El paisaje de Europa está cambiando a un ritmo del 5 % por década, pasando de campos a bosques y de bosques a pastos, o viceversa.
Esta transformación, en líneas generales, suele implicar un aumento de la superficie forestal y de los cultivos de regadío, particularmente del maíz.
Por su parte, la agricultura se moderniza, y la intensificación puede dar lugar a monocultivos, pérdida de linderos y mayor uso de fitosanitarios.
Todo ello determina cambios en el hábitat disponible para la caza: aumentan los bosques y se pierden agrosistemas cerealistas tradicionales.
Esto tiende a beneficiar a unas especies, principalmente cérvidos y jabalí, mientras perjudica a otras, como perdices y liebres.
Las consecuencias de este fenómeno son múltiples. Por una parte, los daños a la agricultura se multiplican por el incremento exponencial de las poblaciones de especies-problema, como el jabalí, pero también como consecuencia de la mayor vulnerabilidad de determinados cultivos a los daños producidos por la caza.
Por otra parte, los propios cultivos ofrecen alimento casi ilimitado a estas especies de caza, y en algunos casos incluso les proporcionan refugio.
De esta forma, nos encontramos ante un problema circular, en el que los cambios en el medio, determinados en parte por la agricultura moderna, favorecen el desarrollo de especies de caza que a su vez generan cada vez más daños.
¿CÓMO ROMPER ESE CÍRCULO?
Las soluciones pasan esencialmente por dos ejes: o reducimos las poblaciones de especies causantes de daños o protegemos los cultivos.
Lo primero es fácil de escribir pero muy difícil de lograr en la realidad. Si en España ya se cazan más de 300.000 jabalíes por temporada (al menos eso indican los datos pacientemente recogidos por nuestro incansable amigo José Luis Garrido), quiere decir que contamos con una población superior al millón de jabalíes.
De continuar con el ritmo de crecimiento actual, serán dos millones en tan solo diez años. Esta tendencia no es única de España.
Al contrario, en toda Europa (salvo situaciones locales muy particulares) se registra un crecimiento continuado de las poblaciones de jabalí y de cérvidos.
Los cambios en la gestión cinegética de estas poblaciones son urgentes y necesarios para evitar que las situaciones de ‘sobreabundancia’ den lugar a problemas no solo para la agricultura, sino para el tráfico rodado, el medio ambiente, la salud pública y la sanidad animal.
Siendo realistas, bastante habrá con lograr estabilizar las poblaciones y cortar la tendencia actual.
La segunda opción, seguramente complementaria a la anterior, pasa por proteger los cultivos, por ejemplo mediante vallados, evaluando mejor qué cultivar dónde, y desarrollando sistemas de prevención. Pero cuidado: no todo vale.
La alimentación disuasoria, que consiste en ofrecer alimento atractivo en lugares alejados de los cultivos más sensibles, es un error en el que no deben caer ni agricultores ni cazadores.
Es pan para hoy y hambre para mañana, y no cuenta con evidencias científicas sólidas que la justifiquen.
En este contexto también surgen algunas oportunidades. Por ejemplo, oportunidades para la colaboración entre cazadores, agricultores y científicos para el desarrollo de estrategias de mitigación del problema de los daños, o de los problemas asociados a la sobreabundancia en general.
Y oportunidades también, nada despreciables, para defender la figura del cazador ante una sociedad cada vez más sesgada por el ‘síndrome Bambi’.
La caza cumple una misión importante en el ecosistema, consistente en contribuir a la regulación de especies que, de no ser por la caza, se multiplicarían sin control.
Christian Gortázar
Instituto de Investigación en Recursos Cinegéticos (IREC, CSIC-UCLM-JCCM)