Caza de faisanes en ojeo y zorros a caballo en Escocia

En estas mismas páginas, el autor de este artículo se ha definido en varias ocasiones como un cazador que monta a caballo y como un jinete que caza. Por eso, aquella oferta que llegó de Escocia le resultó demasiado tentadora como para desecharla. Sin pensárselo dos veces, aceptó… y acertó, como queda patente en las siguientes líneas.

¡FIN DE SEMANA PERFECTO!

Cuando la condesa de L. me envió un mensaje, como cada temporada, poniendo a mi disposición sus nueve caballos cazadores (hunters) y preguntando mis fechas para otoño-invierno en el Reino Unido, le contesté que la más conveniente sería la primera semana de diciembre.

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Durante la tirada, los asistentes se divirtieron disparando a los faisanes, los cuales dieron mucho juego. Finalmente, se cobraron 144 piezas.

La respuesta sugerida por Lord L. llegó de inmediato: “Si puedes estar aquí el viernes, tiramos faisanes, y el sábado puedes cazar el zorro a caballo con D.”. Como en tantas otras ocasiones, la hospitalidad sin límite de mis amigos escoceses me brindaba una vez más la oportunidad de un día de caza a caballo, pero esta vez precedido de otro dedicado a cazar faisanes en ojeo.

Había un pequeño inconveniente de agenda: tenía que asistir a una recepción en la Embajada española en Londres el jueves por la tarde y la cita para el primer ojeo en casa de los L. al día siguiente era a las 9.30 horas… ¡a más de 600 kilómetros!

De nuevo la solución llegó de manos de J.L.: “Te conseguiré un billete en el slipper que llega a Edimburgo a las 7.25 horas y allí puedes cambiar a un cercanías que te deja en Kircaldy una hora más tarde, donde D. te estará esperando”.

Dicho y hecho. Como bien dicen los mejicanos, “quien tiene un amigo tiene un tesoro”. Eddie Hart me lo había adelantado en la recepción de la Embajada: “Cuando te despiertes al amanecer y abras la ventana del coche-cama, vas a disfrutar de los gloriosos paisajes de Escocia al despuntar el día, un notable contraste con éste de la calle en el West End londinense”.

Y verdaderamente así fue, pues, además, el día nació limpio de nubes y con un horizonte que iba del azul al rosado. D. me llevó a mi habitación por la escalera de servicio para ahorrar tiempo en saludos si cruzaba el hall principal, y en menos de cinco minutos había completado mi vestimenta de cazador, parte de la cual ya me había puesto en el tren.

 OJEO en L.H.

Caza-menor-reportajes-internacional-faisanes-en-ojeo-y-zorros-a- caballo-image7Me gusta cazar en L.H. por muchas razones, pero especialmente por el hecho de que se observan estrictamente los ancestrales rituales de la caza y no se utilizan los coches en absoluto. Se sale andando de la casa con todo lo necesario y andando se vuelve a ella. Ocho escopetas, 12 batidores auxiliados por algunos springer-spaniels y tres cobradores (pickers up) acompañados de labradores, integraban la partida.

No hubo sorteo de puestos, sino que nuestro anfitrión nos los fue adjudicando en cada battue según su exclusivo criterio. Durante los cuatro ojeos previos al almuerzo, los pájaros volaron muy bien en un día claro, con el sol brillante y sin apenas viento.

Las manchas de bosque (coverts) estaban flanqueadas por cosechas para las aves (game crops), como sorgo o maíz, y los ojeos fueron realizados con la precisión y maestría que proporcionan los muchos años de ejecución a lo largo de generaciones de una misma familia, de forma que todos los asistentes tuvieron lo necesario para despuntar el vicio en un ambiente relajado y cordial y en un paisaje labrado a lo largo de siglos para proporcionar lo mejor que pueden dar los deportes del campo.

Tras la preceptiva copa de oloroso de las 11.00 horas (elevenses), después de rematar el segundo ojeo, la escarcha se fue derritiendo y el sol pudo entorpecer el tiro a estos sportmen de ojos azules que no están muy acostumbrados a él, especialmente en el cuarto ojeo, cuando los pájaros volaban desde muy lejos y adquirían considerable altura contra el azul pálido del cielo.

Habíamos visto varias becadas, para mí mágicas aves, pero J. nos pidió que no las tirásemos porque eran las residentes. Aún no habían llegado las migrantes procedentes de Escandinavia y Siberia, debido a lo relativamente benigno de la climatología de este otoño en aquellas latitudes.

Vimos varios corzos levantados por los batidores y algunos de ellos cruzaron la línea de puestos. Un extra añadido que suma interés a la caza. Algún chochín y un petirrojo me entretuvieron bastante con su actitud confiada en el puesto que ocupé en lo hondo de un arroyo.

Y también tiramos algunas torcaces que salían del bosque. Se puede decir que en estas cacerías no se pierde ni una de las aves derribadas. La maestría de los cobradores y el entrenamiento de sus perros, posicionados detrás de la línea de escopetas, permite que se recoja cada una de las aves que puedan caer heridas o alicortadas.

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Con algunos de los faisanes que se cobraron en la tirada.

Y un faisán apeona bastante… Yo, por ejemplo, tenía situada detrás de mí a Aunty Jane, tía de J., acompañada de una labradora rubia, las cuales no dejaron de cobrar con pulcritud cada uno de los pájaros abatidos.

Este cargo honorífico de cobrador (picker up) es muy codiciado por los aficionados a los canes, que compiten entre ellos por la preparación de los perros.

Los propietarios de las fincas lo asignan por invitación, como en el caso de la tía de mi anfitrión o el de un médico local, Bill, con dos labradores que mantenía sueltos durante el ojeo y solo se atrevían a moverse por indicación de su maestro, aun cuando les llovían faisanes abatidos a su alrededor.

Dos ojeos más después del almuerzo todavía proporcionaron unos pájaros muy altos que hicieron las delicias de los asistentes. De vuelta en la casa, para el té de rigor, nos fueron entregadas las tarjetas de caza (shooting cards) con el detalle de la lista de asistentes y las aves cobradas: 144 en total, todos faisanes, excepto una paloma. J. nos comunicó que habíamos tirado muy bien, 343 tiros contados para 144 piezas, un ratio de 2,38. Los faisanes que nos ofrecieron para llevar a casa, normalmente una collera o brace, venían ya desplumados, limpios y dispuestos en una bandeja cubiertos por papel film.

 Un hábito muy reciente que sin duda está fomentando el consumo de carne de caza entre la población.

JORNADA DE FOXHUNTING

Una vez culminado a plena satisfacción el día dedicado a la caza de faisanes, en el que hasta el tiempo había contribuido, aún quedaba la segunda mitad del fin de semana, que íbamos a dedicar al foxhunting, la caza del zorro a caballo y con sabuesos.

Aquí, D. tomaba el relevo de J. para proporcionarme otro glorioso día de campo. Para ello me asignó el favorito de entre sus caballos cazadores (hunters). P. D. es un belga de sangre caliente que se había clasificado para el equipo olímpico de saltos de su país.

A P. D., a quien conozco bien, lo he rebautizado con el nombre de The Swedish Baron, en memoria de un entrañable amigo sueco fallecido recientemente, con quien he cazado durante muchos años el alce en la taiga.

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Los perros que se utilizan en esta modalidad son de raza sabueso (foxhounds), que son guiados por un perrero (huntsman).

El caballo, al igual que mi amigo el barón, es correcto, deportivo y elegante, y sobre él se puede trotar, galopar o saltar sin que uno aprecie apenas un cambio de paso. Una auténtica maravilla de montura que, como todos los cazadores de D., no conoce obstáculo infranqueable.

El meet a las 11.00 horas era en una finca cercana, propiedad de otros buenos amigos, primos de los L. Salimos de casa con siete caballos, cinco en el camión conducido por Lady L. y dos en el remolque arrastrado por un coche que conducía su moza de cuadra.

Aparte de los que íbamos a montar nosotros, llevábamos dos caballos más para amigos de D. Uno de ellos, de pequeña talla, para Archy, un chico de nueve años que saltó y galopó al igual que los adultos.

La escena del patio de la cuadra con todos los caballos ensillados y cubiertos con sus mantas, atados a las argollas de la pared, esperando a ser embarcados en los vehículos, es una imagen excitante y evocadora de un divertido día de acción.

Tras el meet, en el que se sirvieron copas de oporto y rollos de salchicha y bizcochos, el liderazgo de la cacería fue adoptado por Lady B., anfitriona en su espectacular propiedad y montando un caballo recién adquirido en Irlanda que también era un espectáculo.

La mayoría de los asistentes eran miembros del sexo femenino. Se trata de una actividad en la que la reivindicada paridad de nuestros días no está aún conseguida… El rastro (scent) no era bueno y los 37 sabuesos (foxhounds) lo encontraban y perdían continuamente.

Pero el día transcurrió en continuo movimiento y los saltos, perfectamente dispuestos en setos, vallas de piedra, arroyos, etc., por los propietarios de la finca proporcionaron adrenalina en abundancia a los jinetes, que, en número de 20, se movieron con velocidad de vértigo.

Cobramos dos zorros que, una vez acosados por los perros hasta sus respectivas madrigueras, fueron escarbados por el terrier man y sus pupilos, dos border foxterriers cuyas cicatrices en hocicos y orejas hablaban de toda una vida dedicada al control del vulpínido.

En dos paredes de piedra consecutivas estrenamos los saltos recién dispuestos por la fiel master y anfitriona, quien me dijo que los había bautizado con el nombre de Spanish Walls en referencia al hecho de que los inauguramos nosotros.

Por encima de ellos volé con P. D.: 1,30 metros, acompañado del pequeño Archy, que, a lomos de su medio pony, no se arredraba ante la altura de los obstáculos. Tampoco se arredró cuando al llegar el field a una cancela enclavada en un rodal de barro profundo, la field master pidió un voluntario “que no tuviera mucho apego a sus botas”, para que se bajara a abrirla.

Archy no dudó un segundo y desmontó presto para abrirnos el portillo. Sin duda es un miembro de esa clase para la que el espíritu de servicio hacia los semejantes y al país impera sobre todo lo demás.

Esa clase que tras educarse en algún emblemático internado como Eton o Amplefort y tras graduarse en Oxford o en Cambridge, va a servir a la patria en forma de parlamentarios, senadores, miembros del gobierno, etc., sin caer en la tentación de las corruptelas que sus homólogos estilan en los países mediterráneos.

PARAÍSO EN LA TIERRA

Me entusiasmó levantar tantas becadas, especialmente cuando cazamos un cerro cubierto de grandes aulagas. Pero también salieron del bosque… y hasta se me arrancó una de los pies del caballo en mitad de un rastrojo donde previamente había arrancado una agachona.

El terreno debía estar lo suficientemente blando como para permitirles clavar el pico en busca de gusanos y lombrices entre la paja descompuesta. Anduvimos todo el día a una relativamente corta distancia del mar, por lo que las vistas eran espectaculares con frecuencia.

Allí, en el salvaje Mar del Norte, que se mostraba plano e inofensivo, destacaban la Isla de Mayo y la Roca de Bass, enclaves muy familiares para mí por haberlos visitado en verano para observar las multitudinarias colonias de frailecillos, alcatraces y otras aves marinas como alcas y fulmares.

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Los perros que se utilizan en esta modalidad son de raza sabueso (foxhounds), que son guiados por un perrero (huntsman).

Al caer la tarde, la visión del hunt me trajo a la mente un famoso cuadro de Snaffles conocido como “Paraíso en la Tierra”. Tenía frente a mí y más adelantados, sobre una rastrojera en pendiente, a los sabuesos latiendo en un rastro, seguidos por su huntsman o perrero, que los animaba con su cuerno de caza y por todo el field al galope franqueando los setos. Era justo la representación del famoso artista lo que se ofrecía a mis ojos.

De vuelta al lugar del meet, con el sol metiéndose en las aceradas aguas del mar, Lady L. miraba, con el mismo comportamiento que una gallina clueca, a sus caballos y a sus invitados, comprobando con satisfacción que ni aquéllos habían perdido una herradura, ni nosotros habíamos sufrido el más mínimo rasguño, todo ello después de un día movido con numerosos y variados obstáculos que superar.

“El día ideal”, según ella, y desde luego, según nosotros también… Una vez en casa, desembarcamos los caballos y, tras darles agua caliente para beber, nos dedicamos a quitarles las salpicaduras de fango de sus patas y vientres.

La limpieza de los arneses la dejamos para el día siguiente y todavía contamos con un tiempo de relax, baño con whisky incluido, antes de que llegaran los invitados para una cena de 16 personas. Hospitalidad escocesa. El fin de semana perfecto. ¡Vivan los celtas!

Javier Hidalgo

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