Cómo acabar con miles de empresas (y de animales)

Muchos cazadores se han quedado más tranquilos con la no inclusión de los perros de caza en la nueva ley mal llamada de «Derechos y bienestar de los animales». ¡Bah!, esto ya no nos toca, piensan algunos. Pero no saben cuán equivocados están. La sociedad está inmersa en una carrera de fondo. El animalismo, pese a que nuestra Constitución establece que somos un Estado no confesional, está sustituyendo, junto con otras religiones de moda, al cristianismo tradicional, base de nuestra organización social. No olvidemos nunca que su máximo gurú y precursor, Peter Singer, preconiza que un animal tiene los mismos derechos que un ser humano, aunque acepta, sin ningún problema moral, que se pueda asesinar a niños con discapacidades graves.

Me invitaron al Congreso de los Diputados a presenciar la votación de dicha ley. Como iba con traje y corbata, un bedel uniformado me dijo a la entrada: «Usted a la derecha, con los contrarios a la ley. No queremos confrontación». Yo le contesté que me invitaba Podemos, que era abogado y que me podía sentar donde me diera la gana. Acabé situado entre siete mujeres y dos hombres, todos en camiseta oscura, e iba escuchando cada uno de sus comentarios, con educación, sin rechistar. A veces estuve tentado de llevarles la contraria, pero no era el momento.

Cuando un diputado (creo que de Coalición Canaria) argumentó en contra de las colonias felinas, no con pamplinas ideológicas, sino con datos científicos, y mis compañeros de anfiteatro empezaron a echar espumarajos por la boca, y dijeron, textualmente: «Que acaben antes con los cazadores». En esas estamos.

El fin último de esta ley, se quiera ver o no, es acabar con la caza, con la ganadería, con un modo específico de ver la vida. La propia Ministra de Transición Ecológica lo ha dejado claro. No pueden hacerlo de un plumazo, así que han decidido ir por partes. Poco a poco. La gente, en general, no se entera de todos estos detalles, pasan desapercibidos en los medios de comunicación. Pero suponen la ruina de miles de personas.

La mismísima UICN, el organismo internacional más importante del mundo en lo relativo a la conservación de la naturaleza, ha dejado claro en muchas ocasiones que la reproducción en cautividad de especies amenazadas, con un control adecuado por parte de las autoridades, es beneficiosa para la fauna. Hay cientos de ejemplos, y el del Peregrine Fund con los halcones es uno de ellos.

Pese a lo que dice la UICN, la nueva ley prohíbe en España la reproducción de especies incluidas en el Convenio CITES que, como saben, regula el comercio internacional de las especies en peligro de extinción. Seremos el único país de la UE con esta prohibición, lo que hará que miles de empresas desaparezcan o que se trasladen a otros países con una mayor seguridad jurídica. El socio dubaití de mi criadero de halcones, sin ir más lejos, ha decidido marcharse a Inglaterra.

Para no ser pesado con las aves rapaces, les quiero poner el ejemplo concreto de una empresa puntera que se iría al garete con esta ley. Para los más suspicaces, ha sido hoy, antes de escribir este artículo, cuando he hablado por primera vez en mi vida con ellos.

Psittacus Catalonia se creó hace tres decenios. Teresa y Xavier, un matrimonio barcelonés enamorado de las aves y de los yacos (los famosos loros grises con cola roja que imitan tan bien las voces humanas), decidieron montar su propia empresa. Empezaron de cero.

Y así nació el que es probablemente el mayor zoocriadero de Europa de esta especie, con unas instalaciones (pueden verlas en su web) que serían la envidia de cualquier hospital del tercer mundo.

No se quedaron en eso. Desarrollaron unos piensos específicos para psitácidas, de tal calidad, que ya se exportan a más de cuarenta países. Y, como a base de esfuerzo, trabajo y tesón, la empresa les fue muy bien, culminaron su proyecto con la Fundación Psittacus, que reparte sus conocimientos a todo el que quiera aprenderlos, y que colabora en un montón de proyectos internacionales para evitar que varias especies de loros se extingan en la naturaleza.

Ya puestos a ayudar en la conservación de especies y sin ánimo de lucro (en estos días en los que parece estar mal visto el ganar dinero honradamente) han conseguido crear un gel para que los pollos de vencejo que se caen de los nidos cada primavera puedan sobrevivir y seguir engullendo millones de esos mosquitos que nos harían la vida imposible.

Uno siente envidia sana al conocer de primera mano el inmenso trabajo de estos empresarios. Un trabajo que beneficia a la fauna amenazada y a toda la sociedad. Pero todo él se irá, como decía Fernando Fernán-Gómez, a la mierda, en el más que probable caso de que la LBA salga adelante. Los treinta (¡30!) empleados con los que cuentan, se tendrán que marchar a su casa, a no ser que encuentren «trabajo» en algún chiringuito animalista. No tendrán donde trabajar en toda España y, como mucho, podrán emigrar, con toda su experiencia y su know how, a un país extranjero, donde se quedarán encantados de recibir gratuitamente el fruto de tantos años de curro de una empresa española. Los vencejos, loros, y otras especies dejarán de tener detrás a una compañía que investigue cómo mejorar su alimentación. Los tucanes más amenazados no tendrán el soporte continuado de una fundación que está elaborando un protocolo para la crianza de sus pollitos.

Multipliquen, si no les importa, este ejemplo, por las miles y miles de empresas de todos los sectores afectados. ¿No es para asustarse?

Eso sí, que no cunda el pánico: la colonia de gatos ferales que habita en los jardines de la sede de Psittacus en Sant Antoni de Vilamejor, de la que disfrutan todos los días desde su ventana Teresa y Xavier, seguirá adelante en plenitud, cazando sin descanso a los pobres gorriones, mirlos y lagartijas que, a duras penas, sobreviven en la zona. Seguirán también dejando sus caquitas y pises a disposición de todos los niños del barrio. Y tendrán a su cuidado un veterinario las 24 horas del día, que pagaremos los estúpidos contribuyentes con nuestro trabajo y nuestros impuestos.

Fernando Feás Costilla.

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