Mientras escribo estas líneas, me dicen que ya se han visto los primeros ánsares en la marisma. Está todo terriblemente seco, habrán tenido que ir a instalarse en los arrozales a la espera de las primeras aguas. También hace unos días oímos las primeras grullas, pero estas en Extremadura; un grupo de unas veinticinco en clara actitud de recién llegadas, volando alto sobre unas dehesas muy cubiertas de pasto seco, producto de las excepcionales lluvias de la primavera pasada.
La que se conoce como población eurooccidental de de ánsar común, Anser anser, invernaba prácticamente en su totalidad en los años ochenta del siglo pasado en las marismas del Guadalquivir. Por entonces se estimaba su censo en unos 100.000 individuos, que en septiembre comenzaban el éxodo desde sus cuarteles de cría e iniciaban la ruta migratoria atlántica, siguiendo las costas occidentales europeas hasta llegar a la península ibérica, donde por entonces las primeras citas del otoño eran más tempranas que ahora. Esta era y sigue siendo la única especie de ganso que ha estado siempre presente en España, aunque como invernante y nunca como reproductor. No obstante se recogen constantemente menciones de las demás especies, como el ánsar piquicorto, el campestre, los caretos grande y chico, las barnaclas, etc., aunque siempre de forma esporádica y ejemplares sueltos.
Desde aquella época, el comportamiento del ánsar común y su estatus poblacional han cambiado notablemente. Por una parte su censo ha aumentado hasta unos 600.000 individuos y por otra su actitud migratoria varía notablemente de aquella que mostraba a mitad del siglo pasado. Como queda dicho arriba, inician la migración posnupcial más tarde, llegando aquí dos semanas después de lo que solían, y parece que retornan en primavera con mayor antelación.
Ya no vienen todos ellos al humedal andaluz sino que se reparten en un amplio segmento latitudinal de invernada, que abarca desde Suecia hasta el sur de España. Más que la disponibilidad de alimento, parece que es el calentamiento climático –se ha constatado una subida de casi 1 ºC en la temperatura media desde 1880– el que condiciona este cambio, un fenómeno hoy día universalmente aceptado y que también afecta a otras muchas especies de seres vivos.
En aquellas épocas pasadas, los ánsares eran muy esquivos y por ello se refugiaban en la inaccesible marisma. Se los cazaba bastante, aunque nunca los efectos de la caza supusieron un menoscabo para la población. Hoy día, la protección de que gozan en los países donde crían ha disparado el crecimiento del número total de efectivos, que, por otra parte, han ampliado sus áreas de alimentación a zonas agrícolas, como cultivos de cereales, patata, remolacha, soja, etc., que encuentran a lo largo de unos 3000 km de la franja atlántica europea.
Todos estos cambios habidos durante los últimos treinta años han sido estudiados por Andy Green y un grupo de colaboradores, y los resultados del estudio se han publicado en PLOS ONE. El trabajo se ha basado en el tratamiento de una extensa base de datos de los frecuentes censos a que ha estado sometida esta especie y en la relación de la misma con el cambio climático y la disponibilidad de alimento en todo el recorrido de su ruta migratoria.
En él se exponen con argumentos científicos las alteraciones en el comportamiento migratorio del ánsar, las mismas que durante el periodo de estudio venían observando los ornitólogos y los cazadores. El calentamiento global y la intensificación de la agricultura, junto con la creación de espacios protegidos y reservas, han permitido que el ánsar común ya no inverne en un único punto –las marismas béticas–, como en el siglo XX, sino que haya expandido su zona de invernada en una línea de 2700 kilómetros desde el sur de Suecia hasta la boca del Guadalquivir.
En el pasado los ánsares solo se alimentaban en sistemas naturales, mientras que ahora la gran mayoría de ellos depende de los cultivos agrícolas, a algunos de los cuales infringen serios daños, como los campos de patata y colza de Escocia, donde la Administración pública tiene establecidas unas justas compensaciones para los agricultores.
El estudio de Andy Green et al. menciona que no hay evidencia de que la caza haya influido en sus costumbres migratorias, ni por supuesto que sea un factor limitante de la población. Anser anser ha sido siempre, y lo continúa siendo, una especie muy atractiva para los cazadores. Durante los años setenta se estimaba un total de 10.000 ánsares cazados a lo largo de la franja migratoria cada año. Treinta años después se estima el total cazado en unos 100.000 ejemplares.
En países como Holanda se ha eliminado otro buen número de ellos como práctica de manejo de la población. Mientras tanto, en las marismas del Guadalquivir la presión de la caza se ha reducido debido a un aumento de las zonas protegidas, a una limitación en el número de días de caza durante la temporada, y a la fijación de un cupo por cazador y día (¿para qué?). Ello, sin embargo, no ha conducido a un aumento de la población invernante de gansos en este tradicional paraje, lo que claramente indica que no hay interrelación alguna en este caso entre la presión cinegética y la tendencia poblacional o la latitud de invernada.
Javier Hidalgo