Me pregunto cuántos artículos, cabeceras de revistas, capítulos de libros de caza, los propios libros, se han coronado con tan noble epígrafe. No obstante, no escribiré hoy sobre el baladro del ciervo dentro del monte cerrado de la Culebra, o en un claro de una dehesa de Sierra Morena, ni de la ronca del gamo mientras levanta el paso hacia una morra del Pardo. En breve, tras las primeras lluvias, llegará el celo cervuno, y la naturaleza, otro año más, nos entregará el milagro en forma de brama sorda e iracundos chasquidos de cuernas.
Existe otra berrea, atemporal, la de los cazadores. Lleva tiempo instalada en el ambiente y, en los últimos años, nos brinda una disputa regular, casi diaria, reflejada en las redes sociales, artículos de opinión y otros foros.
En el mundo de la caza, los cursis dirían en el ecosistema cinegético, rondan una serie de perdedores a elecciones en cualquiera federación territorial o asociación relevante, quienes, enfrentados a su quebrantada realidad, suelen crear una nueva agrupación venatoria. Movidos, primero, por el ego herido y, posteriormente, por el deseo de vanidad. Entre sus labores, la ofensa habitual hacia la vieja casa, donde permanecen los ganadores.
Platón compara el alma con un carro alado dirigido por dos caballos. Uno negro, reflejo del dinamismo de los deseos, y otro blanco, símbolo del ánimo. Este último, más disciplinado. Las riendas son movidas por la razón. Resulta humano sentir indignación ante el insulto, frente a la crítica irreflexiva, aunque venga del fracasado, antaño compañero, y responder de manera espontánea. El metódico caballo del ánimo se doblega provocado por un atolondrado deseo de respuesta. La razón no siempre puede controlar las riendas. Pero los vencedores nunca deben perderse en hostilidades dialécticas en las esclavizadoras redes sociales; han triunfado, la exigencia es el trabajo diario.
El Ministerio de la Verdad, genialmente descrito por Orwell en la novela 1984, se dedicaba a la propaganda mentirosa sobre el presente y a cambiar la historia del pasado según convenía en cada momento. Eventualmente, la defensa de la caza ha generado una serie de hijos no deseados, quienes, ataviados con disfraces directivos más o menos seductores –Mesa ‘Norteña Venatoria’…, Unión de Cazadores Asociados a las ‘Villas Rurales’…, Defensa de ‘yo qué sé’… (cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia)–, ofrendan cada día su particular ridículo a los españolísimos reinos de taifas. «Convierta su frustración en una nueva fundación», que diría un mensaje publicitario. Los agravios comienzan desde sus grotescas peanas, amagando un nuevo ‘Ministerio de la Verdad Cinegética’. Se unen sus mujeres, amigos y otros; algunos, por qué no afirmarlo, de buena fe.
Entretanto, el enemigo animalista se une sin cuestionarse desde dentro, propone iniciativas legislativas, es cada vez más fuerte, no berrea. Se agrupa, articula medios, lanza públicamente sus pitones hacia nuestro modo de vida y de entender la naturaleza. Mientras, los buenos, después de sacudirse los frecuentes estallidos entre sus propias cuernas y lanzar un par de bramidos hacia quienes acechan, cual quintacolumnistas del adversario (criticando o instituyendo ocurrentes agrupaciones), reaccionan apresurados, en una suerte de desprecio a la estrategia proactiva del contendiente, como el caballo desbocado del deseo, provocando que, en muchos casos, la razón pierda completamente las riendas.
Ha llovido, huyo, corro al collado en desesperada búsqueda de la verdad. Cae el sol, entre los chaparros la siento. No la veo, solo la escucho. Si la observara, parafraseando a Platón, no podría describirla y, si lo hiciera, nadie me entendería. Es la berrea, la auténtica.
Manuel María Baquedano