Cuando el protagonista de esta andanza cinegética preparaba sus maletas, no podía imaginarse el sinfín de sorpresas que le depararía su estancia en territorio pakistaní. Su objetivo era dar caza al íbice de Sind, pero en sus planes no entraba el de abatir uno de los mejores trofeos del mundo de esta especie.
Al suspenderse de manera imprevista y súbita la cacería que tenía concertada para conseguir el transcaspian urial en Aktau (Kazakhstan), no tuve más remedio que organizar rápidamente otra expedición.
Tenía las fechas reservadas y contaba con la aprobación familiar, por lo que me urgía buscar alguna cacería de montaña que pudiera realizar en las mismas fechas. Me puse en contacto con Kaan Karakaya un viernes por la tarde, y el sábado por la mañana ya había cerrado una expedición a Pakistán para cazar el urial de Blanford (Ovis Orientalis blanfordi) y posiblemente el íbice de Sind (Capra aegarus blithi).
A partir de la reserva de fechas todo fue de vértigo, pues me quedaban siete días para llegar al cazadero. Tendría que comenzar la cacería a más tardar el sábado siguiente.
Recibí el cuestionario a cumplimentar para obtener la carta de invitación para visitar Pakistán y con ella solicitar el visado en su Embajada de Madrid, cumplimentarlo y devolverlo al outfitter, recibir la carta, preparar las fotos de carnet y solicitar el visado (por el procedimiento de urgencia, pues tenía tres días).
Y además tenía que preparar el itinerario y obtener los billetes de avión. Colas y carreras para sacar el visado. Los funcionarios eran amables, pero el espectáculo de una cola con cientos de personas fue más de lo que yo podía asimilar.
Nunca pensé que hubiera tantos pakistaníes en España, ni que se juntaran en su Embajada. Afortunadamente, una funcionaria occidental me vio apurado, me llamó y accedió a tramitar mi visado en esa misma mañana. ¡Ni me lo creía! Eso era comenzar con buen pie.
LOS PREPARATIVOS PARA UNA GRAN CACERÍA
Me fue absolutamente imposible conseguir permiso para llevar mi rifle. En eso las autoridades pakistaníes son inflexibles.
Debes tramitar la autorización para importar temporalmente el rifle en el país, y para ello hay que seguir el procedimiento establecido, que lleva al menos tres meses.
Y no hay excepción a la regla. Menos mal que podría contar con un arma y visor de calidad que me prestarían en Pakistán, por lo que orillé el asunto y seguí con los restantes preliminares.
El resto fue fácil. Conseguir las divisas en dólares, pues el outfitter requería el pago total a mi paso por Estambul camino de Karachi, buscar información sobre Baluchistán, el Blanford urial y el íbice del Sind, hacer el equipaje… De locos. Pero me lo pasé en grande con todos los preparativos, pues disfruto tanto o más preparando los viajes que cazando el “bicho” de turno.
El jueves, a las 06:30 horas, me llevó Christine a Barajas para volar con Iberia hasta Estambul, vía Barcelona. En la escala en Barcelona estaba previsto que permaneciéramos a bordo, pero, por razones desconocidas, dieron contraorden y tuvimos que bajar a tierra para reemprender el viaje al cabo de una hora.
Vamos, un “peñazo” obsequio de Iberia. El resto del vuelo fue bueno y en cuatro horas llegamos a Estambul, donde todo el aeropuerto estaba cubierto de nieve, los restos de una gran nevada que había caído hacía pocos días.
Me esperaba un empleado del outfitter que me acompañó hasta que llegó Kaan con su novia para invitarme a cenar en un bonito restaurante. Nos trasladamos de nuevo al aeropuerto para embarcar con la Turkish Airlines rumbo a Karachi.
A mi lado en el avión se sentó otro cazador turco, Ali H. Ustay, a quien me presentó Kaan, diciendo de él que era un gran cazador y que fue nominado para el Weatherby hace años. Mantuvimos animada conversación, resultando conocer a Ricardo Medem, para quien me dio recuerdos. También me mostró un libro que ha publicado sobre caza y montañas, muy interesante y con fotos bonitas, del que me enviaría una copia dedicada a Madrid.
DE CAMINO AL CAZADERO
Al llegar a Karachi nos recogió Raja, socio de Kaan en Pakistán, y nos llevó al hotel Mehran, en el centro de Karachi, para europeos y con precios asequibles.
Tomamos un té mientras ellos dos hacían planes. Dormí hasta que me despertaron, a las 12:00 horas, para reunirme con un grupo de gente, entre los que estaban mis organizadores, un cazador norteamericano, Dennis Campbell de nombre, y el Príncipe o Sardar Boothani, dueño del territorio donde voy a cazar y que compartiré con Dennis.
Me sorprendió conocer que iba a compartir zona de caza con otro cazador pues mi acuerdo con Kaan Karakaya era de una cacería exclusiva para mí ¡Esto no tiene arreglo! En fin, habría que ver cómo se organizaría la cosa.
A primera hora de la tarde salimos en un flamante Land Cruiser, pilotado por Sardar Soficar Boothani, seguidos por el coche de escolta, cargado con cuatro hombres armados con Kalashnikov, con rumbo a Dureji, en la provincia de Baluchistan, a unos 250 kilómetros y cuatro horas de viaje.
Dureji es la zona de caza, propiedad de Boothani, y sobre la que tiene poder omnímodo. Es el dueño, señor, juez, gobernador… y representante en el Parlamento por ese distrito.
Es un sistema feudal, mantenido desde la época de la Colonia, que ha persistido en el moderno Pakistán. Su territorio tiene 600 kilómetros cuadrados, cerca de 100 kilómetros de largo por casi 60 de ancho, con una población de unos 25.000 habitantes-súbditos y ejército propio.
En la frontera de su “finca-estado” pasamos el control armado y, después otros tres puestos de control hasta llegar al poblado de Dureji, en el medio del desierto pero con una casa para huéspedes muy acogedora rodeada de un jardín inglés con césped.
Nos acomodamos Dennis y yo, cada uno con dormitorio y baño separados, tomamos el té en el jardín y nos fuimos a probar los rifles. En mi caso, el Rémington .270 que me había prestado Boothani. Después cenamos y nos marchamos a la cama para levantarnos mucho antes de ser de día.
¿LLEGARÍA EL PRIMER ÍBICE?
Siguiendo el reparto de territorio y el plan establecido por Boothani salió Dennis a cazar el íbice en una montaña situada al este de Dureji, y yo marché a por el urial de Blanford (Ovis Orientalis blanfordi) al oeste.
Yo iba acompañado de dos soldados de Boothani y seis guías-cazadores, comandados por un tipo delgado, bajito, de edad indefinida pero superior a 60 años, de nombre Akbal, y que era obedecido ciegamente por toda la partida.
Sospechosamente, le faltaba el dedo meñique de la mano derecha. Como segundo iba Mustafá, un joven moreno, de nariz aguileña, bigote y mirada fría y decidida, que probó ser un magnífico guía.
Salimos a las 06:00 horas en coche y comenzamos a caminar a las 06:30 horas, todavía entre dos luces. Vimos una hembra con cría, y más tarde otra también parida, un grupo de dos machos sin relevancia y otro de cinco con uno bueno (dijeron que medía 28 pulgadas), al que tuve un buen rato atravesado a unos 100 metros y no quise tirar.
Más tarde vimos varios más sin interés, hasta que observamos uno, ya echado en la sombra de una raquítica acacia (la vegetación local consiste en esa pequeña acacia que apenas llega a árbol y otro arbusto leñoso).
Le eché el larga vista y comprobé que era muy bueno, por lo que tomamos posición en una peña, panza abajo, esperando que se levantara. Yo no me encontraba a gusto con la distancia, a pesar de que ellos decían que era de unas 250 yardas.
Para mí no bajaba de 350 metros, pero les hice caso y, cuando se puso de pie, le metí en la cruz del anteojo y disparé, dejándole el tiro bajo. Salió corriendo, y en su carrera le disparé otra vez, fallando sin excusa alguna. Ni siquiera la de que el visor estaba puesto a 200 metros.
Al poco vimos otros dos borregos metidos en el solapo de una peña, a la sombra, pues ya calentaba de lo lindo. Cuando intentábamos el acercamiento (los habíamos visto desde al menos un kilómetro) topamos con otro que se encamó en la grieta de unas peñas grandes.
Y Akbal decidió que íbamos a por él. Dimos un buen rodeo, con el aire de cara, hasta situarnos en otra peña y tomar posición panza abajo. Tiraron piedras, hicieron ruido, se pusieron de pie… pero el urial no salía.
Akbal decidió acercarse hasta la peña de enorme grieta, donde le habíamos visto meterse. Llegó allí, tiró piedras, pero no hubo respuesta alguna. Nada de nada. A todo esto, mi grupo, incluido yo, nos encontrábamos de pie, sin recato alguno (pues pensábamos que el bicho no estaba allí). De repente, a la tercera piedra que lanzó en la grieta se oyó un ruido y las voces de Akbal anunciando la salida del urial. Gran revuelo.
Me encaré el rifle y, de pie, le solté tres tiros según se alejaba corriendo como un poseso, fallando clamorosamente. Me tumbé en la peña con mi mochila para apoyarme, lo metí en la cruz y, ya en las chimbambas, cuando hizo la fatal paradita, le solté mi último cartucho y lo agarré en medio del costillar.
Corrió otros 20 metros y cayó muerto. Al pararse, se cruzó para mirar hacia atrás, presentándome todo el flanco derecho. Y levantando la cruz una cuarta por encima del lomo, le pegué en medio del costado. Yo calculo que a unos 350 metros. Pero eso sí, no solo apoyado, sino tumbado en una peña y con la mochila para apoyar el rifle. Eran las 12:00 horas, había 30° C a la sombra y estábamos a 550 metros de altitud.
Le hicieron Halal a todo correr y lo trajeron a donde yo estaba con el resto de la ‘’banda’’ (nueve personas en total). Tomamos fotos, repusimos fuerzas y reemprendimos la marcha bajo un sol de justicia, llegando al coche a eso de las 16:00 horas.
El “bicho” tenía más años que Matusalén. Sus dientes eran pequeños vestigios de unos incisivos completamente gastados, estaba flaco y los cuernos (26 pulgadas, pero simétricos y con la forma típica) estaban revenidos y con las bases más estrechas que el resto del cuerno.
Además de tener el cuerno izquierdo roto, a tres centímetros de la cepa, como con una muesca de cuatro centímetros, sin la funda del cuerno. En opinión de los guías y del dueño de la finca, nunca habían visto un urial tan viejo, estimándole más de 16 años. Lo cierto es que los cuernos estaban tan gastados que era imposible determinar la edad.
En la casa encontramos que Dennis ya había regresado con un bonito íbice, por lo que le felicité y escuché la narración de su cacería. Más tarde cenamos con Faisal, el guía de Kaan, simpático pakistaní que acompaña cazadores y había estado conmigo todo el día.
Y después de un trago de whisky de la botella que sacó mi compañero, nos fuimos a la cama pronto, pues el trabajo de la sierra estaba pasando su tributo.
LO MEJOR AÚN ESTABA POR LLEGAR
Antes de las 05:00 horas del día siguiente nos llamaron para desayunar, y antes de las 06:00 horas estábamos camino yo del cazadero de íbices y Dennis del de los uriales.
A las 06:30 horas dejé el coche para empezar la escalada y saqué ánimos como pude, pues preveía que era el comienzo de otra jornada agotadora. Enseguida vimos íbices, intentamos acercarnos sin éxito. Perseguimos a ese grupo formado por unos 40 machos durante más de dos horas.
Todo en vano, pues mis diez acompañantes y yo les dábamos el viento y no había forma de acortar la distancia, que se mantenía en más de un kilómetro.
Los empujamos (pensé que íbamos a expulsarlos del país), hasta que Akbal, jefe de la banda, decidió enviar a cuatro de sus hombres, corriendo como posesos, hasta conseguir que se diesen la vuelta. La maniobra fue bonita, pero inútil. Algunos “bichos” dieron la vuelta, pero, como el resto de la partida les dábamos el aire, se volvieron y algunos se les colaron entre los ojeadores.
Otros siguieron con reticencia hasta que obligados avanzaron hacia nosotros hasta una distancia de unos 400 ó 500 metros, cuando se lanzaron al galope orillándose a nuestra derecha para ocultarse con mucha inteligencia tras una loma, desapareciendo del mapa a una distancia inadmisible para tirar a la carrera.
Cuando llegaron los ojeadores, se armó un Belén de cuidado. A grito limpio y todos a la vez comenzaron una disputa que yo pensé que terminaría a puñetazos.
Pero no, me equivoqué, era un simple cambio de impresiones, preludio de una fumata de cigarrillos colectiva (les chifla fumar, ¡la próxima vez me vengo con diez cartones para regalos!), a cuyo término, bajo un sol implacable, salieron seis de ellos a ojear otra sierra, yéndonos nosotros a tomar posición en el paso montañoso que ellos sabían.
Al poco rato apareció una hembra seguida de un machete y de muchos “bichos” más. Pasaban por debajo de nosotros, a unos 80 metros y con un desnivel de unos 50 metros. Todos hacían lo mismo: venían en fila, llegaban a una peñita, saltaban encima de ella, se paraban unos segundos para mirar a los lados (nunca hacia arriba), saltaban y seguía la fila.
Así hasta que llegó uno grande, al que le solté el tiro. Le pegué, saltó de la peña, pero no siguió la fila. Se alejó 30 metros y cayó pataleando. Le había alcanzado desde arriba en el lomo y el tiro le salió por detrás del brazuelo derecho en un disparo sesgado desde atrás y arriba. Por muy poco no le dio en la espina dorsal, como al ibex alpino de Miesenbach.
Abrazos y vítores, fotos y medidas: 42 pulgadas ambos cuernos con 8,5 pulgadas las bases. Al final, como después determinaron mi amigo americano y el dueño de la finca, era el sexto del mundo según el SCI.
Me pidieron permiso ‘’mis 12 muchachos’’ para comerse el cabro. Y se lo di a cambio de que antes le quitaran mi trofeo y comieran rápido.
Lo abatí a las 12:30 horas y a las 15:30 comenzamos el descenso desde una cota de 700 metros hasta el coche, en un descenso que duró dos horas. Fue destacable la pinta de ‘’mis muchachos’’, en especial de uno que tenía 75 años y aguantó como el mejor. En las fotos quedó muy bien con su turbante y su barba blanca.
Al regresar a la casa nos esperaban el dueño y Dennis tomando el té y midiendo el bonito urial abatido por éste, quien enseguida me dijo que iba a ocupar el puesto 15 ó 16 de todos los Blanfordi. Estaba contentísimo. Le felicité doblemente por tan notable éxito.
Al día siguiente entregamos dinero a Boothani para que repartiese propinas entre su gente, pues, según nos dijo el organizador, no le gusta que los cazadores las entreguen directamente a sus empleados. A continuación, montamos en el coche para ir a Karachi.
DE VUELTA A ESPAÑA
El camino de regreso lo hicimos por la misma ruta que la llegada, pues no hay otra. Casi todo el trayecto de Dureji a Lasbela transcurre por terreno de los Boothani, y están poniendo firme asfáltico a la carretera, todavía de tierra.
Encuentras grupos de cuatro o cinco hombres trabajando en algunos tramos troceando rocas con un mazo, acarreándola hasta el lecho de la carretera o esparciéndola con canastos y azadas para luego pasar una máquina apisonadora.
En tramos ya estaba regada con asfalto y tenía una anchura que apenas permitía cruzarse a dos coches. La obra la realizan toda a mano, con métodos medievales, con la excepción de la apisonadora y algún tractor.
En Karachi me instalé en el hotel Mehran y comí con Dennis mientras iban a buscarle el billete de avión para Islamabad, desde donde continuará a Chitral para cazar el íbice del Himalaya.
No habíamos terminado cuando se presentó Faisal para recogerle con urgencia, pues solo contaba con una hora para llegar al aeropuerto y embarcar. Nos despedimos con afecto, pues ambos habíamos disfrutado de nuestra compañía y quedamos para seguir en contacto, entre otras cosas por haberme convertido en miembro de la asociación de cazadores OVIS, de la que Dennis es fundador y presidente.
Mi avión de la Turkish Airlines despegó a las 04:50 horas del día siguiente y sin novedad me llevó a Estambul. Como me restaba una espera de siete horas, me fui a la ciudad y aproveché para curiosear en el Gran Bazar y comprar una bonita alfombra kurda.
El vuelo a Madrid de Iberia, con escala en Barcelona, fue bueno, pero demasiado largo, pues llevaba muchísimo viaje encima.
José Madrazo