El milagro de la vida

La vida continuamente nos pone a prueba brindándonos situaciones difíciles, con sus satisfacciones y desafíos, trabas impuestas a lo largo del camino en ocasiones muy complicadas de digerir.
Una cosa sí tengo clara después de lo acontecido con El Cejas: que por mucha dificultad que encierren ese tipo de situaciones adversas, no tienen por qué resultarnos un imposible y que, con fe, esfuerzo en el trabajo y grandes dosis de paciencia, no hay motivo para perder la esperanza, dado que nada es inalcanzable a los ojos de Dios.

Dicho esto, como habrá muchos lectores que no comulguen con esta ancestral modalidad de caza, veo a bien adelantaros unos párrafos entresacados de mi tratado perdigonero Desde mi tronera, liturgia y pasión de una devoción heredada, vol. III –aún por editarse–, en el que narro la vida de un pajarito de cuatro celos que, en una fecha próxima a su onomástica, apareció postrado en su reservado del pelechadero –lo que se dice prácticamente muerto– debido a una enfermedad hepática de diagnóstico irreversible, quedándose de la noche a la mañana tremendamente delgado, blancas sus mucosas y sin fuerzas para valerse por sí mismo, cursando su sintomatología continuas pérdidas de equilibrio, en suma debido a una excesiva acumulación de sustancias tóxicas en el torrente sanguíneo de su cerebro, de manera que hube de permanecer durante siete largos meses medicándole, mañana y tarde, teniéndole que dar de comer por el pico con mis propias manos, alimentos en su mayoría ricos en proteína, como puedan ser las bolitas de hígado de ternera recién enharinadas, ayudándome para su ingesta de un palillo y teniendo necesariamente que darle de beber por mi boca, con idea de que muchas personas ajenas a este mundillo puedan asimilar lo sacrificada que puede llegar a ser el día a día de un cazador de jaula y que no se ve, en un intento de cambiar esa percepción errónea que algunos tienen del colectivo.

El debut de ‘El Cejas’: mis intimidades con él

El Cejas se destapó como un reclamo cumplidor e incansable, con el marchamo de garantía adherido a su piel desde su nacimiento en el año 2013.

Oriundo del municipio sevillano de Las Pajanosas, más concretamente del Campo de Golf Hato Verde, jamás dio un aguardo por perdido, de ahí que en un jaulero bien estructurado rondaría la nada despreciable puntuación de notable.

Llego a mis manos regalo de Manuel Domínguez Rodríguez, más conocido en el municipio sevillano de Guillena por el alias Carmelo. Para aquellos que quieran ir un poco más allá del simple lance con nuestra pieza favorita y deseen disfrutar del debut del Cejas, con dos celos, en la que supuso su primera salida, os invito a visualizarlo entrando en YouTube, siguiendo este código.

Fijaos que, tras picarse el bando, cuando por fin la jaula se queda a solas con el primer macho, menos mal que me doy cuenta de que esta no está enfrascado con él y sí con el garbón que permanece unos metros por detrás subido en una piedra dando de pie a diestro y siniestro; tirárselo… hubiera significado estropear de manera irreversible la trayectoria de ese reclamo, de ahí la relevancia que tiene el disparo en las distancias cortas, que es cuando la experiencia del perdigonero tiene mucho que decir a su favor o en contra.

En su tercer y cuarto celo, el pajarito fue ganando enteros terminando por convertirse en una pieza clave en el engranaje de mi jaulero. Por sacarle algún defecto, tan solo referir que en ocasiones llegó a ponerse bruto con alguna hembra en particular atrancada en las inmediaciones de la plaza, pero fueron las menos. Al ser un pájaro con sangre y muy temperamental, tenía por costumbre darle una suelta antes de cada salida por aquello de que siempre he preferido que mis reclamos pequen de menos que de más. Con ese gesto, les estoy proporcionando armas y la calma suficiente con las que poder desenvolverse con sabiduría en el campo de batalla.

Diagnóstico de una enfermedad incurable

He de admitir que, a raíz de los acontecimientos vividos, el cariño que le profesé a ese pájaro fue algo especial.

He llorado lágrimas al viento de pura impotencia e incluido en mis oraciones a ese reclamo como hubiese hecho con cualquier otro pájaro que se precie de mi jaulero o por mi mejor amigo. Rezar y sobre todo que recen por los demás, ya lo dijo Miguel Ángel Robles, doctor en Ciencias de la Información de la Universidad de Sevilla:

«Rezar es la mayor aspiración que se puede tener en la vida, es curar las heridas, restañar los arañazos. Es dar gracias por vivir y por lo que la vida te ha dado. Es despertarse con las ilusiones renovadas. Rezar es una fotografía en sepia, un regreso a la casa de tus abuelos y al tiempo sin tiempo de tu infancia. Rezar no hace milagros o, si los hace, eso nunca lo sabremos, pero ofrece consuelo al que reza. Rezar es un placer oculto, que se reserva para la intimidad».

Pues bien, he de revelaros que en esa fe de la que hablo me crie, capaz de mover montañas o, sencillamente, comprender algo tan inverosímil como hacer que un reclamo portador de una enfermedad terminal retorne al jaulero merced al milagro de la vida, algo así como cuando miras a el cielo ansiando sentir en pleno rostro las primeras gotas de lluvia de un otoño temprano tras largos meses de sequía hasta que llegas a percibir el penetrante olor a tierra mojada, dejándonos la sensación más maravillosa del mundo.

Sucedió que cazando la finca ‘Las Jarillas’, término de El Pedroso, en plena temporada pajaritera –más concretamente, el 16 de febrero del 2018– al cerciorarme que se trataba de una mañana espléndida, decidí ofrecerle un último puesto de despedida en agradecimiento a sus años de lealtad; ni que decir tiene, que en ningún momento se me pasó por la cabeza que cantara. Mi sorpresa fue que, al destaparlo, me salió buscando campo enganchándose tras los primeros compases con firmeza y valentía con un par. Lo más sorprendente es que llegó a rifarse de lejos con un segundo macho, que se le vino de vuelo, actuación que provocó que asomara por entre unas piedras en cuestión de segundos e introduciéndolo hasta la salita de estar de nuestra bendita plaza. Finalmente, le tiré la collera: en primer lugar, el macho –como premisa– y, con posterioridad, la hembra, regalándome sin la menor duda el aguardo más emotivo de mi vida. Mientras tuvo lugar el lance, mi cuerpo permaneció sumido en un torrente de sollozos internos hasta llegado el momento en que ya no puede aguantarme más y rompí a llorar abiertamente, lágrimas al cielo, si bien es verdad que me emociono con relativa facilidad. Pero es que mis sentidos no daban crédito a lo que estaba aconteciendo en aquel escenario de locura hasta el punto de hacerme sentir en aquellos momentos de máxima intimidad el perdigonero más afortunado del mundo, terminando ambos por aceptar que éramos compañeros inseparables de afición, como no podía ser de otra manera.

He de reconocer que en ese primer aguardo sentí el ahogo de un nudo en la garganta e inclusive tragué un poco de saliva al comprobar como el pajarito trabajaba el campo con auténtica maestría, pues, a pesar de su incapacidad y la fortaleza empleada por pretender mantenerse en pie, irremediablemente se caía hacia adelante una y otra vez dando con sus huesos sobre el esterillo, hasta que, por fin, lograba recostarse de nuevo en los alambres sosteniéndose de pie apenas unos segundos, llegando a sentir en mi interior tal grado de desesperación que disparar sobre el macho me costó la misma vida al tener los ojos atiborrados de lágrimas de impotencia. Con sinceridad, no creo que vuelva a padecer un suplicio parecido en lo que me resta de vida cazando el perdigón.

Muerte de ‘El Cejas’

Y llegó el día, ese temible momento que nunca quisimos afrontar, pero que ambos sabíamos que tenía que llegar sintiendo con toda mi alma la pérdida de quien, con su ejemplo, dio sentido a mi vida. El Cejas, casi completado el pelecho, se fue de forma trágica como consecuencia de una apoplejía manifestada en una parálisis muscular que, de manera repentina, se lo llevó para siempre.

Pasó a mejor vida mientras permanecía en mis manos en la mañana del 16 de octubre del 2018, tras haberse recuperado con dificultad de una infección en el ojo derecho que le cogió parte del cuello y cabeza por aquello de que las desgracias nunca viene solas y se ceban con los más débiles o necesitados, de ahí el dicho de que al perro flaco todo se le vuelven pulgas.

En verdad que nos hubiera agradado haber podido seguir disfrutando de una temporada más de nuestra comunión, pues en ningún momento dejamos de soñar en esos pasajes a pie de sierra donde ambos fuimos almas gemelas, pero la fatalidad se cebó con él de forma trágica el verano siguiente y ya nunca le permitió levantar cabeza. Mis atenciones y sus ganas de vivir consiguieron alargar su existencia quince meses más, circunstancia esta que agradezco enormemente y de la que me siento orgulloso, a pesar del dolor que pueda sentir en mis adentros en estos míseros momentos, incluso a sabiendas de que ya nunca volverá a despertarme su canto al alba mientras caminaba por esos campos de Dios con él a mis espaldas como premonición a una mañana gloriosa, habito este al que presumo será difícil desacostumbrarse.

Apesadumbrado, con las mejillas repletas de lágrimas y abatido por el dolor, permitidme que ponga el punto final a este pasaje de entrañables recuerdos con unas palabras de despedida:

Tan solo decirte, mi querido Cejas desde este preciado rincón de Sierra Morena en el que a partir de hoy reposan tus restos y compungido por el inmenso dolor que supone el adiós definitivo, que los recuerdos de tus seis celos permanecerán imperecederos en la retina de mi memoria, al ser plenamente consciente de que en vida lo distes todo. Nunca olvidaré que, entre tus muchos regalos, me ofreciste los dos aguardos y lances más emotivos de mi dilatada existencia como perdigonero, que, créeme, es mucho más de lo que merezco.

En esta última etapa hemos llorado en multitud de ocasiones al haber tenido que soportar mucho dolor juntos como compañeros inseparables que fuimos, en definitiva. Es por ello, por lo que prometo llevarte en un rinconcito de mi corazón hasta el día en que me muera y mi alma busque ansiosa el reencuentro definitivo, alcanzando con ello la felicidad plena al sentirnos cerca de nuevo, para continuar disfrutando de las delicias del perdigón en un cazadero de ensueño con vegas, collados y espolones de caída a cual más pinturero y paradisiaco, de los muchos que deben de haber esparcidos en el acotado del Reino de los Cielos.

Un último consejo que no te vendrá mal atenderlo. A tu llegada, haz por buscar a mi padre, que seguro lo encontrarás de tertulia con sus amigos Juan Cota, Manuel Reyero, José Antonio Heras, Paco Benítez González, Justo Oliver Ramos, Ignacio López-Cepero Arbizu, Antonio Aumesket, Eduardo Picaillo, Manolo El Melli, Antonio Balseras y Miguel alias El Palma…, y otros muchos contertulianos que, por desgracia, ya no están entre nosotros. Cuéntales a todos hasta el último detalle de lo vivido juntos; ellos, mejor que nadie, sabrán abrirte las puertas de su corazón y del jaulero, y disfruta con alegría de la compañía de todos como tú solamente sabes hacerlo. ¡Hasta siempre, amigo!

 

José Ramos Zarallo.

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