Reyes, rayas y rayos

No tengo la intención hoy de escribir sobre las testas coronadas o sobre los Magos de Oriente –aunque estos hayan sido generosos, hasta la fecha, conmigo–, sino de otro tipo de «reyes», los que me han permitido tener esta, ya muy larga, carrera en el mundo de la caza: de los cazadores clientes.

Estos han sido, y son, los que ocupan los pasos en las monterías, las pantallas en los ojeos y a los que damos la orden de tiro en los recechos, ya sea en España o en el más recóndito lugar del mundo donde su afición los lleve.

Hace tiempo me contaron que un gran capitán, muy conocido, de empresa, hablaba en los comités de dirección de su negocio del «jefe», pero él no se autoproclamaba este rango, sino que lo hacía refiriéndose a los clientes, que eran los que mandaban en su negocio, y en el de todos.

Que «el cliente siempre tiene la razón» o que «el cliente es el rey» son frases hechas, manidas, pero ciertas. Aunque todo tiene un límite y en el mundo de la caza esas rayas que no deben pisarse, afloran tal vez más que en otros sectores. A Tony Sánchez Ariño le gusta comentar una anécdota de un cazador, ya desaparecido, relativamente joven, que no se apeaba en el trato inicial del safari de la frase «yo pago, y exijo», hasta que el buen Tony, cansado, le debió de decir una barbaridad en valenciano antes de mandarle a paseo, ante tanta pretendida exigencia.

Siempre comentamos el caso excepcional, que «el hombre muerda al perro», pero haberlos, haylos, como las meigas, aunque son tan pocos que me sobran dedos de una mano los que me he encontrado. Pero el descubrir a estos personajes, que cansan y aburren al más tranquilo y paciente Job, hasta que se desata la tormenta y, como si uno fuera un Zeus, despliega todos los rayos acumulados en el Olimpo.

No estoy orgulloso de salirme de mis casillas, al revés, en las pocas ocasiones que ha sucedido inmediatamente lo he lamentado, pero ya sin solución. Acabas de soltar tantos rayos a esos «reyes» por pasarse de las rayas, que no tiene ya vuelta alguna. Aunque el tiempo, la medida de todas las cosas, te acabe por dar la razón, no por eso te sientes orgulloso ni has manejado la situación como debieras.

Si te pasa en España, en una montería, por ejemplo, el asunto no tiene más continuidad que la desazón hasta acabar de tomarte las judías. Pero si ocurre por esos mundos de Dios, en la habitual mitad de ninguna parte, y con días por delante para abandonar el área de caza, más la obligada convivencia de avión y, quizás, hotel hasta la vuelta, supone un marrón, pero que muy oscuro.

Estoy expectante para abrir una nueva temporada de caza fuera de nuestras fronteras y, como siempre, para tratar como «reyes» a todos los que, aún, me permiten seguir en esta fantástica actividad. Y estoy convencido de que ninguno pisará las rayas que no debe ni se soltaran los rayos que tampoco deben salir.

Feliz temporada de caza internacional para todos.

José García Escorial.

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