Cuatro amigos cazadores echamos los trastos al coche sin saber que uno de nosotros viviría uno de esos puestos que los monteros decimos que son “de una vez en la vida”. Suso, Chema, David y yo salimos de Zamora hacia Cáceres para montear una bonita finca de la Sierra de San Pedro. Cuando se montea se lleva el macuto lleno de ilusiones, ¡pero quien puede imaginar que no quepa en él lo cazado! Estas son algunas de las grandezas de la caza: compartirla con amigos y disfrutar de lances auténticos.
El día señalado llegó y, con el segundo café de la mañana en las manos, ya sabía que mi puesto era el 2 de “La Romana”. Tenía intención y ganas de cazar venados, pues solamente he cobrado uno hasta ahora. El postor de mi armada, Chano, comentó que el que me había tocado era un buen puesto para venados y que, como mínimo, me entrarían dos o tres.
Cuando llegué al puesto, pensé: “¡Me gusta!”. Un monte adehesado, pero con manchas de jaras y matorral bajo, arropado con encinas y alcornoques. Al poco de estar en el puesto, un bermejo de unos 30 kilos se cruzó por delante. Después pasaron tres ciervas con un vareto. Ni en uno ni otro caso me encaré el semiautomático. Dejé pasar a los animales y seguí atento.
Al rato, un zorro se presentó a unos 80 metros huyendo de los perros. Me llevé el rifle a la cara y de un certero disparo lo frené en seco. Yo no sabía lo que vendría después, pero muchos firmarían por vivirlo, aunque fuera solo una vez en la vida.
¡Comenzó el carrusel de lances! Entró un buen jabalí que tumbé de un solo disparo tras meterlo en el holográfico. Después, otro zorro que también frené.
¡Otro raposo más, y esta vez lo marro y se va! Después entro una jabalina con tres jabatos que tampoco disparo, y hago lo mismo con otro bermejo que se cruza. Desde luego, pocos puestos de montería son tan entretenidos, con ese ir y venir de piezas, sean tirables o no. ¡Menuda jornada montera estoy viviendo, llena de momentos en los que tengo que decidir si encararme el rifle y apretar el gatillo o dejar pasar!
Pero el trasiego de reses jóvenes junto a hembras no era lo único que iba a contemplar. Un macho atravesó y de un tiro lo dejo seco. A continuación, otro más grande se lleva dos disparos del .30-06, y también lo quedo. Algunos jabalíes rodaban tras meterse en el monte de jaras, pero estaba seguro de mis aciertos porque un buen armero salmantino me había centrado 20 días antes rifle y visor. ¡Y lo quedó al pelo!
Las ladras no cesaban y una muy sonora se acercaba a mi armada. Un jabalí seguido de los perros se encaraba hacia el puesto vecino, pero en el último momento cambió el rumbo y se encaró hacia el mío. ¡Pum! Acusó el tiro pero siguió. ¡Pam! Echó hocico a tierra pero continuó hasta que se metió en la mancha tras mi tercer disparo. Los perros llegaron hasta el jabalí y, tras morderlo un rato, siguieron cazando.
“Vamos a ver”, pense: “Llevo tres jabalís y dos zorros tirados… ¡y tumbados!”. Pues nada, esto no es un no parar y al momento entra otro zorro. Tiro a unos 50 metros y queda en el sitio. De repente surgió otro de no sé dónde, también le tiré pero esta vez fallé. “Algo se tiene que ir también”, me decía.
Pasaron unos minutos, o un par de cigarros de esos que algunos siguen echando en los puestos de caza donde se espera, y fue cuando un jabalí apareció desde abajo. Apunté, sonó un disparo y se metió en la mancha.
Cuando las rehalas estaban volviendo, otro jabalí grande asomó hocico hasta encontrarse con mis balas y las jaras.
Mi amigo Chema estaba dos puestos por encima y, cuando terminó la cosa, le dije que bajara porque no sabía ni lo que había hecho. “Tengo cinco o seis jabalís y tres zorros”, le dije. No se lo creía.
Cuando llegó Chema con el postor les conté lo sucedido y lo que podía haber en el suelo. Chano no se lo creía. Comenzamos a ir a cada sitio, metiéndonos en el monte para sacar los animales, y el postor no daba crédito: “¡Seis jabalís, cinco con “boca”… Esto yo no lo he visto en la vida!”. Y yo, cabreado, porque lo que quería era cobrar un venao. Qué cosas.
En la junta de carnes, todos se llevaban las manos a la cabeza porque no se creían el relato de mi puesto. Y yo, cabreado conmigo mismo por no haber dado con un puesto de venaos. Son cosas de la caza, pero son así. Tanto me importaba cobrar un venado y tan poco el haber conseguido un sexteto de jabalís, que le di a Chano los trofeos de los cinco que tenían defensas. Ya tenía bastantes en casa, así que no me los llevé.
Mis amigos tuvieron suerte con varios lances, la orgánica estuvo sensacional, el postor se portó conmigo genial, y entre risas y felicitaciones llegó la hora de volver a casa. “¡Cualquiera aguanta el viaje contigo!”, soltaron Chema, Suso y David. Salimos de Extremadura contentos después de una jornada montera inolvidable con Monteros del Hito. Y algunos… soñando con puesto donde un venado cruce por delante.
Miguel Maté