He esperado un tiempo prudencial para compartir con vosotros unas reflexiones que llevo haciéndome desde siempre pero que se reavivaron de manera muy intensa tras la manifestación junto a los pescadores en Madrid. Bien sabemos que fue masiva y que resultó un escándalo la absoluta indiferencia con que la trataron los medios de comunicación. Como si no hubiera existido y como si los más de 150.000 que abarrotaron Castellana y Gran Vía hubieran sido 15. Bueno, si hubieran sido 15 presuntos ecologistas, disfrazados por ejemplo de ranas, habrían salido en todas las cadenas de televisión, habrían protagonizado informativos y tertulias, los habrían entrevistado en todas la radios y les habrían dado fotazo en página impar en los periódicos de difusión nacional. Pero al ser todos esos miles pescadores, cazadores y gentes del campo, total, ¿a quién le va a importar?
El enfado de los colectivos despreciados se hizo notar, y en esta ocasión la protesta llegó a los medios y algunos se apresuraron a intentar rectificar lo que en el mejor de los casos fue una lamentable metedura de pata y una evidente falta de profesionalidad. Aducir ignorancia de un hecho así pone en mal lugar de inicio al periodista que tiene la obligación de enterarse. Y hubo hasta director que se topó con la manifestación y en su diario ni se la mentó.
Pongo eso por delante. Pero inmediatamente detrás hemos de poner lo nuestro, lo que viene siendo nuestra llaga, nuestro suspenso y la causa de no pocos de nuestros males. La incapacidad comunicativa, la falta absoluta y total en este sentido de capacidad de hacer llegar nuestra voz, mensaje y razones a los medios y a través de ellos al conjunto de la sociedad. Y mientras que no comprendamos que antes que ninguna esa es la asignatura que tenemos que estudiar y aprobar de una maldita vez, seguiremos en la postración, en la queja, en el gueto y en la creciente marginación.
Fui años portavoz de la RFEC, lo dejé ante la penosa situación de la cúpula de la organización que prosigue tumorando al colectivo, y allí al menos creí llegar a comprender la hondura del problema e intenté en lo que pude, que fue poco, paliar la situación. Pero es preciso abordarla en serio y ello ha de ser una tarea prioritaria, y no me atrevo a decir que conjunta porque eso ya es meterme donde no me llaman.
En realidad es cuestión de decisión, voluntad y medios. Hay que dejar el voluntarismo atrás, hay que crear la herramienta, dotarla de unos medios personales y técnicos mínimos, trazar el plan de trabajo y ponerse a funcionar. Hoy a nadie, excepto a nuestro muy quejumbroso sector se le ocurre poner a ‘vender’ algo ‘escondido en el arca’ y sin saber a qué tienda ofrecerlo ni de qué manera hacer que las gentes conozcan la mercancía. En un mundo donde la comunicación marca muchas de las hegemonías, nosotros no solo parecemos renunciar a ella sino que, en ocasiones, hasta abjuramos y proponemos silencio, chitón y oscuridad.
He teorizado sobre el asunto demasiadas veces como para insistir en ello. Ahora se trata de ir a cosa práctica y de ponerse de una vez a la tarea. Desde donde sea y con la fórmula que sea, pero ‘eso’ hay que empezar a resolverlo de inmediato. De lo contrario mañana haremos una manifestación de un millón y, en vez de abrir un telediario, como mucho nos pondrán una esquela.
Antonio Pérez Henares
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