Suena el móvil mientras repaso unos datos en el ordenador. Es Nano, el guarda, gran profesional de la finca donde voy bastantes veces de espera. Pongo buena cara porque imagino que me dará buenas noticias. Y acierto. Me dice que tiene controlada una baña con una buena huella. Pero debemos tener en cuenta que el aire tiene que soplar, necesariamente, de sur o de oeste. El puesto está a seis metros escasos de la baña, en un clarito del monte en medio de una repoblación de pinos.
Después de aquella conversación, hicimos y deshicimos varias veces los planes que me llevarían hasta aquel lugar, ya que el aire no permitía la espera el día acordado. La luna se iba llenando más y más y no me gustaba el tema, además, si se liaba a llover, la querencia iba a cambiar por las bañas ocasionales de agua de lluvia.
La ola de frío siberiano continuaba, con aire de norte, y yo andaba ya desesperado hasta que finalmente recibí la llamada en la que sería la cuarta intentona. Quedamos a las cuatro y media de la tarde en la entrada de la finca, con tiempo de sobra para estar colocado a las cinco, lo que nos daba más de una hora de sol, por si acaso.
COMO UN NOVILLO.
La pisada me parecía la de un mulo cuando la vi. Decidido, no tardó en montar la silla giratoria con el apoyo para la ballesta y me dispongo a hacer lo que le da nombre a esta modalidad: esperar.
El reloj, en este punto, marca las 16:54 y el aire comenzaba a remolinear, norte, sur y oeste a rachas. De repente oigo a lo lejos regañar a las cochinas, pero de venir hacia mí, nada.
Cuando llegan las seis, lo noto venir por el oeste, incluso lo veo entre lo pinos con ese andar entre cansino y desconfiado. Abulta como un novillo pero ya estoy preparado con la ballesta encarada y lista para el disparo.
Aquí empieza el lance de jabalí más difícil que he realizado en mi vida, por la noche, y el que más me ha hecho disfrutar. Es más, nunca me ha pasado que sin haber disparado al animal, me diera igual hacerlo o no, ya había disfrutado de lo lindo observando sus evoluciones de guarro resabiado y viejo.
EL JABALÍ ACUDE A LA CITA.
Lo primero que hace el “mozo” es mandar un “recao” a las guarras sin entrar en plaza, éstas ni asoman y se van de careo hacia otro lado. Tras esto, se vuelve y se queda 20 minutos en el monte, resoplando, parado a un metro del clarillo.
Aquí empieza la guerra de nervios, yendo de un lado hacia otro. Aunque la luna brilla arriba, unas nubes ligeras consiguen que y la claridad vaya y venga. Yo, en mi silla tecnológica, tranquilo, sin mover un ápice ni brazos ni nada, tan sólo miro de izquierda a derecha y viceversa, muy despacito, lo justo para adelantarme a su posible salida al claro, digamos que en un reloj, sólo me muevo desde las 11 hasta las 2.
Estoy alucinando con el aire, el guarro va y viene e incluso lo llego a tener a menos de dos metros resoplando durante cinco minutos detrás de un tronco de quejigo, a mi izquierda. Pero me resulta imposible disparar porque tengo un pinillo delante y ¿quién es el guapo que se mueve? Se vuelve por donde ha venido, pero no…, es una treta, a los diez minutos y sin saber de dónde ha salido coge aires otra vez a un metro de la baña, pero sin salir.
En un claro de nubes lo veo en el borde de lo limpio, está a seis metros más o menos, con el culo metido en el monte y todo él de cara hacia mí. Nos miramos, bueno yo me quedo embelesado mirándolo y él no sé qué mira, transcurrido mi “estado fugaz de trance” pruebo a mirar por mi antiguo visor de 1,5x a 6x por 42… ¡Vaya mierda, no se ve nada!
MÁS DE DOS HORAS “ESPERANDO”
A ver cómo tiro a este guarro tan avisado con la luz, ni de casualidad, porque sale por patas seguro. Habrá que esperar a que la luz de la luna aporte más claridad, porque este animal merece asegurar el disparo al “150 por 100” o más. Sin haber movido un músculo, me sobresalta el jabalí al pegar un buen arreón (eso sí, sin bufar) y se mete a toda pastilla en el monte.
A esperar toca, bien armado de paciencia, y no tarda mucho cuando lo oigo resoplar acercándose, en un movimiento en el que vuelve a hacer el ruedo buscando aires. Aquí viene mi buena suerte, cuántas veces he dicho: “Lo que no puede ser, no puede ser y, además, es imposible que sea”… Hoy me pasa todo eso, pero al revés, todo está a mi favor.
Fuera donde fuera el jabalí a coger aires de la baña, el aire repentinamente venía del jabalí hacia mí. Nunca me había pasado eso, ahora entiendo la actitud del jabalí y sus precauciones al entrar, necesitaba ir con el aire de cara. La verdad es que jamás he tenido tanta suerte y nunca un jabalí me ha destrozado tanto la espalda, dos horas y diez minutos sin cambiar de postura y permanentemente encarando el arma.
PACIENCIA RECOMPENSADA
La jugada de la arrancada me la hace tres veces seguidas, sin llegar a cuartearse en ningún momento y siempre de cara, manteniéndose a menos de 20 metros durante las dos horas que estuvimos allí. Mientras la luna iba creciendo, el que escribe rezaba para que no la cubrieran más nubes.
De repente, otra vez vino el “mozo” al ataque. Y otra parada con el culo dentro del monte, ya casi lo doy por perdido a pesar de tenerlo tan cerca por cuarta vez. Una nube se cruzó entre el monte y la luz lunar, lo que parece que le anima a dar dos pasos, cuarteándose un poco. En ese momento ruego para que un poco más de claridad entre en mi antiguo visor.
A duras penas intento vislumbrar la cruz en el sobaquillo de la paleta. Me impongo un poco más de paciencia, repitiendo en mi mente que las nubes, lo mismo que vienen, se van, y en este punto, lo mejor es asegurar. Y vaya si se van. ¡Qué imagen la de ese pedazo de guarro bañado en plata! Para ser sincero, la foto en la retina me dura tan sólo tres segundos.
Le mando el dardo con punta de 125 grains de tres filos sin esperar más, no me arriesgo a una nueva arrancada. Le ha pasado entre la cara y la paletilla, toda la flecha entra sin llegar a salir. Cuarto y último arreón al monte del jabalí esa noche y también el último que dará en su larga vida.
Oigo los estertores de la muerte, ya que ha tenido la delicadeza de caer a unos treinta metros del puesto. Simplemente perfecto, una noche redonda, con mayúsculas, como uno siempre sueña que debe de ser una espera a un buen granuja.
No me puedo ni mover, el hormigueo en brazos y piernas al estirarme me devuelve a la realidad. Es como si recuperara el alma o la conciencia que había permanecido fuera de mi cuerpo durante dos horas.
Me fumo dos cigarros seguidos, todavía sin acercarme a verlo. Sonrío pensando que me da igual cómo sea el trofeo, la verdadera tablilla ya está colgada en lugar preferente en el pabellón de caza de mis recuerdos. Cuánto se aprende de estos animalitos…