¿Qué son las toradas de perdices?

El calor aprieta y las patirrojas se afanan en visitar fuentes y otros puntos de agua en los que calmar su sed. Antaño, este hecho era aprovechado por algunos para engrosar sus jauleros gracias al empleo de la red, un método que, afortunadamente, actualmente no está permitido por la legislación vigente.

No corre ni una “mijita” de aire cuando me apeo del vehículo. El sol se encamina a buscar su cotidiano descanso y un gajo de luna se insinúa en el cercano olivar en el que el verde de los olivos contrasta con los tonos ocres y pardos del pasto de la dehesa.

Los últimos vestigios de la pasada primavera ya se esfumaron, pues los tórridos días de este mes redujeron la glauca hierba del encinar a amarillentos y escuálidos pastos.

Es julio un tiempo duro para nuestras patirrojas, que aprovechan la sombra de las grises encinas para mitigar las calores de las largas jornadas buscando, en ocasiones al amparo del tupido monte, remedios para las agotadoras temperaturas.

El bando, numeroso en sus comienzos, irá mermando poco a poco, pues sus implacables enemigos, entre los que se cuentan el zorro, el meloncillo, la gineta, y alguna que otra rapaz, habrán impedido que más de un perdigoncillo alcance su mayoría de edad.

¿QUÉ SON LAS TORADAS?

Años atrás, cuando nuestra perdiz gozaba de envidiable “salud”, eran frecuentes en fincas de alta densidad de patirrojas las llamadas toradas, que no eran sino bandos de ocho o diez machos reunidos que pasaban parte del verano juntos, soliendo durar esta camaradería hasta casi entrado el celo.

En estas “torás”, como se solían castizamente llamar, había machos denominados “monjes”, cuyas hembras estaban incubando, también “solteros”, que no consiguieron acollerarse, y “viudos”, que, aunque tuvieron pareja, por un motivo u otro se quedaron sin ella.

Actualmente, existe una mayoría de cotos donde la perdiz está “sembrada” y en ellos son frecuentes las sueltas y la repoblación con ejemplares de granja.

Desconozco cómo procederán estos pájaros en similares circunstancias que las del campo, así que nos limitaremos a dejar para otro momento la opinión sobre la referida camaradería que se establece en las autóctonas.

Con los calores de julio se producirá la muda, tanto en nuestras perdices enjauladas como en las camperas. En estas últimas, el proceso será más rápido, ya que la naturaleza, que es sabia, acelera en ellas el pelecho para evitar que la merma de facultades físicas que este estado origina les traiga desagradables consecuencias.

EN BUSCA DEL PRECIADO LÍQUIDO 

En las fincas en las que nuestra patirroja está cuidada, hay instalados bebederos y comederos que posibilitarán que puedan atender sus necesidades más perentorias en un tiempo en el que escasea el agua y el alimento no abunda.

En estas fincas se tienen bien controlados tanto la comida como el preciado líquido para evitar contaminaciones y contagios que no conducirán más que a ocasionar enfermedades y bajas en la reina de nuestros campos.

Afortunadamente, en estos tiempos está desterrada la costumbre de antaño de poner la red.

Durante los meses del estío, en julio y agosto, era frecuente fabricar cerca de los aguaderos un chozo pequeño con cabida para una o dos personas, que, ocultas y con un red tendida y camuflada junto al aguadero, provista de una cuerda que llegaba hasta el chozo y sostenida por sus ocupantes, estaba preparada para tirar de ella cuando iba a beber cualquier tipo de ave que necesitase paliar su sed: carboneros, herrerillos, mirlos, rabilargos y hasta bandos de perdices frecuentaban estos lugares.

Tras el tirón, la red caía inexorablemente sobre estos animales, privandoles de la libertad primero y de la vida después. Hubo entonces muchas capturas de perdigones por este sistema, los cuales solían ser criados, si sobrevivían, y vendidos con posterioridad a los pajariteros, engrosando de este modo sus jauleros y aportando savia nueva a esa afición que en aquellos momentos no estaba legalizada.

Afortunadamente, hoy el cazador de reclamos está más comprometido que nunca con la legalidad y suele huir de estos chanchullos que no conducían más que a la expoliación y la merma en nuestros campos de perdices que entonces, como ahora, serían y son la alegría y el gozo de nuestra afición favorita.

Manuel Jerónimo Lluch Lluch

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