De berrea en la Reserva de Mampodre

Mampodre, finales de septiembre del 2018

 

Estábamos en un escarpado barranco, por el que se divisaba al frente el surco del arroyadero de la montaña, casi no podía moverme. Tumbado de lado, en el exiguo espacio del saliente de piedra, a duras penas podía tener el rifle encarado.

—Tienes que aprovechar, que la luz se va pronto y no vas a tener más que una oportunidad. —me dijo Víctor, el guarda del cuartel.

Llevábamos ya dos días de rececho, a mi lado, mi hijo con el telemetro y el guarda con los prismáticos, oteaban el monte. Esperábamos que el venado que desde hace un rato oíamos berrear, descendiera y saliese al claro lecho pedregoso, que formaba la rambla del denso monte que teníamos enfrente. Le oíamos berrear, contestando y retando a otro venado; la distancia era considerable y al menos para mí, hacía el tiro inviable. Detrás de nosotros y a una considerable distancia, en una de las torres de observación, estaban Octavio, el otro guarda con mi cuñado Matías y mi sobrino “Junior”, observando el lance y comunicándose por radio pues ellos ya habían cazado el primer día. Por fin, tras una larga, incomoda y tensa espera, el venado salió al claro por la escorrentía abajo, descendiendo lentamente, se paraba, inclinaba su cornamenta hacia atrás y berreaba, marcando territorio, desafiante, enseñoreado y manifestando su poderío. A su derecha e izquierda estaba el denso monte, y si entraba en él lo habría perdido. Poco a poco iba descendiendo. A duras penas cogí el zurrón, puse encima el polar, como pude lo apoye en un saliente y me encaré el rifle con el máximo de aumentos – 6 –, lo veía bajar lentamente. Mi hijo me indicaba la distancia: 400 metros, 375… era mucha la distancia aún…

—Si se mete en el monte, lo has perdido — me dijo Víctor.

—Lo tengo aún lejos y además viene de frente, tengo que esperar. cuando intente entrar en el monte y se ponga de lado, aprovecharé. —le dije.

—Tú verás, pronto se ira la luz…—me sentenció.

 

 

El venado ensimismado lentamente sigue bajando, 350 m., poco a poco se está acercando a una distancia en la cual, ya empiezo a valorar el disparo. Mentalmente, repaso mi tabla de tiro, tengo el rifle graduado para tiros largos y el calibre es tenso. Sigo dejando que se acerque, respiro hondo, intento dejar mis miedos y relajarme, quitado el guante, mi dedo ya acaricia el frío gatillo, solo espero una oportunidad y que el venado se acerque más e intentar un disparo de frente, o mejor, si intenta entrar en el monte cuando se gire y me dé el costado, tirar al codillo; oigo como por el walkie. Octavio le indica a Víctor que intente el tiro, que el venado se va. ¡ Menuda presión…! Intento aislarme, sentirme solo…

—320 metros — escucho como en un susurro decir a José Manuel, entonces el venado, que parece ha perdido interés por su duelo de galán montuno, se va girando hacia su izquierda intentando entrar en el monte de alta vegetación, y por un momento me muestra el codillo, sé que es ahora o nunca. Y yo, suavemente, aumento la presión de mi dedo y dejo que el disparo me sorprenda.

Rafa Paterna me había hablado de la belleza de esta tierra y gracias a su intervención, mi cuñado Matías y yo teníamos cada uno un rececho de venado a finales del mes de septiembre de 2018 en León, en concreto en la reserva Regional de Mampodre, en el cuartel de Lillo.  Este limita al norte con la cordillera cantábrica, con la parte occidental de Picos de Europa, al sur linda con el pantano del Porma, por el  oriente el valle de Riosol al que se accede por los puertos de Tama y las Señales, para llegar a este, se atraviesa un bosque de pinares autóctonos europeos en el cual, aún quedan algunos urogallos en pleno parque regional de los Picos de Europa en los montes del Mampodre. Abundantes pastos y bosque montañoso con pinares, robles y hayas, conforman una corona del perfil montañoso que rodea ese bello pueblo de montaña.

La subida desde Jaén, fue pausada y con escala en Benavente, tras parada y comida en “el Ermitaño”, llegamos a León y nos dirigimos a Puebla de Lillo. Era un verano demasiado caluroso. Ya nos había dicho y adelantado Octavio, que este año, por el calor y falta de lluvia, casi no había berrea y los venados, estaban anormalmente en cotas y montes muy altos. Subiendo dejamos a un lado el pueblo de Boñar y el embalse del Porma (hoy llamado de Juan Benet, el escritor, y además el ingeniero que lo diseñó), y cuyo nivel estaba más bajo de lo normal. El pantano sumergió a más de seis pueblos, afectando a otros, dejándolos casi aislados, como le ocurrió a Valduesa. Si bien tal embalse contribuyó a regular los ríos leoneses y evitar riadas, el impacto sobre la comarca y su población fue grande al hacer desaparecer pueblos enteros y aislar a otros. El verde del monte, cubierto de robledales y hayedos, piornales, brezales, enebrales, chopos y sauces, contrastaba con nuestras sureñas sierras tan secas. El truchero río Porma con sus cristalinas aguas, daba un toque de frescor; por fin, llegamos a Puebla de Lillo, al hostal Madrid. Sus dueñas Gema y Luisa nos recibieron con la hospitalidad habitual en ellas, y que hacen que te sientas como en tu casa. Su acogedor comedor esconde delicias de la gastronomía leonesa y su bodega te sorprende. Tras las presentaciones quedamos con los guardas : Aurelio, el guarda mayor, Víctor y Octavio. Este iría con mi cuñado.

Al día siguiente iniciamos el rececho aun antes del amanecer y subimos en el “Suzuki Jimny” por estrechas veredas, inconcebibles de transitar para cualquier otro vehículo y hasta donde podía, gracias a la maestría del guarda su conductor. Tal como nos habían pronosticado, los venados estaban en los riscos más altos, buscando el frescor y pastos verdes. Dejamos el vehículo y tocaba andar, bueno, más bien subir…. Veíamos a tiro rebecos, sestear y pastar tranquilamente, y los venados no daban la cara. Pasó el primer intento y nada.

 

 

Vuelta al hostal sobre las 11, y como había tiempo, decidimos antes de almorzar en Boñar, visitar el “Museo de la Fauna salvaje” del doctor Romero que está junto al pantano del Porma. En su exterior hay numerosas esculturas de bronce de tamaño natural de cabras, rebecos y otras especies, grupos escultóricos de arte faunístico que anticipan la belleza y contenido del museo. En su interior tiene más de veinte salas con animales de los cinco continentes, recreando escenas en dioramas realizados por los mejores artistas taxidermistas que lo hacen único. Tiene además un museo entomológico con miles de insectos coleópteros y mariposas de todo el mundo, expuestos en vitrinas. Todo ello conforma un conjunto de gran belleza y colorido. También hay una sala de anatomía científica con esqueletos de toda la fauna ibérica y de otras partes del mundo. En el exterior pastan bisontes europeos en semilibertad, proyecto del museo tratando de recuperar tal especie en peligro de extinción. Solo por conocerlo merece la pena subir a León. Comida en “la Forqueta” con vistas al pantano y nuevo intento por la tarde y volver a subir; las vistas eran espectaculares; avanzábamos lentamente entre un monte verde denso con mostajos, avellanos, endrinos, majuelos, escaramujos y en algunos prados, pastaban tranquilamente manadas de caballos y potros de montaña salvajes, que según nos dijeron eran comunales. Reconozco que más de una vez me hubiera gustado poner el arma y zurrón sobre uno de ellos y agarrarme a su cola para subir.

Por la tarde nada; solo un gran venado en las alturas berreando. Buena cena en el hostal viendo antiguas fotos de lances con lobos y a dormir.

Al día siguiente nuevamente subimos a unos riscos y peñas esperando ver algún venado. Para llegar a la altura del risco, caminamos por senderos de cabras y apoyándome en bastón… (por suerte mi hijo en algún trayecto me lleva el rifle). Ahora entiendo por qué en la documentación remitida por la Junta se aconseja al cazador “estar en forma física aceptable y no tener vértigo”. Una vez culminada la cima ya sentado, en una atalaya natural de piedra, la vista es espectacular, un mar de nubes bajo nosotros cubre el fondo como un manto de algodón y me siento reconfortado, sin aliento, pero contento de haber subido.( El tobillo en el que tengo un esguince, recuerdo reciente de África y curado a medias , me está respondiendo: todos los días me pongo un vendaje a modo de sujeción ). Teníamos frente a nosotros y a lo lejos un gran escarpado monte. Víctor con los prismáticos y extendiendo su brazo nos indica y vemos unas ciervas descender rápidamente, y detrás de ellas, dos manchas negras se movían en zigzag.

—Lobos, son lobos — nos dice Víctor.

La escena fue impresionante, coordinándose cada uno de los lobos desde los flancos, intentaban cercar y sorprender a la manada de ciervas que ya se pierden de vista. Pura naturaleza, agreste, descarnada en su real esencia. Volvimos a almorzar y por la tarde del sábado, ya segundo día, nos quedaba el último intento. Íbamos a otra zona del cuartel y tras una buena caminata, en un estrecho saliente, nos ubicamos como pudimos los tres. Octavio, que estaba a unos kilómetros desde una torre vigía, se comunicaba con Víctor por walkie. Esperábamos un venado que tenía localizado. Por fin lo oímos berrear y nos dio la cara.

—Trescientos veinte metros — me dijo mi hijo.  Y vuelvo a la realidad.

—Se va a meter en el monte. —me indica Víctor..

Lo tengo en la cruz, y … puumm el disparo me sorprende.

—¡Le ha dado! — oigo a Octavio decir por los walkies. Víctor me lo confirma.

El venado ha acusado el disparo, me da la enhorabuena y el sol que ya empieza a bostezar, quiere retirarse. No queda casi luz, vamos de prisa pues se nos echa la noche encima. En el breve trayecto hacia donde ha caído el venado ya vamos a oscuras y solo el conocimiento del terreno por parte del guarda nos hace ir con cierta relativa seguridad.

 

Víctor lleva puesta una linterna en la frente y nosotros nos ayudamos con la luz de los móviles intentando no dar un paso en falso por el abrupto monte. Llegamos y el venado metido en el monte había caído a unos escasos metros: el 338 y su punta “nosler partition” habían hecho su trabajo. Tras coger el trofeo, cansados, exhaustos —al menos yo—, por fin llegamos al vehículo y volvimos al hostal. En la terraza de este ya descansando, lo celebramos con una buena cecina y unas cervezas, disfrutando de una tertulia con los guardas y un buen habano. En el último minuto del último día, había conseguido culminar el rececho. Al día siguiente por la mañana papeleo, burocracia y tras medir los puntos del trofeo, pagar el exceso de cuota complementaria y cerrar los trámites administrativos nos despedirnos de la guardería y del personal del hostal. De regreso ya descendiendo por la tortuosa carretera, Ludovico Enaudi suena por la radio, y a lo lejos veo el Susaron…

La montaña te atrapa, te seduce, te reta y si consigues vencerte a ti mismo, entonces ella se abre a ti y te enseña toda su belleza, sus secretos más recónditos y como una amante te envuelve y enreda, y tú, estas deseando volver a tenerla …

Texto y fotos: José Manuel López Carrasco