Tal como dispone la normativa aplicable, los gestores del Medio Ambiente son los encargados de la protección, conservación, mejora y gestión de la fauna silvestre y de los hábitats naturales relacionados con ella, debiéndose de encargar de la ordenación y gestión de los posibles aprovechamientos de la fauna silvestre en armonía con los objetivos anteriores.
Como consecuencia de ello, su obligación es encargarse de la elaboración de los planes de conservación de los recursos genéticos procedentes de la fauna silvestre, con vistas a posibilitar una futura adaptación de las especies y poblaciones amenazadas frente a las condiciones ambientales cambiantes, incluyendo plagas, enfermedades, cambios climáticos o contaminación ambiental.
Deben velar por el mantenimiento de la biodiversidad mediante medidas para la conservación de la fauna silvestre y de sus hábitats naturales, lo cual no solo comprende las acciones positivas encaminadas a su potenciación, sino aquellas destinadas a la prevención y eliminación de las conductas y actividades que supongan una amenaza para su existencia, conservación o recuperación, y una de ellas, muy importante, es controlar el aumento de los predadores que están amenazando el desarrollo de las aves de la estepa cerealista.
En la estepa cerealista existen las especies ‘presa’, como es el caso de la perdiz, y las especies ‘predadoras’, que se alimentan de las primeras, pero, entre ellas, debe existir un equilibrio, ya que, si no, las primeras acaban con las segundas.
Rapaces, zorros, ginetas, garduñas y resto de predadores han existido desde siempre, pero sus poblaciones se autorregulaban criando más o menos dependiendo de la alimentación de que disponían.
Esta es la teoría, porque la realidad deja mucho de desear, ya que, actualmente, las aves de la estepa cerealista, como si no tuvieran bastante con el tener que luchar contra la degradación del hábitat ocasionada por la agricultura moderna, ahora tiene que pechar con otro gran problema ocasionado por la actividad humana, al llenar la naturaleza de vertederos y basura donde diversas especies de predadores habituales y otros oportunistas obtienen cuanto alimento necesitan, ocasionando con ello un aumento de sus poblaciones y, a su vez, una mayor predación sobre las presas.
El problema que hay ahora es que a estos predadores, los llamados ‘oportunistas’ -que se alimentan de muchas cosas, como los zorros, córvidos, ratas, algunas rapaces, como los milanos- ahora se le suman ‘nuevos predadores’, como las cigüeñas, las garcetas, gaviotas, etc., gracias a los basureros y desechos que dejamos los humanos.
Tienen acceso a una mayor y nueva disponibilidad de alimentación que antes no tenían, ocasionando que críen más que antes y dándose el caso de que algunas, que eran migratorias, al disponer de alimento todo el año y por el cambio climático, viven aquí todo el año, ocasionando, a su vez, una mayor sobrepredación sobre el resto de aves de la estepa cerealista, agravando, más si cabe, el problema.
Algo parecido también ocurre con otro gran predador de nidos, como es el caso de los jabalíes, que por otras actuaciones humanas relacionadas con la modernización de la agricultura se ha realizado la implantación de grandes extensiones de cultivos de regadíos intensivos, ocasionando que, gracias a un gran aumento de su disponibilidad de alimento, sus hembras llegan a quedarse preñadas dos veces al año, aumentando espectacularmente en la ribera, y agravando todavía más el problema de la predación de las aves esteparias.
Lo mismo está ocurriendo, por ejemplo, con los buitres, la cual si bien es una especie muy necesaria para la limpieza de carroña en los campos, autorregula sus poblaciones de acuerdo a la disponibilidad de carroña, pero, al sobrealimentarla en los muladares, se está provocando artificialmente que críen más, y como tienen que comer todos los días se está ocasionando un cambio de su comportamiento necrófago en predador, al atacar al ganado sobre todo en épocas de paridera, con el lógico enfado y quejas de los ganaderos.
Si a ello sumamos que el exceso de sus poblaciones está ocasionando la ocupación de espacios en los roquedos de cría del resto de rapaces, algunas de ellas en peligro de extinción como el quebrantahuesos o el águila perdicera, vemos que su gestión es claramente mejorable, ya que solo con disminuirles la sobrealimentación se autorregularan sus poblaciones al adecuarlas a la disponibilidad de alimentación.
En la naturaleza deben de tener cabida todas las especies, pero en su justa medida.
Este desequilibrio al que estamos llegando en la estepa cerealista, y es la Administración medioambiental la que tiene que poner los medios para remediarlo, regulando el exceso de las poblaciones de depredadores y el origen que lo causa: es lo que los técnicos llaman el ‘pozo de la predación’, que es lo que ocurre cuando los depredadores atrapan más presas de lo que estas son capaces de reproducirse.
Se trata de algo tan sencillo y a la vez tan difícil de conseguir una relación correcta depredador-presa.
¿Cuál es la solución? Es un tema delicado y que plantea interrogantes, ya que, si bien con especies cinegéticas, como el zorro, los córvidos o los jabalíes, se están realizando acciones tendentes a su control, el problema es qué tiene que hacer la Administracion cuando se trata de regular el exceso de especies protegidas en las que, por la intervención humana, su evolución no ha sido natural.
La respuesta, sin duda, está en los dos primeros párrafos de este artículo, ya que esta es una gestión que le corresponde a la Administracion y a ella le corresponde el resolverlo.
Por Carlos Irujo. ADECANA, Asociación de Cazadores Navarros.