Mucho me temo que, en no pocos predios, lo único que se nos va a ocurrir para que la perdiz se recupere es lo peor que podía ocurrírsenos: abrir las puertas de las jaulas; sembrar los campos con perdices de granja como se hizo antaño en los ríos con las truchas y los cangrejos.
(Tiempos de desolación, M. Delibes)
Entre las muchas cualidades de Delibes, susceptibles cada una del adjetivo «irrepetible», está la de certero profeta para el malaventurado porvenir de la perdiz, hoy demostrable con la mera observación, pero no tan claro entre los sesenta y ochenta, cuando su declive y posterior desastre eran vaticinados por el patriarca de las letras, la caza y la vida.
La jornada académica celebrada en la Universidad de Málaga el 21 de octubre se nutrió de la crisis de la perdiz salvaje como pieza, especie biológica y patrimonio natural. Dividida en dos mitades complementarias, científica y literaria, las intervenciones de los doctores Juan Mario Vargas y Beatriz Arroyo dejaron ver la acelerada caída del ave reina y su estado agónico, que las medidas que a todos se nos ocurren –dentro de lo posible y viable– no podrán parar en este siglo de progreso industrial y naturaleza amansada, salvo acciones radicales de choque, incompatibles con el curso de la historia, socialmente hirientes y muy impopulares, que no cabe esperar de nuestro Gobierno híbrido y menos aún de los de recambio.
En la parte literaria que ese día me repartía con Salvador Calvo, y entre otras cosas, repasé los libros de Delibes alusivos a la reducción de la perdiz natural y su remplazo por la de granja. Imposible traer aquí ni comprimidas las ocasiones en que el asunto le merece preocupación, aunque menos pude hacerlo en la ponencia, de limitada duración y multiplicada temática, pues en esto de la caza nada hay más feraz que la perdiz roja, ni en la literatura cinegética aparece algo tan frondoso como su captura.
La perdiz ha mutado de ave abundante (con su cénit mediado el XX) a rara avis. Si antes en el coto de mi cuadrilla (un simple ejemplo sin presión comercial) las capturas rondaban la pieza cada dos hectáreas, ahora, y pese al esfuerzo de cupos voluntarios y vedas adelantadas, se retrocede que da miedo, pasando a una perdiz cada cinco hectáreas en 2010, una cada diez en 2014 y ¡una perdiz cada cincuenta hectáreas en la temporada 2015! Desgracia de la que fue predictor don Miguel desde 1964 en El libro de la caza menor («acabaremos fabricando las perdices en casa y matándolas en el corral») hasta El último coto, 1992, donde sus pronósticos visten de luto. Selecciono algunos:
–La patirroja es un ave a extinguir como objetivo de caza.
–En lo sucesivo habrá más pájaros con pico y patas rojas, pero menos perdices rojas.
–La perdiz roja no se extinguirá nunca; la que se irá extinguiendo sin remedio es la perdiz roja silvestre, la perdiz salvaje.
–La perdiz roja, acosada por todas partes, está, me parece a mí, dando las boqueadas.
–El adiós a la patirroja de sangre pura parece inevitable en la vieja Meseta.
–La perdiz salvaje se va extinguiendo donde la había (…) para ser sustituida por otra no nacida ni criada en el campo, una auténtica gallina.
–Para el que sale al campo a descerrajar tiros, la cría de perdiz roja en cautividad es una gran conquista, pero para el que sale a competir con el pájaro es un paso atrás, algo que viene a acabar con una pugna tan vieja como el hombre, llena de nobleza y dignidad.
Si han leído con atención los acotados anteriores, reflexionado sobre los augurios vertidos en ellos desde hace medio siglo y contrastado con lo que hoy vemos sobre el terreno, sobrará concluir en algo que no sea reconocer que nuestro patrón laico acertó los catorce. Y hasta el pleno al quince, pues a la vista está el descrédito de la «caza» de perdices (¡su principal granja dio nombre al último «campeonato ‘federativo’»!) y la fecha tan temprana de consumarse el vilipendio de la pieza, la especie y el patrimonio ibérico, haciéndose reales las adivinanzas de la exacta y cabal conjetura de Delibes.
Una pena tener que darle la razón otra vez, pues la vida –lo dijo él– no es una escopeta de dos tubos con segunda oportunidad. La inherencia más cruel de la existencia, la que más marca al frágil hombre, no es la mortalidad, sino la debilidad de su voluntad para equivocar caminos sin marcha atrás.
Eduardo Coca Vita
Cazador y escritor
Cuanta razon. En efecto, la caza ha pasado de noble lucha entre hombre y presa a una caza domesticada y facil, hecha para el aficionado a la escopeta y no para el aficionado a la Naturaleza. Gracias por artículos así de buenos