Se habla mucho sobre la bravura de la perdiz roja y me temo que demasiado poco de la del cazador y, nos guste o no, este es uno de los grandes problemas que tiene la patirroja autóctona y salvaje en nuestro país.
La perdiz se extingue en muchas zonas mientras nosotros, los cazadores, hacemos la vista gorda si a cambio podemos pegar tiros a unos bichos parecidos.
Y es que somos los propios cazadores los que amparamos y, lo que es peor, demandamos tanta suelta y “repoblación” indiscriminada de perdices de granja en el campo; perdices, muchas veces de una dudosa garantía.
Se estima que se sueltan en España alrededor de cuatro millones de perdices que contaminan genéticamente y contagian enfermedades a las salvajes, además de mantener gordas y lustrosas las poblaciones de predadores.
Con esto, por otro lado, se está incumpliendo la Ley 42/2007 de 13 de diciembre del Patrimonio Natural y de la Biodiversidad, que dice muy claro en el segundo punto de su artículo 52, Garantía de conservación de especies autóctonas silvestres:
“Las Administraciones públicas competentes prohibirán la introducción de especies, subespecies o razas geográficas alóctonas cuando estas sean susceptibles de competir con las especies silvestres autóctonas, alterar su pureza genética o los equilibrios ecológicos”.
Entonces, ¿dónde está en este caso la triquiñuela legal? He consultado el tema con expertos en la materia y al parecer lo que se alega es que no está del todo claro qué perdiz es genéticamente pura. Parece fácil entender que a estas alturas sea difícil encontrar un “Modulor” o una “Perdiz de Vitruvio” que nos sirva de patrón y modelo de la especie.
Y digo yo: ¿No sería más fácil considerar salvaje, silvestre y autóctona la perdiz que nace y cría en el campo?
Por otro lado, prohibir la suelta de perdices seguramente ya no sería lo más adecuado, la presión que se ejercería sobre los agonizantes reductos de perdices salvajes podría ser insostenible en las actuales circunstancias, aunque lo que sí podría hacerse es limitar estas sueltas a espacios donde no exista y no se pueda recuperar una población natural.
Al menos, podríamos exigir la obligatoriedad de marcar con una anilla las perdices “de bote”, que indique su procedencia, su “denominación de origen”, lo cerca o lejos que están de la chucar o la griega, sus garantías sanitarias, etc.
Pero por ahí tampoco pasamos. Otros problemas serios son la concentración parcelaria, los monocultivos, los pesticidas, las cosechadoras, los tratamientos de semillas, etc., pero aquí con la agricultura hemos topado y parecen asuntos también de difícil solución.
Así que visto lo visto, el futuro de la perdiz, la de verdad digo, está bastante claro o más bien bastante oscuro, y el del cazador, me refiero también al de verdad, lo mismo.
Soy consciente de que lo que trato a continuación no interesará a mucha gente; no obstante, he querido hacer este calendario biológico sobre las pocas perdices que crían aún en el campo, marcando sus tiempos vitales naturales y otros datos que puedan ser de interés para esos pocos cazadores “bravos” que a pesar de todo todavía quedan.
A ellos está dedicada esta Infografía del Ciclo Anual de la Perdiz y otros datos. Descárgala pinchando aquí o en la imagen
Pablo Capote