El Covid, ha sido a nuestros campos como la lluvia de octubre seguida de un día de sol, para las hormigas de alas. Caminos donde antes te encontrabas con alguien y te llevabas un susto, ahora son como los centros comerciales en época de rebajas. Incluso vemos con sorpresa como el Covid ha influido en la educación de la gente (o a lo mejor he sido yo que a base de insistir una vez y otra he conseguido que saluden), ahora al cruzarse dan los buenos días aunque lleven los cascos puestos.
Nuestros otros caminos, ahora avenidas rurales, tienen en muchos casos problemas insalvables: ¡atraviesan cotos de caza!, y lo peor de todo es que, de esas avenidas, parten como tentadoras invitaciones, carriles, veredas, sendas, pasos de fauna y de ganado, que los nuevos conocedores de la salubridad de nuestros campos no renuncian a investigar y tratar de descubrir sus secretos.
De repente ves aparecer a una señora vestida con unas mallas de color azul celeste, zapatos tipo running (o como se diga), gorra con un cocodrilo en el costado, sudando la gota gorda, que sube por una verea de cabras vociferando:
– ¡Guarda! ¡Que me han tirado un tiro!
– Señora, no habrá sido a usted, habrá sido a un conejo.
– ¡No! Ha sido a mí que lo he oído muy cerca.
– A ver, mujer. Si es que se ha metido usted en medio de una zona donde están cazando. No es conveniente que en días de caza se salgan ustedes de los carriles principales…
– ¡Yo ando por donde me sale del c***! Lo que tienen que hacer es no cazar que son unos asesinos.
– Es lo que pasa en un coto, señora, ¡que la gente paga por cazar y caza!
– ¡No te digo yo!, ¡si es que ni el guarda tiene vergüenza! Ya no va a poder una salir de su casa. ¡Machistas de mier**!
Y ahí va el nuevo espécimen, levantando polvo por el carril, echando maldiciones a lo humano y lo divino. Lo peor, es que cuando llegue a la terraza del bar, sudando como el caballo de un rejoneador, después de pedir una tostada entera con jamón, con un Ribera del Duero para recuperar fuerzas, le contará a quien le quiera oír: que iba tranquilamente paseando por el campo, que a ella le ha dicho el médico que le viene muy bien para lo del colesterol, el azúcar, las varices y la artrosis, cuando un grupo de asesinos que estaban cazando ciervos, le han disparado con un rifle.
– Señora, ¡si por aquí no hay ciervos!
– ¿Lo ve? Me han disparado a mí, si ya lo digo yo, que no va a poder una salir de su casa.
Carlos Enrique López Martínez.