Estrellas fugaces

Covarsí, Yebes, Foxá, Medem, Ariño… han sido rutilantes estrellas de la caza mayor en el siglo XX, así como lo fueron en la menor Teba, Delibes, Asas, Parrita, Tragacete.

En nuestra denostada actividad cinegética, en este primer cuarto del siglo XXI, echo en falta a estas figuras. Ni siquiera aparecen las «vacas sagradas» que dieron tanto de hablar en los últimos años del siglo pasado, coincidiendo con la espectacular expansión y dimensión de la caza internacional en España en esos años.

En cambio, sí que he sido testigo de estrellas fugaces, que son meteoros que entran en la atmósfera terrestre a un promedio de 137.000 kilómetros por hora y desaparecen calcinados. Esas «estrellas fugaces» venatorias las he visto varias veces con escepticismo en los últimos años, aparecen con un inusitado poder económico que parece que les va a permitir comerse el mundo, llegan a acumular premios y distinciones, tanto a nivel local como internacional, pero el cacharrazo que se produce es inevitable, desapareciendo de nuestro mundo de la caza para siempre, con la misma altísima velocidad que cuando llegaron.

Cuando alguien me pregunta qué fue de ellos, les respondo que fueron víctimas de su codicia, de su falta de moral, de su temeridad, de su incapacidad y de su supina estulticia.

Por el camino dejaron algún daño colateral como supuestas interesadas amistades, factura inmensa en la taxidermia, petardazo sonado en la armería de moda, alguna fastuosa intermediación fallida y la sensación más qué real de un auténtico bluf.

Supongo que estos fantasmas aparecen en todas las actividades de nuestra sociedad, pero en la que nos atañe, la caza, son especialmente dañinos, por la pésima imagen que dan y por la malsana inquietud que producen en el mercado. La «calcinación» de estos «estrellas» no es solo debido a su debacle financiera (que siempre va de la mano), sino a su comportamiento, a priori, de todo punto deleznable.

La caza, sin entrar a filosofar, es una actividad vital para muchos millones de personas y esos «estrellas fugaces», con un desmedido afán de medrar en lo social que tiene nuestro mundo, la asaltan, la afean y la deforman, poniendo en riesgo a los que se sienten cazadores y no buscan otra cosa que, simplemente, cazar. Cumplir con su afición, madrugar ilusionados con lo que va a deparar la jornada expectante que se tiene por delante, todo ello ajeno a la particular economía de cada uno o el impacto que puedan causar en su reducido ambiente social.

Es inevitable conseguir que desaparezcan las «estrellas fugaces»; más difícil es que yo las consiga descubrir, como hasta la fecha ha sucedido, sin que causen un mayor daño. Y lo más deseable es que aparezcan estrellas de la caza de verdad, como las tres de los Reyes Magos (Alnitak, Alnilam y Mintaka) y que nos guíen como hizo la Estrella de Belén, ese astro que cada año corona nuestro infantil nacimiento doméstico.

José García Escorial.