Sonaba el teléfono en la oficina de la asociación Wildlife Trusts de Gran Bretaña, en el este de Inglaterra, y la voz de una venerable anciana, miembro del Trust local, denunciaba con todo lujo de detalles el incidente que acababa de presenciar a través de la ventana de su cocina. –Un odioso gavilán acaba de atrapar y se ha llevado a un pobre herrerillo de los que estaban alimentándose en el comedero del jardín.
¿Qué piensa usted hacer al respecto? A este lado de la línea, un experimentado Derek Moore, Director de Conservación de la federación de asociaciones y entrañable amigo mío, contestaba con voz conciliadora pero firme. –Sí, Mrs. Cawley, eso es terrible, pero dígame ¿cuántos gatos tiene usted en casa? La benefactora de las aves respondía un tanto extrañada. –Yo solo tengo tres gatitos. Entonces Derek, con la misma conciliadora voz, pero ahora terminante, decía: –Pues he de decirle, Mrs. Cawley, que si usted quita de en medio a uno de sus felinos, la población de pequeñas aves de su jardín aumentará considerablemente.
End of conversation, como dicen allí… Aquí, los animalistas y amigos de Bambi, esos que, junto a los ecologistas ignorantes, denigran la caza legal y no le reconocen la labor de conservación que lleva a cabo, deberían adoptar una postura de admisión de la realidad y obrar en consecuencia. En casa teníamos que amarrar a nuestra gata, como si fuera un perro, durante las campañas de anillamiento en los pasos migratorios. Y es que aprendió a registrar las redes y hacía la cosecha por su cuenta antes de que llegáramos nosotros a requerirlas.
He amanecido muchas mañanas en el campo británico y rara es la ocasión en que al salir de la casa no encuentro restos de aves o pequeños mamíferos en el felpudo de la puerta, abandonados allí por la felina mascota familiar. Y es que los gatos domésticos, aun bien alimentados por sus propietarios, no resisten el instinto cazador que llevan en sus genes y cada noche practican por su cuenta el ejercicio venatorio.
Otra cosa son los gatos asilvestrados, con frecuencia nacidos ya en el campo, una peligrosa plaga artificial que exige su eliminación sin moderación alguna. Se estima un mínimo de 6 millones de gatos caseros que cuentan con la libertad de entrar y salir a su libre albedrío en aquel país. Si atribuimos a cada uno de ellos la conservadora cifra de 10 pequeñas aves destruidas al año, obtenemos un montante de 60 millones de pájaros devorados por ellos. No precisamente albricias.
¿Y se quejan nuestros amigos de Albión porque nosotros cacemos zorzales que se comen nuestras uvas y aceitunas? Esta actividad de los domésticos inquilinos no se reduce solo al país británico. El daño que han llegado a infringir a las comunidades de aves y pequeños mamíferos en ciertos lugares ha conducido a la prohibición de tener gatos en islas de Australia y Nueva Zelanda.
Reptiles, mariposas, saltamontes y otros insectos son también sus objetivo-presa. Sin embargo, en el mundo de la conservación apenas se ha prestado atención a este hecho, en comparación con las reacciones que hemos presenciado frente al efecto de los productos fitosanitarios, la destrucción del hábitat, los drenajes y desecaciones de zonas húmedas, etc.
Y por supuesto frente a la caza legalmente ejecutada. En un país de mayores dimensiones como los Estados Unidos de América, las cifras se multiplican. En tiempos recientes, un estudio publicado por Nature Communications y aireado en la prensa de nuestro país, coloca a los gatos como la principal amenaza para la vida salvaje.
A ellos les atribuye la devastadora cifra de entre 1400 y 3700 millones de aves y de entre 6900 y 20.700 millones de mamíferos destruidos cada año. Ambos, los gatos asilvestrados y los gatos domésticos, cuyo censo en EE. UU. Asciende a 84 millones, son igualmente responsables de este recorte en las poblaciones de animales salvajes, que en el caso de las aves de aquel país puede suponer un 20 % de sus efectivos.
Allí han calculado entre 4 y 18 pájaros por año y entre 8 y 21 pequeños mamíferos eliminados por los gatos de compañía. Cifras nimias comparadas con las atribuibles a los gatos asilvestrados, entre 30 y 80 millones de ellos que destruyen de 23 a 46 pájaros y de 129 a 338 mamíferos por año. Ratones de campo, ardillas, topillos, conejos, musarañas y hasta el emblemático robín americano, están entre sus presas favoritas.
Ante estas devastadoras cifras, es lógico pensar que se impone la eliminación total de los gatos asilvestrados y la recomendación a los propietarios para que los gatos domésticos no campen libremente fuera de sus casas.
Sin embargo el mismo estudio alerta contra una prohibición total de la existencia de los gatos sueltos, puesto que estos también actúan como controladores de otras especies que pueden ser más dañinas para la fauna. Una vez más la conservación se nos muestra como una tarea altamente complicada y con efectos colaterales imprevisibles.
Javier Hidalgo