Es curioso el caso de Stiliyan Kadrev, un excelente productor de películas de caza búlgaro, sin duda uno de los pioneros en el mundo. Tras acompañar a cientos de cazadores por todo el planeta con la cámara al hombro, se convenció de que era mejor negocio que grabar películas el comercializar paquetes de caza.
Políglota y dominando el ruso con soltura, en principio abarcó los países de la antigua Unión Soviética, pero hoy vende caza por todo el mundo. No obstante continúa con la cámara grabando a sus clientes, porque su verdadera vocación es la de director de cine.
Ángel Hidalgo y yo salimos un día antes que Íñigo Moreno, equipados de cámaras de vídeo, con idea de grabar una película. Me dijeron que llevase el arco para intentar un rececho de corzo, y se trata de mi única arma en esta ocasión.
No tenemos ni idea de qué tipo de caza nos espera, y tan solo sabemos que estamos en plena cordillera de los Balcanes. Volamos a Sofía con escala en Roma, y hacemos el camino hasta el área de caza a última hora de la tarde.
Estamos a finales de marzo y me sorprende ver que la primavera en las montañas búlgaras se halla mucho más adelantada que en las españolas. Aquí las hayas y los robles tienen hojas ya bien desarrolladas, y los prados poseen hierba alta.
El verdor de todo el campo es espectacular, y deduzco que el volumen de precipitaciones es mayor. Miro y remiro infructuosamente desde el coche todas las esquinas de los prados, los bordes de las montañas… buscando algún corcito. No hay manera, y me sorprende.
En un viaje similar en España los hubiese visto con toda seguridad. Al día siguiente Íñigo me cuenta que ha estado haciendo exactamente lo mismo durante todo el trayecto, sin lograr ver ningún corzo. Lo que no comprendo es cómo los cazadores no tenemos más accidentes puesto que no podemos evitar ir mirando a donde no debemos.
Nuestro intérprete y chófer es un muchacho joven que ha vivido varios años en España, e incluso ha jugado en las categorías inferiores de la Unión Deportiva Salamanca. Se trata de un chico encantador y nos dice que vamos a estrenar un hotel recién construido al pie de las montañas.
Nos dice que es todo natural y salvaje, sin cercados ni nada por el estilo. Cuando le preguntamos por el nombre del hotel se queda un rato meditando y nos contesta: «Tres tontos». Ángel se da por aludido, dado que somos tres los cazadores españoles que llegamos, pero rápidamente nos aclara que los tres socios que lo han fundado son amigos, soñadores, cazadores y amantes de la naturaleza que han elegido este original nombre.
También nos dice que el área al que nos dirigimos, cercano a la localidad de Ribaritsá, es una zona de montaña muy turística a solo dos horas de Sofía, donde se pueden practicar distintos deportes al aire libre, e incluso la pesca de trucha. Ni qué decir tiene que llevo una pequeña caña de mosca y todos los enseres en el equipaje.
LA DIFICULTAD DE LA CAZA CON ARCO
Tocan diana antes de amanecer. Embarcamos en un excelente todoterreno y nos dirigimos hacia las montañas. La jornada amanece muy cubierta y con amenaza de lluvia.
Como toda arma llevo mi arco y flechas. Partimos en silencio por una senda entre robledales y hayedos, aunque lo cierto es que constituimos una comitiva numerosa que oposita al fracaso en la caza con arco.
Además del guía y el cazador, nos acompañan Ángel Hidalgo y Stiliyan con la cámara y el trípode. Vemos una pareja de corzos huyendo de nosotros nada más salir del coche. Estamos cazando en las laderas más puras de los Balcanes y agradezco que sea una caza totalmente natural, aunque un sexto sentido me dice que va a ser tan auténtica que… las posibilidades de éxito con arco van a ser más bien remotas.
Perseguimos tirar algún corzo, que para mí es probablemente la pieza más complicada de cazar con arco. Si difícil es acercarte a distancia de tiro y que el animal no recele mientras abres el arco, además se da la circunstancia de que con mucha frecuencia el corzo escucha el ruido de la cuerda al soltar la flecha, mira hacia el cazador y ve venir la flecha volando, dándole tiempo a retirarse y esquivarla.
Es algo que me ha pasado con harta frecuencia en España. Tampoco desdeñamos las posibilidades de que se despiste algún jabalí durante el rececho, y las abundantes muestras recientes que observamos durante el rececho nos hacen concebir esperanzas. Creo que el jabalí es una pieza mucho más accesible que el corzo para el cazador con arco.
Al cabo de un par de horas he sacado la conclusión de que estamos en un área de montaña muy pura en la que la abundancia de corzos es más baja que en la mayor parte de las zonas que recechamos en España. Además de corzos hay ciervos, jabalíes, lobos y osos.
No se ven cagarrutas de corzos, las huellas son escasas y hay pocas zonas escodadas por los machos. A lo largo de toda una mañana hemos tenido alguna posibilidad de aproximarnos a un par de ejemplares, pero no ha sido posible.
Compruebo que tienen puntos donde probablemente aportan comida a ciervos y jabalíes. También tienen una piedra de sal en un tronco de algo más de un metro de altura. Al irse diluyendo con la lluvia la piedra, la sal va cayendo por el tronco, y es frecuente que los corzos acudan a chupar la sal de la propia madera.
Después de un almuerzo copioso les pido que me lleven a alguna zona donde pueda intentar pescar alguna trucha. Me sorprende que se hallan bastante perdidos, y a pesar de ser paisanos locales no tienen ni idea de dónde puedo encontrar peces. La zona tiene un río principal con buena pinta y varios tributarios.
Me llevan a tomar un café a una zona baja del río mayor. A pesar de que es bonita y la pesco con ninfas, rápidamente me doy cuenta de que, o no hay truchas, o son escasísimas. Pesco prácticamente en un centro urbano, con lo que no descarto que estén furtiveadas y pescadas con todas las fórmulas posibles, como más tarde me confirman.
Por la tarde comienza a lloviznar, en principio suavemente, pero claramente in crescendo. Quizás el propio guía se ha dado cuenta de la dificultad de tirar un corzo con arco y me propone hacer una espera de jabalí.
Acepto encantado porque me consta que por estos lares puedes encontrar el guarro de tu vida, además de que veo más probabilidades que con los corzos. El problema es que las torretas de espera están pensadas para rifle y la más cercana está a casi 50 metros de la sal, el agua y el alimento. Pero como llueve cada vez más y además el guía no puede acompañarme, allí nos vamos Stiliyan y yo acompañados de un joven muchacho.
La querencia de los animales se halla entre 40 y 50 metros, lo que me excluye la posibilidad de tirar de noche. Con el arco a esa distancia solo lo puedo hacer de día. Veo una senda a mi izquierda más cercana, e intuyo que si me entra por ella tendría la posibilidad de un tiro rápido más cercano.
Va cayendo la tarde y ya con poca luz atisbo la sombra de un cochino junto a las bañas. Mala suerte, son varios y… acompañados de rayones. Tres madres comienzan a comistrajear acompañadas por una legión de tostoncillos que juegan y se restriegan contra los troncos de roble.
Durante veinte minutos, y a medida que se apaga el día y arrecia la lluvia, disfrutamos viéndolos comer. Suenan fuertes truenos y nos deslumbra el fulgor de los relámpagos. Con el primero los cochinos se asustan, pero a partir de entonces renuevan su quehacer despreocupados.
En un momento dado desaparecen por completo. Pasan unos minutos y me digo a mí mismo que si apareciese la sombra de un cochino solitario le voy a tirar. Es prácticamente de noche, y no tiene mucha explicación el hecho de que las hembras y los rayones hayan desaparecido súbitamente. ¿Será por la presencia de un macho?
Parece que lo he presentido. Sin luz ninguna ya, atisbo una sombra por la senda de la izquierda. El guía y Stiliyan prácticamente dormitan y como sé que estos lances tienen que ser rápidos por fuerza estoy decidido a tirar.
Abro el arco y el animal debe intuir algo raro y se para al pie de un árbol que tenía medido previamente: 30 metros. Como es de noche, antes de abrir he encendido la luz del punto de mira del arco, y en el momento de tirar… ¡se apaga ella sola! Demasiado tarde, no es momento de destensar y volver a encenderla.
Tengo el arco abierto e intuyo que el pin está bien puesto en la caja torácica del cochino. Suelto la flecha para susto y desconcierto absoluto de Stiliyan y el guía, que yo creo que ni se imaginan lo que está ocurriendo.
Tras el disparo el jabalí arranca ladera arriba en vertical, lo cual me parece un mal síntoma y no presagia que esté gravemente herido. Esperamos unos minutos y salimos a buscar. Diluvia.
En el lugar de los hechos mi potente linterna dice que no quiere trabajar y tengo que quedarme a expensas de lo que haga el guía con la suya. A los dos minutos pronuncia unas palabras en su idioma y me da con el codo. Hay sangre, bastante sangre. Intento seguirla pero el muchacho me dice que es very dangerous y no me deja.
Al momento encuentra la flecha. Casi ya no tiene sangre por la fuerte lluvia que arrecia, pero la suficiente para darme cuenta de que el animal está atravesado. Llama por el móvil a un compañero y al cuarto de hora aparece otro muchacho con un sabueso de Hannover.
Estamos empapados pero empieza el rastreo. No tenemos que avanzar ni 20 metros. Allí está el cochino muerto. Está claro que al elegir la huida cuesta arriba con un disparo letal, la muerte le ha sobrevenido mucho más cerca que si hubiese huido cuesta abajo. Alegría porque el lance no era fácil y se ha resuelto perfectamente, pero decepción porque se trata de otra cochina.
ESPERAS DE JABALÍES
La idea era hacer una espera de cochino con rifle en la última hora del día, lo cual resulta muy atractivo. Nos han enseñado algunos trofeos de jabalí cazados por ellos en los últimos años, e Íñigo ha medido uno, comprobando que se halla entre los mejores del mundo.
Sin embargo, ante el asombro del guía, comenzamos a discutir porque Íñigo se empeña en que él ya no quiere tirar más por hoy y que me cede gentilmente el arma. Yo le digo que estoy encantado grabándole y disfrutando tanto o más que él, pero no hay manera.
Tras un tira y afloja me encasqueta el rifle y partimos para una torreta situada en un collado alto completamente nevado. El lugar es precioso y vemos las huellas frescas de dos lobos en la nieve. Nos dicen que frecuentan ese lugar, aumentando la emoción del aguardo.
El cebadero está a unos 90 metros en la nieve. Todavía con algo de luz sale un cochino del monte. Íñigo y yo nos echamos los prismáticos a la cara y decimos simultáneamente: «¡macho!».
No es grande de cuerpo, ni se le atisban navajas por fuera, pero se le ve claramente el pincel. El animal, muy precavido, rodea el comedero y camina en un arco extenso hasta que se topa con nuestro rastro. El guía, a todo esto, permanece impasible observando con los prismáticos, pero sin decir nada.
El jabalí se altera visiblemente al contacto con nuestro olor y por unos momentos no sabe si decidirse a huir en dirección a un lado u otro del collado. Al fin lo hace por el nuestro iniciando un trote ligero.
Cuando le faltan 30 metros para alcanzar el bosque el guía masculla: «¡shoot!». Menuda papeleta, ni siquiera tengo el rifle en las manos. Lo cojo lo más rápido que puedo y hago un disparo afortunado que fulmina al guarro sobre la nieve. Cuando llegamos al cuerpo observamos el tiro en el cuello, pero también que tiene unas defensas excelentes, lo cual nos sorprendió y alegró sobremanera. Una de las navajas estaba rota, pero se trataba de un precioso jabalí.
Animado por el éxito, y por lo que nos muestran las cámaras trampa que tienen puestas por el monte, Íñigo decide apostar por el jabalí. El guía y los gestores tienen bien controlados a los animales con cámaras trampa dispuestas en lugares estratégicos. Me comentan que a los lobos casi no los fotografían porque se asustan de la leve luz infrarroja que por la noche emite el flash de la cámara.
Los lobos desconfían, e incluso apenas pasan ya por ese lugar durante el día. Algo parecido les ocurre a los osos, aunque tienen algunos vídeos y fotos de osazos espectaculares.
Pero quizás lo que más nos impresionaron fueron las fotos de los cochinos gigantes.
Ello, unido a los trofeos de jabalí que ellos mismos tenían cobrados en los últimos años, nos hizo ver que lo más atractivo podían ser los cochinos.
También se cobran grandes venados en berrea: ciervos europeos de pocas puntas pero de un grosor y un peso descomunales.
Ángel llevaba dos días intentando tirar un corzo con rifle en rececho
. Da idea de la relativa escasez de los mismos el hecho de que en dos jornadas no consiguiese tirar.
Yo el tercer día intenté pescar en el arroyo que pasaba justamente por el hotel, haciendo bingo.
Después de haber buscado truchas a varios kilómetros sin éxito, resulta que en la puerta de casa las había, y de un tamaño algo superior a lo que esperaba.
Se trataba de un regato pequeño y bastante crecido de agua, que supuse que en verano casi se secaría y por tanto no tendría truchas, o de haberlas serían muy pequeñas.
Pero me llevé gratas sorpresas con el tamaño. Las primeras que pesqué con ninfas las liberé, pero Íñigo me dijo que le haría ilusión cenar trucha.
Parece que la idea no disgustó a Ángel, que al rato me pidió otra. Al final llevamos una para cada uno y otra para Stiliyan, y la verdad es que bien fritas resultaron deliciosas.
Esa misma noche Íñigo consiguió un buen cochino en espera, grande de cuerpo y bonito de defensas, aunque no un gran trofeo.
El último día acompañé a Ángel, que consiguió su corzo, un bonito ejemplar en un entorno de montaña envidiable. El lugar me produjo una excelente impresión.
Había cazado en Bulgaria previamente pero en finca cercada y en circunstancias diferentes. Sin duda esa zona de los Balcanes es uno de los santuarios más agrestes y de caza auténtica que quedan en Europa. Linda con el Parque Nacional de los Balcanes Centrales, que tiene nada menos que 72.000 hectáreas y poblaciones florecientes de osos, lobos, rebecos y otras especies.
Esporádicamente se cazan osos y algún lobo, de acuerdo a los permisos concedidos por la Administración, y quitan el hipo los grandes cochinos e incluso los venados. Si a ello unimos que la estancia en el hotel Tres Tontos fue superlativa… pensaría, creo que sin riesgo de equivocarme, que hay altas probabilidades de que regrese.
Juan Delibes