La idea de introducir el oso polar (Ursus maritimus) en el Antártico surgió hace décadas en Norteamérica, donde el espíritu ecologista unido a la mentalidad metodológica y científica están muy arraigados desde hace más de un siglo.
La organización AMAZING (Asociación Mundial de Acuarios y Zoológicos de Investigación No Gubernamentales) lleva 17 años realizando los estudios previos, experimentos y pruebas piloto para introducir una población estable de oso polar en la península antártica. Esta es su historia.
El detonante fue tanto el retroceso de las poblaciones de oso polar, debido al cambio climático, como la simple cuestión que cualquier persona interesada en ecología puede plantearse ante la situación de que una especie tenga –aparentemente– un hábitat potencial mucho mayor que su biotopo, es decir: un área natural con potencial para su desarrollo mayor que el área real en que dicha especie se encuentra distribuida en el mundo.
Y así surgen preguntas como ¿por qué no hay osos polares en el Antártico?, ¿por qué no hay pingüinos ni focas leopardo en el Ártico?, etc., etc.
A veces será erróneo creer que son biotopos equivalentes aquellos que comparten muchas características externas y aparentes, como puede ocurrir si consideramos iguales entre sí todas las selvas tropicales o, en el tema que aquí tratamos, las dos áreas polares del Globo.
Por ello la idea de introducir en el Antártico al mayor depredador terrestre del Ártico –y del Globo, si a tamaño nos referimos– enseguida generó una gran oposición científica argumentada, aunque no unánime; y, sobre todo, enormes dificultades técnicas y económicas –siempre sobre el papel y sin pruebas experimentales–, las cuales sumieron el posible proyecto en un extenso debate de pros y contras –impedimentos geoclimáticos que harían inviable como hábitat la Antártida en verano, riesgos ecológicos por las nuevas relaciones interespecíficas– con argumentos científicos más o menos fundados y contrastables, pero que acabaron por desgastar y relegar casi al olvido la propuesta; si bien cada pocos años hay una reiteración anecdótica de la idea desde todo tipo de ámbitos: desde el activismo ecologista, algunos científicos y naturalistas, y no pocos grupos de intereses cinegéticos.
Para facilitar y resumir las objeciones a la posible introducción del oso polar en el Antártico, se pueden leer, entre varias otras cuestiones, las argumentadas en:
www.polarbearsinternational.org/about-polar-bears/what-scientists-say.
Sin embargo, hoy podemos ver todo esto ya como ‘historia’, gracias al empeño y buen hacer de un grupo de personas que, bajo el liderazgo de AMAZING (Asociación Mundial de Acuarios y Zoológicos de Investigación No Gubernamentales), realizaron los estudios previos, experimentos y pruebas piloto a lo largo de 17 años, que han culminado hoy con una población estable de oso polar en la península antártica.