LA NECESIDAD DE UNA GESTIÓN URGENTE
Basta con echar un vistazo al periódico para ver de vez en cuando noticias relacionadas con este tema. En el parque de Collserola, en Barcelona, los jabalíes campan a sus anchas y han llegado a habituarse a la presencia humana. Algunos se han adentrado hasta el barrio de Gràcia. En Vitoria, jabalíes y corzos hacen incursiones a parques y avenidas de la ciudad. En la ciudad de Castelló se capturan jabalíes en los barrios periféricos. En Las Rozas (Madrid), los residentes de las urbanizaciones empiezan a acostumbrares a tener a los jabalíes por vecinos. En algunas urbanizaciones de Málaga hay ya poblaciones bien asentadas de ciervos y jabalíes. Y el fenómeno no es solo nacional. En la ciudad de Berlín, el ayuntamiento ha autorizado un cupo de caza de 10.000 jabalíes urbanos… Hasta la revista digital especializada en seguridad alimentaria Eroski Consumer se hace eco del problema y aconseja sobre los riesgos sanitarios de consumir estos animales urbanos.
Y, claro, uno se pregunta si es que los animales se adentran en la ciudad desde el monte o bien es que ponemos las casas en el monte, donde ya estaban los animales. Y lo cierto es que ambas cosas ocurren. Como es bien sabido, muchas especies forestales han experimentado un auge importante en las últimas décadas. Cada vez hay más ciervos, corzos y jabalíes en el campo como consecuencia del aumento del dominio forestal. Este fenómeno está muy relacionado con el aumento de la agricultura y la ganadería intensiva en detrimento de la extensiva, la pérdida de poder adquisitivo del agricultor tradicional y el abandono del campo en general. Por lo tanto, si cada vez hay más fauna forestal, es lógico que en épocas de estrés y falta de alimento busquen comida donde la hay, como hacen gatos, perros callejeros y palomas en cualquier barrio de pueblo.
Pero, por otra parte, no es menos cierto que hemos sufrido la famosa burbuja inmobiliaria, el ladrillazo, que se ha construido y urbanizado a diestro y siniestro, que se han levantado adosados en muchas zonas a extrarradio de las ciudades y que vivir en una urbanización con zonas verdes, se ha convertido en un valor añadido para muchas promociones urbanísticas. Es decir, que también hemos llevado las casas al campo, donde ya estaban los animales, creando nuevos escenarios y hábitats para la fauna.
TIPOS DE ZONAS URBANAS
Se diferencian tres tipos de zonas urbanas en lo relativo a la fauna: las zonas urbanas propiamente dichas (interior de pueblos y ciudades), las zonas suburbanas (periferia de ciudades) y las zonas exurbanas (aquellas zonas urbanizadas en el exterior de las ciudades). En todas ellas se dan casos como los que he descrito, pero en las últimas hay una característica especial y es que coexisten el hábitat natural de la fauna con el medio urbano. Se crea una matriz de jardines, monte y viviendas en las que la fauna se acostumbra a vivir, llegando a seleccionar positivamente y de manera constante las zonas humanizadas para alimentarse y el monte como refugio.
El hábitat exurbano coincide con lo que en la terminología forestal se conoce como zonas de interfase, zonas forestales en las que se intercalan las viviendas, y en las que los incendios forestales ocasionan los mayores daños. Estas zonas han aumentado espectacularmente en los últimos tiempos.
Como ejemplo véanse las fotos de la derecha de una zona de la Costa del Sol, en las que se aprecia el importante desarrollo urbanístico que ha sufrido en sólo una década lo que en su momento fue un monte de alcornocal.
Pensemos en un típico verano mediterráneo. Hace calor y escasea el agua y el pasto. Aún no ha llegado el otoño y con él la montanera. Los jabalíes y los ciervos tienen hambre, son muchos y el monte no da para todos. ¿Cuál es la solución? Buscar comida y agua donde la hay. Acercarse a ese parque o a ese jardín cercano al bosque y en el que crece el césped, que se riega con frecuencia, donde hay lombrices, bulbos carnosos de plantas ornamentales y hojas de árboles suculentas, y donde a veces incluso hay personas que se dejan comida. Si estos recursos están ahí todo el año y no pasa nada por aprovecharse de ellos, ¿podrían llegar a acostumbrarse a visitar con frecuencia estas zonas los animales? Sí.
HISTORIAS DE UN DESPROPÓSITO
Supongamos que un promotor compra una finca para urbanizarla y crear en ella un resort de lujo, con sus centenares de viviendas unifamiliares y su campo de golf. La finca es un coto de caza en el que hay ciervos, gamos y muflones. Los animales no son un problema para el proyecto urbanístico, piensa el promotor, de hecho son un aliciente más para los compradores que podrán disfrutar de los animales en las puertas de sus casas. Durante los primeros años del proceso urbanístico una parte de los terrenos permanecen catalogados como rústicos y legalmente se mantiene la actividad cinegética en la finca. Los propietarios no sólo viven un lugar de lujo, sino que además, lo que quieran, pueden cazar casi a las puertas de sus casas. Pero llega un momento en que el plan de ordenación urbana se renueva y la finca, ante los usos actuales, queda catalogada totalmente como urbana o urbanizable. En ese momento la Administración ambiental da de baja de oficio el coto que existía en la finca dado la imposibilidad legal de realizar un aprovechamiento cinegético en un terreno que no sea forestal o rústico. La fauna cinegética queda en un limbo legal a partir de ese momento.
Imágenes como la de arriba cada vez son más habituales en nuestro país. Y es que hubo un tiempo en el que la voracidad urbanística
Con el tiempo las parcelas construidas van aumentando en la urbanización y los residentes también. Desde que se dejó de practicar la caza en la finca, la población de ciervos y gamos empieza a crecer. En verano falta la comida y los animales empiezan a aprovechar recursos como los jardines y los restos de poda. La comunidad de propietarios decide empezar a aportar alimento de forma artificial a los animales en comederos que se instalan por toda la finca. Muy pronto la población de cérvidos experimenta un crecimiento importante. Entonces empiezan los problemas. El campo de golf comienza a sufrir daños, los jardines también, hay episodios de atropellos e incluso de ataques de animales.
Esta historia no es una fantasía. Es una historia real sucedida en una finca de la Costa del Sol malagueña de 900 hectáreas, de las cuales se han urbanizado la mitad quedando el resto como una matriz de “jardines mediterráneos” y zonas verdes pseudo-forestales. El coto se dio de baja en 2006 con una densidad de 7 gamos/km2 y 8 ciervos/km2. A finales de 2009 censamos las poblaciones y la densidad de gamos resultó ser de 29 a 37 individuos/km2 y la de ciervos de 49 a 54 individuos/km2. Es decir, en tres años se habían multiplicado por cuatro a cinco veces en el caso de los gamos y casi por seis veces en el de los ciervos. En ese tiempo, además de dejar de cazar en la finca, se han producido fugas de animales hacia otras zonas periféricas, tanto forestales como urbanizadas, donde han empezado a causar también problemas; muchas peticiones de control por daños y una inversión importante por parte de la propiedad tanto en compensar los daños como en alimentar a los animales para mantenerlos. En suma, algo totalmente incoherente y muy problemático.
UN LABERINTO LEGAL
Cuando se tomó conciencia del problema en la citada finca empezó el calvario legal para poder gestionarlo. En primer lugar la Consejería autonómica de Medio Ambiente no autoriza la caza de los animales, ni excepcionalmente, ya que ocupan una zona urbana, donde no se puede practicar la caza ni usar armas de fuego. Se traslada el problema a la administración local, quien teóricamente es la competente para gestionar la fauna urbana, aunque se obvia que se trata de especies silvestres y cinegéticas, no de mascotas. Obviamente los ayuntamientos, y más los de pueblos pequeños, no tiene ni capacidad ni medios para enfrentarse a un problema de este tipo. Lo más que pueden hacer es, aconsejados por la Administración autonómica, autorizar batidas con perros para sacar fuera de las zonas urbanizadas a los animales. Esta medida, por sí sola, resulta completamente ineficaz.
Se devuelve la pelota a la administración superior y se plantea la posibilidad de declarar un núcleo zoológico para poder gestionar los animales de alguna manera. Sin embargo, la filosofía de un núcleo zoológico no está pensada para gestionar fauna silvestre. La Consejería de Agricultura prefiere declarar una explotación ganadera (¡dentro de una urbanización de lujo!) con la finalidad de poder llevar a cabo la gestión. Eso implica una inversión importante en cercados de gestión y controles sanitarios que no todos los propietarios están dispuestos a costear. Además, la finalidad última de la gestión es el descaste: reducir el tamaño poblacional. Y de nuevo tampoco todos los propietarios quieren que se maten animales de forma masiva, algo que además no podría hacerse con la práctica cinegética (no se caza en una explotación ganadera) sino mediante eutanasia veterinaria
Dos fotos aéreas de una zona de la Costa del Sol que muestran el increíble cambio que sufrió debido al efecto del urbanismo. En diez años, un alcornocal pasó a convertirse en una macrourbanización.
Para complicar más las cosas entra en baza la Consejería de Salud, quien deniega toda posibilidad de comercializar o consumir la carne de esos animales sacrificados aduciendo que aunque procedan de una explotación ganadera son especies cinegéticas y no se han cazado (única forma según ellos de poder comerciar o consumir la carne de ciervos y gamos). Esto deja una única opción sobre la mesa, sacrificar cientos de animales para nada, para incinerarlos, enterrarlos o llevarlos a muladares, lo cual también cuesta dinero.
Queda abierta una puerta, la de la captura en vivo y el traslado de los animales a cotos de caza y fincas que los quieran. Pero ¿quién se hace cargo de los gastos? Gastos que no son pocos: perímetro de la explotación cerrado, cercados de gestión, capturaderos, analíticas sanitarias, cuarentenas de animales, profesionales, veterinarios y personal de gestión de la fauna, traslado… Y aún queda por plantear el problema de la calidad genética de unos animales introducidos en el antiguo coto de caza y procedentes de centro Europa. ¿De quién es la responsabilidad que se deriva ante un problema así? ¿Quién debe pagar los costes de gestión y los daños? ¿Cómo se autoriza un desarrollo urbanístico en una finca de caza sin pensar en la fauna?
Creo que este problema de la fauna urbana no ha hecho más que comenzar. Aún estamos viendo la punta del iceberg y legalmente no tenemos los medios de gestionar correctamente a estas nuevas “especies invasoras” que no hacen sino invadir su propia casa. La normativa ambiental y urbanística hace mucho hincapié en los estudios de impacto y en las especies amenazadas, pero muchas veces son las especies más comunes las que crean los verdaderos problemas. Los nuevos escenarios de gestión en los que se empieza a mover la fauna requieren de amplitud de miras y de adaptar la normativa, tanto urbanística como de gestión de fauna, para poder responder adecuadamente al problema. De momento, no haciendo nada lo que se está consiguiendo es fomentar el furtivismo, el traslado clandestino de animales y perjudicar tanto a la actividad cinegética como a la conservación.