Por los días en que esto escribo, me llegan peticiones para sumar mi firma a las de otros cuantos que las van acumulando en protesta “preventiva” por una posible prohibición del tiro de pichón y codorniz. Son pocos y endebles los argumentos que manejan sus promotores, corroborándose la debilidad de la fundamentación en los comentarios incluidos debajo de las invitaciones para adherirse al manifiesto. Pero no es eso lo que me interesa resaltar. Lo que de verdad sorprende es que se involucren los sectores cinegéticos, incluida la RFEC y alguna regional, cayendo en el error de mezclar churras con merinas, un revoltijo del que no cabe obtener beneficio para la maltrecha caza.
Vaya por delante mi convicción de que no debería permitirse en ningún país —muchos lo han prohibido— el tiro sobre animales criados al efecto. No solo por su sinsentido —en lo que hay que coincidir con los críticos—, sino porque, aun catalogándolo de deporte, podría practicarse con sistemas mecanizados (y hasta informatizados), sin diferencia significativa de dificultad o emoción entre aves de carne y hueso y pichones-hélice o codornices-flecha. Sus aleatorias reacciones imprevistas podrían seguir a la altura de los más exigentes tiradores con la ayuda de un buen programador de velocidad y dirección. Además, de continuar existiendo motivos para justificar el disparo a lo vivo en vez de a objetos volantes, estaríamos en algo sin nada que ver con la caza, ni siquiera con la sembrada o de incubadora tan denostadas por mí. Desde hace muchísimo tiempo el tiro de pichón no se integra en el Consejo Superior de Deportes como caza, sino como tiro, con una federación propia y aparte, la Real Federación de Tiro a Vuelo. Lo raro es que sigan en la RFEC las codornices a tubo y las palomas a brazo, pues no veo en qué se asemejan a la caza espontánea y libre.
Por todo ello, resulta paradójico que los cazadores se impliquen en este asunto, en lugar de pedir a los poderes públicos que saquen de su ámbito las codornices y las palomas, por ser un maridaje impropio y nocivo a la imagen de la caza federada, no digo ya para su deseable y complicada divulgación, sino simplemente para defender su permanencia. Flaco favor, repito, porque se da pie a que los enemigos equiparen y confundan cazador con tirador, cuando los argumentos del uno no son aplicables al otro. Cada cual se busque la vida y no nos la compliquemos nosotros revolcándonos juntos para salir todos manchados. Porque si alguien como cazador defiende el tiro sobre objetivos vivos, estará apoyando el disparo a muerte, algo distinto a la acción compleja de cazar, que termina matando, sí, pero tras un prolegómeno de mayor entidad y delicadeza, mientras parece irrefutable que lo que hoy nos ocupa es tiro a matar y nada más.
A sabiendas del reproche a que me arriesgo, quiero comentar asimismo la endeblez de los escasos razonamientos que se leen en internet. Porque hablar de tradición de estos tiros, de la extensión universal de los mismos, de su intrínseca esencia deportiva, del derecho subjetivo a su práctica o de la bondad económica de su pervivencia por la renta que generan y el trabajo que dan, suena a falacia, por no mostrarme más duro en el calificativo. Ni todas esas razones juntas bastan para sostener algo tan minoritario como estos apelados deportes, calificables más bien de competiciones selectivas, cuando no elitistas. Ni en caso de ser populares podrían tales argumentos fundamentar el derecho de nadie a mantenerlos, por no ser actividades inherentes a la condición humana en relación a otros seres del planeta y su medio. Y carece de relieve que tengan sus propios estatutos, federaciones y normas organizativas, pues es lo que sucede en la regulación legal de todo lo contingente y espacial susceptible de derogación o cambio por el mero ejercicio en contrario de la potestad legislativa o administrativa. Sobre todo, pudiendo utilizarse automatismos y computadoras con blancos artificiales. Ni una sola causa justifica que en 2016 se críen pájaros para meterlos en una caja o canuto con el único destino de soltarlos para recibir una perdigonada. Y mejor que sea certera, pues ni indemne sabrá subsistir en el campo silvestre quien procede de palomares o granjas.
Por lo expuesto, no esperen mi unión a la lista de firmantes que pueda conseguirse, exigua y sin influencia sobre lo que piensen decidir los organismos competentes —no los grupos de presión (?)—, más bien con impacto negativo en el socorro de la caza natural, ética y moralmente legitima. Mejor no meterse donde no llaman ni ir a entierros sin tener vela.
Eduardo Coca Vita