La ignorancia de los anticaza acerca de las cosas del campo.

Los dos mejores alegatos conservacionistas que conozco son la carta que los González-Gordon escribieron al Caudillo en 1953 para obtener su apoyo en la detención del proyecto de transformación de Doñana en una plantación de eucaliptos, y el discurso de ingreso de Miguel Delibes cuando fue elegido miembro de la RAE. Qué extraña coincidencia: en ambos casos los alegatos vienen de cazadores.

Cuando hoy día el movimiento animalista se une al ecologista en la condena frontal de la caza, uno, que lleva tiempo militando en el mundo de la caza y en el de la conservación, se percata de que en el fondo lo que subyace es ignorancia acerca de las cosas del campo por parte de los detractores. Ignorancia acrecentada por la inducción de ideas sesgadas introducidas por cuentos e historias irreales como la de Bambi. No saben ni quieren entender que nuestros espacios naturales, nuestros cotos llenos de biodiversidad, no aparecieron ahí por generación espontánea, sino que han sido creados y mantenidos por los filántropos cazadores.

Los conceptos de justicia y crueldad que con frecuencia esgrimen son solamente humanos. En la naturaleza no existen, simplemente es la necesidad de sobrevivir de los seres vivos, aunque ello conlleve la muerte de otros seres vivos. Y el hombre cazador es parte integrante de este escenario de la naturaleza, al igual que el halcón peregrino o la culebra bastarda.

Esta oposición a la actividad cinegética no parece afectada sin embargo por los daños que infringen al medio ambiente actividades desarrollistas o agrícolas, como desecaciones y drenajes, fumigaciones de cultivos con pesticidas, derivaciones de cauces fluviales, etc. Ya lo dijo Tono Valverde: el manejo inadecuado de una compuerta o la desecación de un humedal causan mucho más daño a la fauna local que todas las escopetas legales juntas.

Y Tono además se pronunciaba de igual manera por escrito en un libro de cetrería: «Se me dirá que por qué siendo un conservacionista hago una apología de la caza cetrera, y, adelantándome al comentario, diré que porque soy un conservador realista. La fauna, como todo, solo se conserva en función del interés que en ella se ponga, y ese interés puede ser platónico como el del conservacionismo puro, emocional como el de los cazadores, o puramente financiero. Los que más gastan y más caras pagan sus emociones son siempre los cazadores y por esto, y por estos, se han logrado conservar muchos cotos, faunas y especies. Lo que digo es tan evidente para el que profundiza en la historia de la conservación que no veo otra postura práctica preferible si se desea conservar la naturaleza, al menos por el momento.Lo que debe intentarse es hacer compatibles conservación y caza, garantizando así las inversiones de los cazadores a favor de hábitats y habitantes. Mientras el sentimiento platónico hacia la naturaleza sea minoritario, el sentimiento social de los conservacionistas parece un tanto irracional. En el cetrero hay que ver no a un enemigo, sino a un aliado. El enemigo de la fauna, de los conservacionistas y de los cetreros es el desarrollismo a ultranza».

Pero esta opinión sobre la caza por parte de un padre del conservacionismo no es exclusiva de Tono Valverde. Sir Peter Scott, que era hijo del capitán Scott, el que fue a la Antártida, era cazador de acuáticas, artista y creador del Wildfowl Trust, aparte de fundador del WWF y miembro de su comité internacional, y se pronunciaba de esta manera: «Las especies salvajes deben ser consideradas como una cosecha natural y la forma de recoger esa cosecha es la caza. Solo hay que conservar el sistema natural para permitir que siga habiendo cosecha».
Por su parte, Guy Mounfort, líder de las Doñana Expetitions y autor del libro que las describe, Portrait of a Wilderness, 1958, así como de la Guía de Campo de las Aves de España y Europa, 1957, se refiere así a la caza (1962): «Las pérdidas causadas por nuestros colegas deportistas (cazadores) son una insignificancia comparadas con la matanza que ingenieros, granjeros y empresas de control de plagas están produciendo ahora en África a una escala espectacular, pero también en menor medida en casi todos los países».

Hasta el ex-premier británico Tony Blair, que durante su mandato intentó prohibir la caza del zorro a caballo y con sabuesos, rectificaba sobre el asunto al escribir sus memorias unos años después: «Luego me di cuenta de que estos (los cazadores) no eran un grupito de innatos tíos raros que disfrutan de la crueldad, sino que es una tradición, profundamente arraigada en la historia, con vínculos comunales y sociales, que eran parte integral de un modo de vida».

Quizás por ello, por el hecho de haber accedido al conocimiento de lo que la caza representa, una magnífica herramienta para la conservación de la naturaleza a precio gratuito para el erario público, en otros países, como Gran Bretaña, la ONG conservacionista RSPB, que cuenta con casi 1.5 millones de miembros, se ha mantenido neutral con respecto a la caza. Sin embargo, su equivalente en nuestro país, SEO-Birdlife, ha protagonizado últimamente ataques abiertos a la comunidad cazadora y mientras escribo estas líneas se encuentra inmersa en un proceso de consulta a sus socios acerca del posicionamiento oficial que la institución debe adoptar. Sorprendentemente, la SEO parece ignorar los daños que a diario causan a la ornitofauna ciertas actividades legales e ilegales, como por ejemplo la fumigación de una plantación de árboles frutales o la captura masiva de zorzales y otras pequeñas aves con reclamos electrónicos y redes invisibles. La caza legal rechaza de plano estas actividades y lo lógico y razonable sería que cazadores y conservacionistas, que muy a menudo son la misma cosa, aunaran esfuerzos para acabar con ellas.

Estoy seguro de que estas ONGs detractoras de la caza legal no son conscientes del daño que esta temporada se ha podido hacer a miles de nidadas de muy diversas especies por el hecho de que las abundantes lluvias de abril y mayo han malogrado muchas cosechas de cereal y estas han sido segadas para heno en una época mucho más temprana de lo habitual. Pero claro, volvemos al problema raíz, la ignorancia de los anticaza acerca de las cosas del campo.

Javier Hidalgo

One Reply to “La ignorancia de los anticaza acerca de las cosas del campo.”

  1. Miguel dice:

    “…daños que infringen…” Igual es mejor usar el verbo “infligir”. Soy cazador.

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