Cuestionar la conducta propia es, sin duda, un acto de madurez y de respeto a todo lo que nos rodea. Cuestionar conductas ajenas es un acto no exento de osadía y frecuentemente erróneo.
En esa tesitura anda inmersa la caza en estos tiempos. A examen lo ha estado muchas veces, pero atacada con tanta saña y, sobre todo, con tanto desconocimiento, quizá nunca como hasta ahora.
La crítica es libre y sana, pero al que la ejerce hay que exigirle fundamento para hacerlo y conocimiento de lo que va a criticar; si no es así, la crítica no es más que un ejercicio de maledicencia y aversión.
Y es que cuestionar la actividad cinegética es como cuestionar la propia existencia del hombre sobre la Tierra. Y esto no merece la pena ni discutirlo; una actividad reflejada en las imágenes que el hombre se ha esforzado en trasladar desde los albores de la Humanidad y que, sin la menor duda, posibilitó su propia existencia, no puede ser cuestionada en su esencia.
Sin embargo, ello no debe llevarnos a pensar que la caza, como actividad atávica, puede ser ejercida sin ningún control ni limitación. Ese ancestral impulso va a ser ejercido en el seno de una sociedad civilizada y, por ello, debe ser respetuosa con su entorno, con todo lo que ello conlleva. Y todo buen cazador sabe perfectamente qué significa esto, además del permanente recordatorio de las leyes al efecto. Y esto debe ser publicitado a los cuatro vientos.
Definida así la caza, se dibuja una actividad capaz de llenar y dar sentido a las vidas de muchas personas, entusiastas y respetuosas cuidadoras de la naturaleza, cuya afición les permite vivir una serie de entrañables vivencias en torno a la amistad, el paisaje, las armas, la solidaridad, la gastronomía y muchas cosas más, tan importantes como la propia acción predatoria y capaces de hacer felices jornadas sin ninguna captura.
Por eso, hay que considerar encomiable que organizaciones cinegéticas, especialmente de caza mayor, estén prestando cada vez mayor atención a mostrar públicamente todas las demás y extraordinarias facetas que conlleva esta actividad, mucho más allá del mero hecho de abatir un animal.
En este contexto, me parece paradigmática la figura de Hunters Hispania, cuyo equipo base, además de las facultades portentosas y la enorme profesionalidad de Luis y la labor callada pero eficacísima de Leli, cuenta con la palabra de Antonio que, a modo de bardo con fondo de caracolas llamando a los perros en la lejanía, es capaz de extraer y regalarnos crónicas preciosas que, entrañablemente relatadas, posibiliten dichosamente que una orgánica montera, además de ofrecer magníficos resultados en fincas emblemáticas, pueda ser también una excelente escuela de amor a la naturaleza y a los sentimientos, haciendo realidad que venare non est occidare.
Manuel Verdier Martín.