Era la última especie que necesitaba el autor para completar su colección de cabras admitidas por la organización norteamericana de caza de montaña, un mestizo de cabra doméstica y de íbice bezoar, que habita en unas pocas quebradas rocosas de Turquía. Aunque cinegéticamente el “cabro” en cuestión no tenía otro interés para el protagonista, aprovechará para cazar otras especies más de su gusto.
Con la cacería de este animal completaría mi colección de trofeos de cabra, pues era la única que me faltaba para totalizar todas las subespecies cazables admitidas por OVIS, organización norteamericana de caza de montaña que se ha consolidado como el referente de los caprinos entre los cazadores.
Siendo una subespecie que solo se da en Turquía, contraté la cacería con la organización turca Shikar Safaris, con la que había cazado en repetidas ocasiones, añadiendo otros animales para hacer una expedición más atractiva.
Tengo que decir que el íbice en cuestión me interesaba tan solo para terminar la lista, pero no por conseguir el trofeo, pues considero que es un producto de marketing, un híbrido como le han denominado, que nunca llega a la majestuosidad del íbice aunque su hábitat haga de la cacería un capítulo de mucha exigencia física.
El cabro es un mestizo de cabra doméstica y de íbice bezoar, que habita en unas pocas quebradas rocosas de Turquía, donde no pueden llegar los perros de los pastores que siguen apacentando sus rebaños de cabras domésticas por la zona.
Alguna vez perdieron una cabra que se apareó con una bezoar, y luego otra y otra, así durante tiempo, dando lugar a unos puñados de cabras mestizas que se defienden en unos farallones de difícil acceso, en zonas limítrofes a los campos donde pacen las domésticas.
Esta subespecie fue descubierta conjuntamente por OVIS y los avispados organizadores turcos, y a continuación debidamente comercializada como otro animal para añadir a las listas de trofeos. Si esto sigue así, añadiendo especies cimarronas, asilvestradas, domésticas hibridadas con animales montanos, etc., no vamos a tener tiempo de repetir las cacerías auténticas, de especies genuinamente silvestres.
UN VENADO Y UNA HIENA COMO “TELONEROS”
Por coincidir con la temporada de berrea comencé cazando, guiado por Serkan, un gran venado en las montañas de Sündiken, subespecie que el Safari Club International denomina como Anatolian o Turkish Red Stag y que, siendo un ciervo, tiene el tamaño y los kilos de un maral.
Es un venado por la forma de los cuernos y por su bramido, igual al de nuestros venados y diferente, por tanto, del silbido que producen los marales.
Hice una cacería divertida, en sierras duras con monte de roble, encina y pino, con la berrea en su momento álgido y logré un bonito venado, aunque la mayor sorpresa y mejor trofeo fue una hiena asiática, en la denominación del SCI Asian Striped Hyena, (Hyaena hyaena hyaena), que conseguí en el segundo encuentro que tuvimos con ella.
Resultó ser un macho que vimos una tarde, lejos, en la ladera de enfrente y ya atardeciendo, por lo que no pude tirarlo. De buena mañana, al día siguiente, volvimos a ver a la hiena esta vez muy cerca, corriendo barranco abajo; cruzó el regato y se detuvo para mirarnos desde una distancia de unos 300 metros. Apoyé bien y la alcancé.
El game scout estaba feliz pues dijo que eran muy dañinas y peligrosas incluso para el hombre cuando iban en grupo. Es un animal de talla menor que la africana y medí su cráneo, que sin pelar dio 8 ½ pulgadas de largo y 5 ½ de ancho. Lo celebramos en el pueblo de Mihalecçi, centro urbano de la zona de Sündiken.
Volé de Ankara a Estambul y de allí a Adiyaman, donde iba a cazar con otro equipo de gente la famosa cabra híbrida bezoar. En el aeropuerto de Estambul me encontré con el intérprete, Engin, que me habían enviado desde las oficinas de Shikar Safaris en Antalya, para acompañarme en el vuelo y la cacería en Adiyaman.
Nos esperaba el PH, Çemçil, para llevarnos al hotel Antiochos, en el centro de la ciudad, donde estableceríamos la base para los días que durase la cacería. Me instalé en un cuarto bueno y limpio del hotel, que era moderno y tenía tres estrellas.
POCO HYBRID BEZOAR
Esa misma tarde salimos de caza, llegando al cazadero en una media hora de coche, y otra media hora a pie. Una sierra a ambos lados de un pequeño arroyo, una quebrada muy profunda y ancha, con paredes rocosas, cortadas y fondo poblado de chaparro de encina muy tupido.
Me acompañaban el PH, intérprete, game scout local, alcalde del término municipal donde cazaríamos y otro paisano del lugar. Del fondo de la quebrada a lo alto de la peña había entre 200 y 300 metros de caída vertical, según las zonas, con escarpadura de muy difícil ascensión (por lo que al siguiente día la atacamos por detrás siguiendo un sendero durante una hora).
Solo vimos hembras y chivos. Una de ellas negra como las domésticas, la mayoría pardas como las bezoares, y algunas con cuernos pero mayormente sin ellos. También divisé a última hora a un machete, de unos cuatro o cinco años en lo alto del farallón, al que no tiré.
Regresamos a Adiyaman y cenamos todos juntos en un restaurante del centro, Karavan Seray, muy popular al parecer pues estaba de bote en bote. Cené unos pinchos braseados de pollo que estaban buenos pero deslucidos por el refresco de naranja con que tuve que regarlos.
Pedí una cerveza y descubrí que regía la ‘ley seca’ de la Turquía profunda por lo que cambié el chip y me reservé para el hotel, que estaba más occidentalizado y tenía un bar debidamente surtido.
Al día siguiente salimos a las 06:30 y al llegar al cazadero dejamos el coche en manos del alcalde y el lugareño, que se fueron a un observatorio en la ladera este del cañón, el mismo que cazamos el día anterior, mientras que el PH, intérprete, game scout y yo ascendíamos a pie por la cara oculta de la ladera oeste del cazadero.
El game scout, de sesenta y cinco años, lo pasó mal para subir y tuvimos que esperarlo varias veces, aunque el PH ponía mala cara pues, al parecer, le gustaba ir deprisa. El día anterior tuvo que llamarle la atención el intérprete, que pensó que yo me iba a cansar por el ritmo que llevaba.
Hoy sabe que no es el caso. Tuvimos una hora de marcha por un sendero que llegaba a la cresta del farallón, con el sol naciente pegándome en la cara desde que estábamos casi arriba. Como a 300 o 400 metros de la cima, vimos a tres machos caminando de izquierda (norte) a derecha (sur) y nos tapamos hasta que desaparecieron.
Se bajaron hacia el fondo del barranco, en zona totalmente arbolada, con chaparros de encina de una altura de unos 2 o 3 metros, formando una alfombra vegetal completamente tupida que no permitía ver lo que se moviera o estuviera debajo de ella.
Coronamos y, con sumo cuidado, desde unas peñas divisando el precipicio y el cañón, comenzamos a buscar con los prismáticos. En una hora habíamos localizado a los tres machos, que seguían juntos. Tomé posición para disparar y esperé las indicaciones de Çemçil.
Aparecieron dos machos, caminando en un clarito de un metro, pero me dijo que el grande estaba escondido y que esperara. Al rato salió el grande (que no me pareció tan grande) y se tumbó encima de una peña que sobresalía del arbolado.
Lo tenía a 220 metros, con una caída de unos 150 metros, dándome la cabeza y el lomo, en escorzo hacia la izquierda. Ofrecía un blanco de unos 20 cm y decidí disparar. Eran las 08:00 aproximadamente, apunté bajo y pegué bajo, en la peña, cerca de las patas traseras.
Vi el rebote de la bala en la peña y cómo el macho se tiraba de cabeza al bosque y luego corría (cuando pasaba en pequeños claros) hacia el fondo del barranco. Por teléfono los dos de la ladera opuesta (alcalde y lugareño) dijeron que iba herido en una pata y, después de comer el bocadillo, sin agua pues no habían subido suficiente, echamos dos horas buscando con prismáticos desde arriba, hasta que decidieron que descenderíamos a buscar su rastro.
La bajada fue penosa, descenso por rocas peligrosas, vegetación espesa de carrasco que te pinchaba y rasgaba la ropa, un desastre y acabé harto, cansado y con humor de perros. Buscamos rastros sin encontrar sangre ni vestigios, quizás por estar buscando en sitio equivocado o porque no había nada.
Nos detuvimos y llegó el alcalde desde la otra ladera para buscar donde él decía que había visto al macho, pero tampoco encontró nada y salimos caminando hasta el arroyo (una vieja estación de bombeo de agua para abastecimiento del pueblo cercano), donde nos detuvimos para beber agua de un manantial y reponer fuerzas hasta las 15:30, que caminamos hasta el coche (media hora de paliza).
En coche fuimos a otras dos sierras en busca de machos. Solo vimos hembras, y pocas, muchas menos que en la sierra de la mañana. La impresión que tienes es que el territorio está sobrecazado o de que no existe la denominada Hybrid Bezoar.
Posteriormente el alcalde nos dijo que llevan diez años cazando esta especie en estas sierras y que han matado ciento treinta machos en total, pero que hay muchas y no existe peligro de extinción.
Puede que sea cierto pero se ven pocos animales y las zonas donde viven son pequeñas en extensión. Son escarpaduras en cañones de pocos kilómetros y yo creo que a los lugareños les viene muy bien la caza por el turismo cinegético y no creo que las cacen, pero los tres outfitters que venden este trofeo a extranjeros han acabado con lo poco que había grande.
EL ÚLTIMO EJEMPLAR DE LA COLECCIÓN
El tercer día de caza salimos en coche a las 06:00, dejamos el todoterreno donde la mañana anterior y subimos caminando al mismo sitio. Engin, el intérprete, que le gustaba ir ligero de peso, le endosó la mochila al game scout y subió con las manos en los bolsillos. Yo llevaba mi mochila con mi botella de agua, y el rifle me lo llevaba el PH.
Cargué mi ración de agua para no quedarme al seco como el día precedente, que la llevaba el tal Engin y debía ser escasa pues se la bebió toda él. Daba pena ver al viejo game scout acezando y quedándose para atrás, mientras Engin, sudando por la falta de costumbre, iba sin nada a la espalda.
En la caza de montaña generalmente el intérprete es un estorbo, inevitable a veces si el PH no habla una lengua que tú entiendas, que apenas camina pues no está habituado, y que la mayor parte de las veces ni es montañero ni cazador, constituyendo un enredo y una fuente de ruidos.
Estuvimos en lo alto buscando con prismáticos sin ver nada, salvo un machete que no quise tirar, a pesar de la presión de mis acompañantes, más deseosos que yo de terminar cuanto antes. El intérprete, cosa rara por lo general, vio un macho, nos lo enseñó y medí distancia.
Estaba de pie, sobre una peña que sobresalía del bosque, cerca de la que ocupaba el macho al que disparé ayer. Estaba a 170 metros, calculo que con caída de unos 100 metros, por tanto a unos 70 o 100 m de distancia teórica para apuntar.
Me pareció chico pero adulto y como estaba harto de buscar y con una paliza física importante, decidí probar y terminar de una vez con la última cabra de las tipificadas como cazables por OVIS. La cabra se puso de pie, bajó de la peña, y quedó en un clarito dándome la trasera completamente en línea conmigo.
Se le veía perfectamente todo el lomo desde las ancas a la cabeza, en una especie de rectángulo de unos 100 x 20 centímetros. Con buen apoyo del rifle sobre mi mochila encima de la roca, con reposo perfecto para el codo derecho en la peña, apunté a las ancas y disparé. Le pegué en el lomo y cayó como un trapo tapada por los arbustos.
Dejamos pasar unos quince minutos para descansar y tomar referencias, y descendimos el PH, el intérprete y yo, dejando al game scout en lo alto para darnos indicaciones por señas (el teléfono móvil no tiene alcance en el barranco).
Penosamente bajamos, una paliza como la del día anterior, y con poca o ninguna ayuda del game scout dando referencias, pudimos, tras búsqueda larga, dar con el Hybrid Bezoar muerto en el sitio, con la columna vertebral rota. Tenía la entrada de la bala a mitad de la columna, con salida por el esternón, entre las patas delanteras.
Tenía siete años y me dejó satisfecho por la escasez de animales y lo duro del terreno, pero no era trofeo para culminar con gloria la colección de todas las cabras cazables del mundo. No obstante me sentí feliz por haberlo conseguido.
Fotos, medición y penoso descenso hasta el arroyo con el game scout, mientras los demás se quedaban pelando el animal. Tres horas de marcha, la última a oscuras, pues aunque había luna en cuarto creciente todavía era muy chica. Gracias a la ayuda de mi linterna pude llegar al coche sin despeñarme.
Y JABALÍES COMO COLOFÓN
Dando por concluida la cacería, al día siguiente desayuné con Engin y Çemçil, que me llevaron al aeropuerto y me ayudaron con el papeleo, nos despedimos y embarqué solo para Estambul y Antalya, a donde llegué por la tarde.
Para esta cacería llevaba mi Blaser 7mmRM, con visor Swarowski 3-12×56, y 20 cartuchos de 170 grains, y debo decir que resultó muy sencillo y rápido el trámite con la Policía en todos los aeropuertos, tanto a la salida como a la llegada.
Tardabas más en rellenar los documentos que en despachar con los policías, que generalmente eran agradables y se interesaban por la caza. Encontré a Serkan esperándome para ayudarme en el papeleo y llevarme a casa de sus tíos en un pueblo próximo a Antalya, donde, sentados a la puerta de la casa, tomamos un té y nos reunimos con quienes nos iban a acompañar a cazar jabalíes: el game scout y dos primos de Serkan, hijos de los señores de la casa.
Me gustó conocer una familia de aldeanos, que viven en una casa de campo, una granja de campesinos, no muy ricos por lo que parecía, pero acogedores y simpáticos. Sostuvimos una animada conversación, con ayuda de Serkan como intérprete, y aprendí cosas de campo y de caza. Los cebaderos, con maíz para los marranos, los habían puesto los primos y dijeron que uno muy grande estaba entrando cada noche a las 21:00. ¡Me encantó oírlo!
A las 20:30, de noche cerrada pero con luna (media en creciente) salimos a cazar en coche, desplazándonos en auto hasta llegar a una distancia de unos 300 o 500 metros del cebadero, donde dejamos el vehículo y fuimos caminando sigilosamente y con buen aire de cara.
A unos 100 metros nos descalzamos y seguimos caminando solo con los calcetines, que fue duro pues había chinarros que se clavaban en los pies. Nos detuvimos a unos 40 metros del cebadero, buscamos con visión nocturna pero no había guarro.
A pie firme primero y luego sentados en el suelo, estuvimos de aguardo desde las 21:00 a las 22:30 sin que entrase el jabalí grande que llevaban viendo más de un año y al que clientes cazadores habían disparado y fallado en cuatro ocasiones. Esperamos sin éxito, quizás por la luna, que brillaba fuerte y eso no les gusta a los macarenos.
OTROS INTENTOS
Regresamos al coche y fuimos a visitar otros dos cebaderos. Repetimos la estrategia de caminar descalzos en la aproximación final, pero tampoco había cochinos, y regresamos al primer cebadero. Desde lejos el primo de Serkan, que nos guiaba, oyó un marrano; igualmente lo oyó Serkan y finalmente yo también. Incluso cruzamos un rastro de fuerte olor a almizcle, marrano viejo macho.
Extremando el sigilo nos aproximamos hasta donde habíamos estado de aguardo dos horas antes, y allí estaba un cochino comiendo maíz y haciendo algo de ruido al masticarlo. Me pusieron el trípode de palos (forrados de tela para evitar ruidos, consistente y muy estable), sobre ellos el pesado rifle de Serkan (Sauer del 7mmRM, bala Norma de 170 grains) y visor nocturno ruso.
Metí al jabalí en la cruz, con punto rojo iluminado. Estaba de cara a mí, algo escorado, ofreciendo la carrillera izquierda y el costillar, con la cabeza baja por estar comiendo. Apunté a la base de la paleta izquierda, pegado al cuello, y lo derribé del disparo.
Fuimos a él y estaba vivo pero con el cuello roto. Lo rematé en el suelo con tiro al corazón. Otra vez, por disparar a tan corta distancia, con el proyectil todavía en subida, mi bala impactó más alta de lo que yo apunté, pero afortunadamente le enganchó la columna, en la base del cráneo, y quedó en el sitio.
Fotos y abrazos aunque no era el gran macho que ellos esperaban. Era otro buen jabalí macho pero no tan grande como el buscado.
Fuimos otra vez a los otros cebaderos, y en uno había un guarro. Repetimos la jugada y le disparé, enganchándole creo que en la tripa. Salió corriendo y se tiró por un barranco, al que lo siguió Serkan.
Regresó a toda prisa pues lo oyó chascando los dientes, metido en la espesura, donde, con la noche cerrada y apenas sin luna ya, le dio miedo seguir buscando. Intentamos que se moviera arrojando piedras, sin conseguirlo, por lo que regresamos al coche y me llevaron al hotel Dedeman en Antalya para dormir, donde ya tenía reservada habitación. Me acosté nada más llegar, a las 3:30.
Temprano llamé a Sendogan, director de logística de Shikar Safaris para que me cambiara el billete con Turkish Airlines y volar a Madrid ese mismo día.
Muy amable y dispuesto, me llamó a las dos horas para confirmar que estaba cambiado, que volaría de Antalya a Estambul y de allí a Madrid. A las 12:00 me recogió en el hotel para llevarme al aeropuerto.
El hotel Dedeman está bien, cuatro estrellas, es muy moderno, buena habitación y bastante bien decorado, pero es demasiado grande y, aunque la piscina, jardines, etc. están bien, hay demasiada gente en el comedor.
Está situado en primera línea de costa, con playa y acantilado, y desde mi habitación había una vista magnífica del mar, la costa, las montañas del otro lado de la gran bahía… Muy bien.
En el aeropuerto me esperaba Serkan con los colmillos del jabalí limpios para que me los llevara conmigo a casa, y para despedirme y ayudar, junto con Sendogan, en el papeleo de salida.
Mi vuelo a Estambul y Madrid fue bien, aunque un poco justo de tiempo para hacer la conexión en Estambul. Llegué a Barajas a las 23:10, ya estaba cerrada la intervención de armas de la Guardia Civil y me tocó ir a buscar mi rifle al día siguiente.
José Madrazo