Aunque creo que llevo cerca de medio siglo abriendo la codorniz sin interrupción, cada año se me complica más. Mi perro veterano murió hace pocos meses, estoy cada vez más desconectado de las zonas tradicionales codorniceras. Afortunadamente puedo presumir de grandes amigos y, en esta ocasión, Jon Lekue me invitó a compartir con él apertura de codorniz en una de las zonas privilegiadas de nuestra geografía: la comarca burgalesa de Castrojeriz.
Jon, bilbaíno de pro, es un viejo amigo con el que comparto no pocas aficiones, como la pesca a mosca de trucha y salmón, la caza con perro de muestra y también el rececho de montaña. Jon no se prodiga en los medios de comunicación, pero tanto en la caza como en la pesca es, sin duda, de las personas más expertas que tenemos en España.
La primavera ha sido excepcionalmente lluviosa y los campos están altos y sucios de maleza como hacía muchos años no se veía. Para la maquinaria agrícola moderna y agresiva ello no quiere decir nada, ya que siguen cosechando a ras de suelo y empacando la paja inmediatamente, cuando no la pican directamente.
El resultado es el de siempre: rastrojos como solares, aunque antes de la siega alcanzasen más de un metro de altura y se hayan recogido con frecuencia más de 4000 kilos de grano por hectárea, un cosechón. En cualquier caso, e incluso después de una siega agresiva, los campos y las lindes se hallan con más suciedad y maleza que ningún otro año, lo que hace presagiar una buena temporada de cría para las perdices. Creo que tiene bastante fundamento la relación estrecha entre los años buenos de cosecha y los buenos años de perdiz, y en este caso doy fe que se va a cumplir.
Aunque no es aplicable al cien por cien de la superficie española, en la mayor parte de los terrenos la perdiz ha criado excepcionalmente bien. Escribo estas líneas en las afueras de Valladolid, donde paso habitualmente parte del mes de agosto, y no recordaba haber visto perdices por esta zona desde hacía décadas, mientras que este verano las veo con cierta frecuencia. En general casi todos mis contactos me confirman que se trata de un excelente año perdicero. Habida cuenta de que sabemos que la población se halla en dinámica descendente, este otoño sería una buena ocasión para no apretarlas demasiado y dejar ‘madre’.
En cuanto a codornices, me constaba que en la zona de Valladolid y Salamanca se habían visto muchas durante la siega en el mes de junio. Poco después de la cosecha, al quedar los campos desnudos, esas codornices habían desaparecido. Sabemos por los anillamientos, que efectúan cortos movimientos divagantes a zonas norteñas más frescas, y tenía confianza de encontrarlas en el norte de Burgos. Sin embargo Jon me previno de que no había demasiadas, sino más bien lo contrario.
Esas zonas del centro y norte de Burgos y Palencia han sido tradicionalmente lo más codornicero de España, pero Jon no se equivocaba. La apertura resultó pobre. Cazando mañana y tarde, entre Jon y el que suscribe cobramos nueve pájaros, y las perchas de los compañeros fueron más o menos similares. Me parecía increíble ser el primero que pateaba esos arroyos húmedos y espesos, entre trigales espectaculares, y que no levantase codornices allí el día de la apertura.
En cualquier caso disfruté muchísimo viendo el amanecer en las rastrojeras castellanas, olfateando la brisa húmeda de la lluvia caída durante la noche y recordando tantas y tantas aperturas con mi padre. También me hizo feliz ver abundantes bandos de perdices ya igualonas que volaban desconcertadas entre los cazadores y sus perros.
Otro de los grandes alicientes, y por qué no decirlo, preocupaciones, lo constituía el debut de mi perro, Botón, un precioso drahthaar que me ha regalado mi amigo Eulogio, de su selecto afijo Bosque de Bohemia. Botón es un perro extraordinario, bonito, noble, obediente y con grandes cualidades cinegéticas, pero es realmente difícil adaptarte a un perro después de haberte compenetrado a la perfección durante quince años con otro.
Botón es un atleta consumado y tiene una energía desbordante. Tanta que me cuesta tenerlo en el pequeño jardín que posee mi casa de Madrid porque veo que es insuficiente para el perro. Cazando tiene unos vientos espectaculares, pero su energía le lleva a alargarse casi constantemente. Atiende a la llamada y viene a mí siempre que le llamo, pero no tarda tres minutos en volver a estar a trescientos metros. Como no se cansa nunca puedo estar llamándolo y viniendo durante tres horas, lo cual es agotador para él y para mí.
A Jon y otros cazadores les gustó y me dicen que el exceso de fuerza y afición no es un defecto y se puede corregir. Peor sería que le sucediese lo contrario. Botón me hizo algunas muestras bonitas aunque si mi padre viese a qué distancia caza pondría el grito en el cielo. A veces no tengo claro si el problema es de un perro demasiado enérgico o de un cazador al que le van fallando las fuerzas.
Juan Delibes