Aunque precisemos el disparo y este sea mortal de necesidad, hay ocasiones en las que el jabalí, por su especial dureza, no cae en el sitio y huye recorriendo una cantidad de metros que, aunque a veces no sea grande, de noche nos puede complicar su cobro. Es el momento de comenzar a pistear.
Hace tan solo unas horas he regresado de hacer una espera al jabalí. La noche ha sido larga. A las 11 entraron dos jabalíes al montón de maíz que puse recientemente junto al entradero del pinar.
El bidón hace semanas que no lo tocan, a buen seguro escarmentados por los que han caído mientras comían en él, así que decidí ponerles comida en un sitio que les pudiese resultar más cómodo para ellos y del que recelaran menos.
La idea ha funcionado, en apenas un mes ya han caído tres contando el de esta noche pasada.
La luz de la luna ha sido suficiente para verlos a través del Burris sin tener que encender la linterna. El punto rojo de este visor es una maravilla pues no deslumbra nada y permite colocar el tiro con toda precisión.
Ya que los dos eran del mismo tamaño decidí tirarle al que mejor colocado estaba. Centré el punto sobre la zona del corazón y pulmones en la silueta negra del jabalí.
Disparé y lo vi salir corriendo tocado, mientras el otro huía en otra dirección. Estaba claro que iba tocado y el disparo era mortal, pero me tocaba pistear.
Dejé pasar unos minutos que aproveché para llamar a mi mujer y decirle que llegaría tarde, a la vez que daba tiempo para que el jabalí muriera.
Luego, cogí el rastro y lo seguí hasta un punto en el que adentraba a una zona de pinar y matorral bastante espeso en el que lo perdí. Decidí regresar al punto del disparo y volver a comenzar el rastreo.
Marqué el último punto de sangre con una piedra y recorrí palmo a palmo los alrededores.
Encontré el rastro que iba en dirección a un pimpollar espeso cubierto de aliagas y romeros. Al final encontré al jabalí muerto.
Tuvo su final al llegar a un punto en el que unas ramas de pino formaban un círculo e impedían su paso. Por las señales de sangre en ellas deduje que intentó saltarlas pero al faltarle fuerza cayó muerto a sus pies.
Un macho de unos 70 kg que me tocó sacar del monte hasta el algarrobo donde los limpio a más de 100 metros y que puso al límite mis fuerzas.
Esto forma parte de la caza y hay que aceptarlo así.
Los últimos cuatro jabalíes, incluido este, he tenido que pistearlos, junto con alguno más de mi compañero Toni.
Normalmente utilizo para las esperas un 30.06 y, en algunas ocasiones, un 243W con el que he abatido bastantes guarros con excelentes resultados pese a no ser un calibre muy tenido en cuenta para las esperas.
Curiosamente, de los cuatro, todos con tiros mortales en la zona de los pulmones, el que tiré con el 243W fue el que menos anduvo, apenas 25 metros antes de caer muerto.
Pistear de noche y además estando solo no es plato de buen gusto, pero a veces las ocasiones mandan cuando al día siguiente no nos es posible regresar al lugar y pistear con las primeras luces del día.
Así que no nos toca más remedio que buscar al jabalí de noche si no queremos dejarlo perder. Precisamente creo que por ir solo me ha tocado esforzarme más a la hora de pistear.
Pienso que la compañía, buena y recomendable siempre, nos hace sentirnos más relajados al creernos más protegidos y quizás descuidamos algunos detalles importantes.
Con esto no quiero decir que debamos ir solos, ni mucho menos; pero sí contar las experiencias que he tenido para que puedan servir de ayuda al lector.