del monte, solamente que, en determinadas acciones de caza y por seguridad, se restringe el paso a las personas ajenas a la acción de cazar.
A mi amigo el ciclista también le dije que la carretera también es de todos, pero que el día que se cierra por una competición no es muy consecuente tratar de meterse con el coche en virtud de un derecho que, aunque legítimo, está limitado por otra actividad ese día y en ese momento concreto.
Lo dicho, respetemos para disfrutarlo todos, sin enemistades.
Joaquín de Lapatza.