Corría el año 2001 cuando Chema Pérez Castells tuvo la feliz idea de hacer traducir al castellano, y editar en su Club Bibliográfico de Producciones Cinegéticas, Las andanzas de un cazador de elefantes (Wanderings of an Elephants hunter), de Walter D. M. Bell -mucho más conocido como Karamojo Bell- libro que prologué con auténtico placer. Como es lógico, para hacer aquella introducción, me informé acerca de la restante bibliografía del autor y descubrí la existencia de una segunda obra denominada Karamojo Safari.
Me gustó tanto el primer libro de Bell que cayó en mis manos que hubiera debido buscar el segundo hasta debajo de las piedras. Pero no lo hice por pura desidia e intenté consolarme recordando aquel manido refrán según el cual “segundas partes nunca fueron buenas”. ¡Qué inmenso error! Cuando por fin lo he tenido a mi disposición -en correcto castellano- me lo he tragado en pocas noches, porque, aunque parezca mentira, es todavía mejor que el anterior. Quienes me conocen saben bien que soy de los que siempre ven la botella medio vacía, anticipan la crítica al elogio (en caso de que lo haya) y encuentran defectos en los lugares más escondidos. Y, sin embargo, no he podido ponerle pero ninguno a este libro.
En primer lugar, porque la obra original está muy bien estructurada y escrita, con método y sistema (aunque eso no se perciba al primer vistazo) por quien fuera el mejor tirador de rifle de entre los muchos cazadores de elefantes de África. Bell era un tipo sistemático cazando y no frío, sino helado, disparando. Es la única manera de poder tirar al cerebro de un elefante con la pequeña bala blindada de un .275 Rigby (un .7 mm. de la época que ni siquiera era mágnum), no solo cuando el gigante gris estaba despistado y de perfil, sino incluso cuando cargaba hacia él. O cuando huía y el blanco estaba casi de culo, de tres cuartos. Increíble, pero cierto. Cuando volvió a Escocia y evocó sus muchísimas experiencias africanas se dio cuenta de que no podía contarlo todo. Era imposible, incluso seleccionando lances.
Entonces, ¿cómo narrar sus andanzas y emociones de un modo ameno para el lector? No como hizo en su primer libro, sino -con una mentalidad propia de un director de cine- eligiendo el ciclo completo de un safari de aquellos tiempos, que duraba meses, procurando condensarlo en trescientas y pico páginas, de modo que quien se asomara a su libro entrara por esa pequeña ventana en el ambiente de la caravana, de los diversos campamentos, de la localización de las manadas desde un otero al amanecer y de la resuelta entrada con el fin de conseguir una masacre sistemática de machos de buenos colmillos. Con el objetivo declarado de hacerse rico gracias al marfil, cobrar solo un elefante cuando tenía tantos a su disposición, le parecía un fracaso. Así se explican las cifras récord de elefantes cazados en un día, de peso en libras de colmillos en un día y en total de sus andanzas por el corazón de África, en aquella zona entonces virgen de Uganda llamada Karamoja.
En segundo lugar, volviendo al libro-objeto, el trabajo editorial es excelente, porque la traducción de Pepe de Grado (siempre gobernando el timón de Editorial Solitario) es de sobresaliente cum laude. Y, especialmente, porque no he logrado encontrar ninguna errata en el texto. Y para eso -me consta porque yo también he editado un par de libritos- hay que corregir pruebas no menos de una docena de veces. Ignoro si ese mérito corresponde aquí a Pepe o a la capitana de su nave, Koki Mondedeu, o quizá a ambos. Pero sí tengo claro que, en el mundo editorial de hoy, desgraciadamente, una magnífica traducción y una ausencia total de erratas y omisiones son cosas altamente inusuales.
Y por eso felicito encarecidamente al piloto y a la capitana de la nave. Se nota que el libro ha sido trabajado con cariño, dedicación e interés. Sin prisa ninguna hasta que el resultado fuera perfecto. ¡Qué palabra tan difícil de adjudicar! Respecto a la traducción y para los aficionados a las armas, debo señalar que había partes del original nada fáciles de traducir, como las relativas a los mecanismos de los rifles de distintos calibres que usó Bell (y se detallan en la parte inicial). Desde luego, el traductor de Google, u otro similar, hubieran producido un texto tan absurdo como incomprensible. También las notas a pie de página del traductor son encomiables, pues revelan un trabajo de investigación real sobre el tema marginal acotado, no un uso fácil de Wikipedia.
Finalmente, aunque el mérito de las ilustraciones en sobrecubierta y guardas sea del propio Bell -que no solo era un gran tirador, sino también un notable dibujante de elefantes y croquis- la elección del tono de la sobrecubierta y la ilustración de la tapa me parecen asimismo un logro estético incuestionable que atribuyo a los editores españoles. En fin, en conjunto, un trabajo editorial digno de una restringida edición de selectos bibliófilos venatorios, al precio, mucho más asequible, de una edición comercial. Por cierto, ¿Ha hecho Vd. ya la carta a los Reyes Magos?
Antonio F. Fernández Tomás.