He comentado en numerosas ocasiones en esta sección de veterinaria que los perros son muy resistentes ante los traumatismos y las heridas, y los perros de caza especialmente. Desde hace miles de años han tenido que sobrevivir a numerosas lesiones y tan solo los más fuertes, con mayor capacidad de curación, han sobrevivido y transmitido sus genes. Y cualquier veterinario clínico lo puede constatar, especialmente los que trabajamos con perro de campo.

Herida por atropello de vehículo en la cara interna de la extremidad posterior, nada más llegar a la clínica.
Hace poco hemos atendido a un perro mestizo de 9 kg de peso y dos años de edad, que atendía al nombre de Hugo, al que atropelló un coche y lesionó la pata posterior izquierda.
Cuando llegó a la clínica pudimos apreciar una fractura abierta a nivel del tarso, con pérdida de masa ósea y gran daño articular, así como una extensa herida tanto en la cara interna como externa de la extremidad.
En estos casos lo primero que se debe hacer es valorar al paciente, es decir, ver que sus constantes vitales son normales y que no están afectados otros órganos, como el sistema nervioso u órganos internos importantes, como aparato circulatorio, pulmón, hígado, riñones, vejiga, etc.
Nunca hay que dejarse llevar por lo impresionante que puede ser una herida, siempre lo primero es la vida del paciente.
Una vez comprobado esto nos centramos en la lesión del miembro posterior. Lo primero que miramos fue la irrigación, es decir, si la sangre llegaba a toda la extremidad.
Después, si las conexiones nerviosas estaban funcionando ya que, de lo contrario, casi con toda seguridad tendríamos que amputar la pata.
En este caso, y a pesar del mal aspecto de la extremidad, presentaba calor y sangrado (había irrigación) y tenía sensibilidad (los nervios seguían funcionando).
Por ello les propusimos a los dueños intentar conservar la pata, aunque no podíamos garantizar que lo consiguiésemos y llevaría implícito varias operaciones, incluso realizar algún trasplante de piel.
Los dueños estuvieron de acuerdo y, a pesar de que vivían a cierta distancia de la ciudad, estaban dispuestos a venir a realizar el tratamiento y curas cuantas veces fuese necesario. Por ello comenzamos por el primer paso, que era estabilizar la fractura, en cuanto el paciente estuvo en condiciones.
Optamos por utilizar un sistema que se denomina «fijador externo», que básicamente son unas agujas que atraviesan el hueso y lo inmovilizan a través de otras agujas que van sujetas por el exterior con tornillos. Los fijadores externos son el método ideal para fijar este tipo de fracturas, donde existe un gran daño en los tejidos y un alto riesgo de infección. No es de extrañar que este sistema se inventase durante la Primera Guerra Mundial, cuando las fracturas abiertas por metralla eran tan frecuentes, y sin lugar a dudas salvaron muchas vidas.
Estabilizada la fractura, el siguiente paso era controlar la infección. Muchas de las lesiones producidas por un accidente de tráfico son heridas sucias, con gran contaminación por tierra y otros materiales del suelo. Por ello es crucial limpiar abundantemente con suero y un desinfectante como yodo o clorexidina. Además hay que aplicar un tratamiento antibiótico por vía general durante al menos diez-quince días y comprobar que se tiene controlada la infección.
Pero además hay que estimular la cicatrización desde el principio, ya que es importante tanto para que consolide la fractura como para que cicatrice la extensa lesión en la piel. Para ello, y desde el comienzo, aplicamos un gel de base líquida sobre la herida, con pomadas cicatrizantes y antibióticas, protegiéndola con una maya de cicatrización que la mantuviese húmeda y lo más aséptica posible.
Vendábamos la pata con abundantes gasas y venda cohesiva, y cambiábamos los vendajes con la mayor asiduidad posible (cada dos días). Recuperar estas heridas extensas lleva tiempo, pero suelen ser bastante agradecidas, para lo cual fuimos tomando fotos periódicas para enseñar al dueño, y que aprovechamos para ilustrar este artículo.
Mes y medio después del accidente pudimos quitar el fijador y comprobar que las fracturas habían consolidado correctamente. El tarso había quedado fijado con movilidad reducida pero permitiendo hacer un buen apoyo al caminar. La piel tardó dos meses y medio en recuperarse, pero no fue necesario hacer ningún trasplante.
El hecho de que fuese un perro joven, que los dueños se esforzasen mucho en los cuidados y el manejo del animal, nuestra experiencia en este tipo de lesiones y esa pizca de buena suerte que siempre se necesita llevaron a que esta pequeña historia tuviese un final feliz.
Ahora Hugo corretea haciendo un buen uso de su extremidad dañada, pero cada vez que oye llegar un coche se esconde en casa. Ha aprendido muy bien la lección y seguro que no le vuelve a pasar.
Juan J. García Estévez.
Veterinario