Osea. Lo que dicen los sabios expertos en leones, que los hay –que yo he conocido en Guinea Ecuatorial a un experto, Bubi, en ‘mierda de elefante’– es, copio literalmente: «Las leonas se dejan la melena más larga para seducir a otras leonas, con las que en más de una ocasión llegan incluso a aparearse».
Es el producto de una larga investigación, no sé si en el zoo o a campo abierto; lo que sí sé es que no tenemos por qué preocuparnos, eso está ocurriendo desde tiempo inmemorial, tal vez desde Caín y Abel que se sepa en la raza humana; ahora de más actualidad dado que es un hecho constante y a todas luces visto. No hay que preocuparse, lo malo es que eso perjudica a la masculinidad de los leones y que antes de hacer el trofeo, si se pudiera, hay que comprobarlo y preguntar. Así que a meditar sobre el tema, grandes cazadores de España y de fuera, que deben saber ustedes que el otro día, un hijo mío muy viajero y muy buen cazador, me ha dicho:
–Padre, he visto un Trofeo en un hotel de Singapur entre otras revistas de las que dejan en los hoteles de cinco estrellas.
–¿Pero estaba en chino, hijo?
–No, pero llevaba anexas unas páginas en el idioma oriental. También otras páginas en árabe. La revista estaba muy usada, muy leída, así que, padre, enhorabuena.
O sea, que hay que aprender chino, ya, pero no solo por lo de nuestra revista, catalogada, que yo lo sé, entre las mejores del mundanal mundo, sino porque es un idioma planetario, con la lógica que están comprando todo el planeta.
Y no les explico lo de ‘bi’. Porque conozco la cultura de nuestros lectores, pero a mí me mola mucho más el saberlo; así, a la hora de conseguir el premio, uno puede pensar que se ha llevado dos por el plomo de uno. Y además puede ser que, al observarlo bien por el teleobjetivo del arma letal, comprobemos que el fiero rey de la selva lleva pestañas postizas, que ahora hay una firma que las vende a los caballeros y les muestra cómo adaptarlas a su nuevo perfil, lo que hago público para general conocimiento, dado que la palabra ‘bi’ es adaptable también para caballeros.
Y a otra cosa, eso sí, aviso a los cronistas del congreso, entre los que sé que hay muy buenos cazadores, sobre todo a la espera. En cuanto a los congresistas, ya sé que hay buenos compañeros de esta profesión-vocación que nos reúne al menos una vez cada mes en esta casa.
Porque en cuanto a la actualidad, y ahora no va en coña, ¡qué quieren que les diga¡ Que estamos en una cacería –más que caza– constante; eso sí, asegurarles que también la hiena en sí es un buen trofeo, que yo sé quien las colecciona disecadas. Me decía el otro día en un aparte de la política:
–Quiero que sepas que las hienas huelen todo el tiempo y que, aunque es fácil cazarlas, basta con localizar un animal muerto en el bosque o la sabana y, sin peligro, a esperar, que ya llegarán en un instante. Incluso en el trofeo no resultan…
Claro, es que son cazadoras de cazadoras, pero con la garantía de que ya tienen el puesto. También los hay en el oficio nuestro que se dedican sobre todo a los ‘grandes trofeos muertos’, y sobre ellos escriben sin peligro alguno porque el muerto está bien muerto. Tratan de ‘cazar’ la suerte de la gente que termina asomándose al abismo de lo que se fue. Que no es ni mucho menos una letra de tango. No. Es una verdad clásica. Aunque una vez leí que había un jefe de tribu africano que a sus acusados, a sus víctimas, los envolvía en una manta de piel de hiena de por vida.
Claro que les podría ocurrir lo que a mí, con tantas cosas que he traído de fuera. Por ejemplo, aquella cabeza de reno, inmensa, que compré por unas piastras de nada, con infinitos cuernos, y que, cuando llegué a Madrid, venía cubierta de gusanos. Una pena. O aquella manta bellísima de piel de mono comprada en la lejana Eritrea, de pelo tan brillante que, cuando pasó un poco de tiempo, se llenó de bichos extraños que vivían en la piel de aquel gorililla; y que perdonen los gorilas por el diminutivo, tanto disgusto me dio. Y si no, prueben con un taxidermista bueno a que les inmortalice una hiena…
Una vez escribí no sé dónde –¡ha escrito uno tanto a lo largo de toda una vida, que igual ha dicho más de una tontería irreparable!– «la sonrisa fascinante de la hiena».
Y es que es así, las hienas sonríen de una forma cinematográfica, como muchos de los personajes de todo tipo, protagonistas de nuestra época, que sonríen con ese juego de dientes blancos, más blancos imposible –algunos solo dos como los conejos– que se pueden conseguir por un puñado de euros en cualquier dentista. A veces, aprendiz de dentista.
Bueno, y luego, pues mucho del tiempo que vivimos. Fíjense que tengo a mano, aunque no las uso, dos pieles de cebra auténtica –no vaca pintada de rayas–, que me regalaron en su día dos grandes del rifle. No voy a dar sus nombres, no se preocupen. Bueno, pues he leído que no hay una cebra con las rayas iguales a otra, y son millares las que afortunadamente quedan en libertad por ahí –el otro día vi en la tele a un cocodrilo ventilándose, por decirlo suavemente, a una cebra viva, que cabeceó dentro de la boca inmensa del saurio hasta el final–. También se podría escribir de la sonrisa terrible del cocodrilo de ojos amarillos, pero ya sería demasiado, aunque estemos en el tiempo que estamos, tan cerca de la celebración del día final.
Tengo la agenda llena de cosas que contarles. Trozos de torrezno recién frito de mi taco, en este caso ‘taco’ medina, profesional. Pero a lo que voy, desearles lo mejor y decirles que voy a pasar esta misma mañana, mientras otoñea, por la puerta principal de los leones del Congreso, que están hechos del bronce de los cañones del enemigo, a ver si les noto algo que pueda ayudarme a comprobar el título de hoy. Igual por la noche… Y en el tiempo de la berrea, quizá, a ver quién cambia la cabeza de sitio y, sobre todo, a ver si tienen las pestañas puestas.
No hay novela más grande que la vida misma.
Tico Medina