En los tiempos de mi infancia y puesto que entonces, al igual que ahora, vivía en el campo, y desciendo de una estirpe de naturalistas y cazadores, tuve la ocasión de aprender los más diversos métodos de caza y captura de animales, especialmente aves.
Llegaba septiembre y el campo se plantaba de costillas hasta navidades, para la caza de aves insectívoras migrantes que estaban de paso hacia África y también de las recién llegadas que se disponían a pasar el invierno con nosotros. En noviembre se capturaban fringílidos con la red de reclamos. En primavera se tiraban las tórtolas al llegar a las costas gaditanas a su regreso de África y en verano se capturaban pájaros en los bebederos armando redes “al agua”. Existían además otros muchos métodos que se practicaban repartidos en el año calendario, como la caza nocturna con luz y cencerro o la captura de alcaudones con encijeras. La caza de codornices con reclamo en los trigales de primavera era particularmente excitante. En la marisma se recolectaban huevos de anátidas, limícolas y fochas en primavera y aves manconas en verano.
Por entonces no había normas que prohibieran tales actividades y si había alguna, existía una especie de amplia tolerancia por parte de las autoridades. Y tampoco había una lista de especies cazables, sino que cualquiera era objeto de captura. Existían los llamados “vedados de caza”, una variante de coto en que se podía cazar legalmente todo el año sin tener que respetar vedas.
Es a partir de los años 60 del siglo XX cuando comienza a surgir una inquietud conservacionista, especialmente de parte de cazadores, y aparecen decretos y leyes para la protección de las especies. Este camino recién emprendido hacia la conservación, se ve seriamente afectado por la proliferación de la caza ilegal que se produce a raíz de la transición política en la segunda mitad de los 70, cuando los cotos de caza sufren un sistemático ataque de cazadores furtivos. Tienen que pasar unos años antes de que se vuelva a la normalidad y cuando cambiamos de milenio la caza ilegal a gran escala aparece circunscrita a los países centro y surafricanos y más cerca de nosotros, a los países de Mediterráneo Oriental.
Todavía ahora y a pesar de las campañas internacionales emprendidas, en algunos países como Chipre, Malta, Egipto, Líbanos, etc., la caza ilegal de aves durante la época de migración destruye hasta 25 millones de ejemplares. Algunas especies, como la tórtola europea, pierden hasta un millón de individuos al año en este movimiento migratorio y a manos de la caza ilegal.
El Mediterráneo Oriental se ha convertido en un punto negro para las aves migratorias especialmente por dos razones. Primero, por la situación geográfica, las aves viajeras se ven obligadas a concentrarse en puntos que son cuellos de botella antes de salvar ciertos obstáculos, por ejemplo el cruce del mar por lo más estrecho o la parada anterior para reabastecerse antes de pasar el desierto, lo que incrementa su vulnerabilidad.
Después está la larga tradición de la caza en esta región, toda una cultura de captura de pájaros por los procedimientos más variados, desde armas de fuego hasta redes, lazos, liga, etc., para su venta en los mercados locales. La presión internacional por parte de los colectivos conservacionistas es cada vez más fuerte pero el progreso en la eliminación de estas prácticas es realmente lento.
De unos años a esta parte han surgido en el suroeste de nuestro país unas prácticas ilegales de captura que son totalmente nuevas masivas y no selectivas, que están causando estragos en las poblaciones de ciertas aves como los zorzales y las bisbitas. Una de ellas consiste en instalar un instrumento electrónico que reproduce el reclamo del zorzal, en las noches de octubre y noviembre, cuando llegan estos migrantes procedentes de Centro y Norteeuropa. El artilugio se coloca en algún árbol, como higuera, morera, álamo, encina, etc., que previamente se ha rodeado de redes invisibles. Al reclamo no solo acuden los zorzales, sino también pinzones trigueros, currucas, petirrojos y otros, que quedan prendidos en las mallas. Hay quienes en sus propias casas, en las poblaciones, tienen instalado el engaño en la azotea, alrededor de un árbol artificial o de grandes macetas de plantas. Las capturas se cuentan por cientos en las noches de migración intensa.
El mismo aparato, pero con reclamo de bisbita, se puede instalar en un prado, sembrado o cualquier otro lugar querencioso para las aves de esta especie, lugar que ha sido previamente plantado de costillas o perchas con cebo de hormiga alada, las cuales hacen su trabajo una vez amanece y las aves se lanzan a por el cebo que encuentran irresistible, especialmente ahora que llegan cansadas y hambrientas por el viaje.
Estas actividades han sido denunciadas por los propios cazadores ante las ONGs conservacionistas, pero hasta la fecha éstas no parecen haber reaccionado con firmeza. Una actitud que resulta paradójica con los permanentes intentos que muchas de ellas llevan a cabo para eliminar diversas prácticas de caza legal que en modo alguno dañan a las poblaciones de aves, sino más bien redundan en su beneficio y en el de la conservación de otras especies no cazables y en el de sus hábitats.
Javier Hidalgo