He tenido la fortuna de acompañar en el puesto, en una montería de renombre y tronío, a un alevín de montero que nos ha dado una lección de bonhomía a toda nuestra armada.
A pesar de llevar cincuenta años tras las reses y los cochinos, no he presenciado lance igual.
Estábamos situados en las laderas de un cortafuegos en forma de uve, a una distancia del puesto de la discordia, medida con el telémetro, de ciento noventa metros en línea recta.
Los latidos cadenciosos de un perro, cada vez más cercano, nos alertaron y así fue que, equidistante entre ambas posturas, apareció al raso un cochino por el seno de la limpia franja, cruzándola en oblicuo hacia nosotros.
El aprendiz de montero me preguntó si disparaba y una vez rebasó el jabalí la mitad del cortadero y no disparándole el puesto siguiente al nuestro, le dije conteniendo el aliento: «¡Dispara!». El tiro fue espectacular, pues el marrano cayó seco, ipso facto, como un meteorito inesperado.
Lo celebramos con la discreción y sigilo que requiere el momento y guardamos la vaina como recuerdo del primer guarro de nuestro novel cazador y protagonista de este lance.
Una vez enfundadas las armas, nos reunimos toda la armada para ver el cochino y comentar el lance y ¡he aquí la sorpresa!: nuestro ‘montero’ vecino también efectuó un disparo, como pudimos comprobar, sin duda alguna, por el impacto delator en el costado del animal, pero que coincidió simultáneamente, a la vez, con el balazo del tirador junior. Es decir, los dos disparos se efectuaron al unísono oyéndose una única detonación como así confirmaron todos sin excepción.
Nuestro disparo entró, desgraciadamente, por la boca con el consiguiente destrozo maxilofacial, de modo que nos referíamos continuamente a la cochina hasta que se verificó lo contrario.
La decepción del nuevo cazador se agravó hasta sentir un gran duelo interior, al ver el aire altanero, jactancioso y valentón del avezado ‘montero’ que se auto apropió plenamente de la autoría y posesión de la presa.
El joven montero, sin rechistar, humilde y con paz, cedió y zanjó así todo inicio de disputa, con una amplia y generosa sonrisa.
Pudimos ver en pleno corazón de la mancha como testigos, bajo un sol y un cielo intensos, a un ‘cazador cruel’ y aun montero que ya es todo un señor.
Javier Soriano Tarín.