El venado perdido

Es un logro sindical cazar después de Navidad hasta vísperas de Año Nuevo. Salvo algunas contadas ocasiones, siempre estamos en el rancho en esa fecha.

Por varios motivos solo fuimos tres cazadores en esta salida. En el grupo somos ocho en total, con varios años cazando juntos. Es un rancho de 4.000 hectáreas, quizás más.

Era el primer día de la sesión de hasta cinco días que se había planeado, haciendo la cacería más larga de la temporada.

Solazo a plenitud y sin nubes, muy caliente. Siempre un volado el clima en esta región. Pensé, incluso, que, si había suerte y cazaba los primeros días, la carne se iba a echar a perder rápido (no obstante, actualmente ya hay nuevas hieleras disponibles)… Además, siempre en esas condiciones, ¡mucho ojo con las víboras y con las garrapatas!

A pesar del clima, es la tradicional mejor semana del año y con mucha expectativa.

 

 

Se habían visto pocos animales con calidad de trofeo en la temporada. Todos damos opiniones del porqué: helada, seca, puma, falta de manejo, corrida tarde, clima… ¡puro conocedor!

Este día 26 de diciembre, en particular, estamos a 36 grados centígrados. Tirando maíz a pie y empapado de sudor. Desde las tres de la tarde ya estoy en el punto. Algo necio o mucho, quizá, pues el resto de los cazadores salió después de las cuatro para mitigar el calor.

Me decido por ponerme en nivel de piso en una ‘L’ a ocho kilómetros del campamento. Solo con un mampuesto para apoyar, el .270, una sillita y una lonita camuflajeada. No tomo agua, solo unos tragos para no moverme ni levantarme las últimas dos horas.

Mucho calor… Espero que el sol baje un poco para que no me dé en la cara. Falta una hora y media de luz. Salen varios venados. Me habían alertado de que salía un ocho picos alto, con cornamenta alta, pero no ancha (los llamados «obispos» u «obispones») y aún joven. ¿Qué no me precipitara? Algo me conocen, supongo. De repente, sale el obispón y un par más, medianones, y también un par de ciervas, todos algo inquietos. No quiero tirar a menos que sea competitivo, ¡pues ahí se han visto buenos cornudos años pasados!

 

 

Vuelve a salir el obispón, según yo, varios minutos. No lo veo con los binoculares, hasta que después reviso y me doy cuenta de que es otro (¡perdí mucho tiempo por confiado!), robusto y con diez picos. Le meto los lentes para no equivocarme y confirmo que es otro venado y que está bueno, ¡me empiezo a poner nervioso! Cuando decido que sí, se mete caminando al monte abandonando el sendero, ¡perdí mi oportunidad! Como siguen los otros animales en el camino, tengo la esperanza de que vuelva a asomarse.

Media hora más tarde vuelve a salir, más lejos, al final del sendero donde se hace una curva, quizá 200 metros, al lado de una venada y un venado. Los tres animales se mueven y se cruzan varias veces. No tiene el mejor tiro por estar a nivel de piso. Espero a que no estén montados para el disparo y que estén quietos. Sé que falta poco para no tener luz… Empieza el pulso a subir, ¿por qué será?

 

Finalmente, los animales se abren y me dan tiro. Me decido, aguanto la respiración y disparo. Apunto a la paleta, se escucha el impacto clarito y cae en sus huellas. Sonido muy claro. No quería batallar andando solo, con ese calor y buscándolo sin luz. Un compañero también me afirma por mensaje que escuchó el disparo, ¡pegado, sin duda!
Espero un rato para ir a verlo… Abro el Gatorade, una naranja, no me muevo del punto. El animal está inerte. Bonitos cuernos sobresaliendo del piso. Minutos después, ya sin rifle y relajado, el animal, en un segundo, se levanta, se para y corre… ¿Qué pasó? ¡Lo veo en cámara lenta!

Cuando se levanta, ¡no puedo creerlo! ¡Ya pasó mucho tiempo! ¿Por qué…? Retomo el rifle, pero ya era tarde.
No lo busqué ese día. Solo ubique el punto donde cayó. No quería levantarlo de nuevo. Estaba seguro de que por la mañana lo encontraría. ¡Imaginen los alucines que pasé por no haberlo encontrado esa noche!

 

 

Al día siguiente, antes de salir el sol, me fui al mismo punto y lo preparé normalmente. Maíz, sillita, etc. ¡Atento por si sale! ¿Qué tal si se asomaba con alguna herida superficial? Casi a las ocho de la mañana me desespero y salgo a buscar el rastro, ¡pero nada! A las diez pido apoyo a los vaqueros y a sus perros. El punto de arranque es un pequeño rastro de sangre en donde cayó el animal.
Sangre oscura, ¡y poca! Solo una gota del tamaño de un centenario.

Cinco horas con los vaqueros en la búsqueda, encontrando solo cuatro gotas dispersas de sangre únicamente. ¡No puede ser! ¡A aguantar la presión y los chistes del grupo! La carrilla se hace presente, ¡ni modo! A todos les ha pasado alguna vez, dicen… ¡Pues, sí!

Por la tarde, vuelvo a salir tempano, no pierdo la esperanza. Decido ir a la misma zona, pero a un kilómetro del disparo, hacia el lado oeste. En una torreta. Buscando señales, coyotes, aves, animal herido, etcétera.

 

 

A las tres de la tarde, nuevamente a 36 grados, ya estoy instalado. Sol en la frente. Y veo a esa hora un diez picos, viejo, caminando hacia mí a 600 metros. Camina por el sendero hacia mi dirección, haciendo zigzag cada 70 metros. Cada vez que se mete al monte, pienso que no lo volveré a ver. Pero hace lo mismo hasta estar a unos 60 metros de mi torreta. Cruza despacio la senda. Viéndome, se para, me reta. ¡Camina despacio! ¡Lo tengo en la mira! En la misma zona que hace dos años había visto un excelente venado, quizá era el mismo de años pasados…

 

 

Pero este año tenemos pacto de no cazar más de un animal por familia, a pesar de tener los cintillos suficientes. ¡Yo había tirado el día anterior! Y aviso a mis partners para que le hagan cacería.

Volví por la mañana a la misma ‘L’ para insistir en búsqueda. Observé dos venados muy aceptables en el lado opuesto del sendero. Me aseguraba de que no fueran el mismo al que disparé. Estos venados van alejándose de mí para cruzar un arroyo, ese lado del camino es de más de un kilómetro y medio de largo.

Sabor de boca muy amargo. Pienso que lo rocé, ¿por qué no le pegué bien? ¿Solo aluciné? ¿Qué pasó? ¿Dónde estará…?

Al siguiente día me pongo cercano a la presa, soy terco y le insisto, ¡quizá se movió rumbo al agua más cercana! Nada, no me sale y no veo señales, ¡empiezo a darme por vencido! ¡Ni hablar, nos vamos al siguiente día!

¡El frente frío entra justo el día que estamos saliendo del rancho! No puedes quedarte, pues son las fiestas de fin de año familiares. Yo sabía, además, que durante enero me sería difícil volver al rancho.

Ya había dado vuelta a la página y el 19 de julio recibo un mensaje de mi compañero para avisarme de que el vaquero encontró un venado. Rumbo a la presa, efectivamente, al sur, ¡quizá a un kilómetro de distancia del punto del disparo! Envía una foto por su celular… y confirmamos que es mi venado.

Afortunadamente, aquel día avisé a los vaqueros que había disparado y les pedí su ayuda para rastrearlo, ¡de lo contrario, no me hubieran avisado de la sorpresa!

Pues sí, unos meses después resultó un diez picos muy bueno para la zona (consistente con mi descripción a mis compañeros) y, a pesar de los seis meses en el monte, su estado era muy bueno todavía, ¡perfecto para lucir en una tablita en la pared! Cráneo y cuernos, completos. Ya saben que, si no está recuperado, ¡no te creen al 100 %!, pues dicen que los cazadores ¡tendemos a exagerar!

 

 

Después de varios años en China, Nuevo León, México, ¡mi último venado cola blanca de esa región! ¡Tuve muchísima suerte en recuperar el trofeo!

Guillermo Resendez

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