Para los deportistas de campo del resto del Reino Unido, cruzar el borde que nunca cruzaron los romanos, en la parte norte de Gran Bretaña, es sinónimo de días de caza tras el endémico grouse, o lagópodo, tras los ariscos ánsares, al rececho de los ciervos en las colinas cubiertas de brezo o disfrutando de un día de caza de zorro a caballo. Augurio de felices jornadas de pesca del salmón en tan emblemáticos ríos como el Spey, el Dee, el Tweed o el Ayr o simplemente de observación de aves, birdwatching, o de excursiones a pie en las tierras altas. Pero siempre la promesa de gloriosos días de campo.
A diferencia del resto de la isla, cuyo populoso censo se reparte por todo el campo y por ello apenas se encuentran grandes espacios despoblados, el país escocés sí posee cadenas montañosas y sucesiones de terreno de monte, bastante poco pobladas y con amplias extensiones donde no se encuentran carreteras, poblaciones, etc. A ello se suma una muy variada y larga línea de costa, con los conocidos lochs, bahías o entrantes del mar en la tierra, además de muchas islas próximas a la tierra firme.
Contagiado por aquel mismo estímulo y poseído de la habitual expectación, tomaba yo el tren en la londinense estación de Euston un mediodía de este pasado mes de febrero. Iba camino de Dumfriesshire dispuesto a pasar un fin de semana de campo entre medio de los compromisos laborales que me habían llevado a Inglaterra una vez más.
En mi abultada maleta llevaba un poco de todo: equipo para montar a caballo y para caminar por el campo, ropa de trabajo de ciudad, botellas de Jerez y algún libro de pájaros de regalo para mi anfitrión. Las previsiones meteorológicas no eran halagüeñas y a medida que la cabeza tractora de aquel tren de la compañía Virgin devoraba millas hacia el norte, el panorama se ponía cada vez más oscuro. En el Distrito de los Lagos empezó a llover desde unos nubarrones muy negros y, al cambiar de tren en Carlisle, noté la fuerte caída de la temperatura.
Mi programa incluía en la tarde del viernes, nada más llegar, una conferencia a los miembros del Hunt, seguida de degustación de vinos y cena, como instrumento para recaudar fondos. El tema de la charla: “El papel de las propiedades privadas en la conservación de la Biodiversidad”. Los dos siguientes días tenía previsto cazar el zorro a caballo, foxhunting, y participar en lo que allí llaman un wild hunt, una “cacería salvaje”.
Mi conferencia tuvo más éxito de lo que yo esperaba y ello, sin duda, estuvo influido por el hecho de que recibimos a los asistentes con una copa de Manzanilla y una fuente de jamón ibérico… Además, el tema era obviamente bienvenido por la audiencia, en su mayoría propietarios de fincas, agricultores y ganaderos, practicantes de ese estilo de vida conocido como country living. Les encantó la colección de imágenes comentadas de la fauna de Andalucía que proyecté al final de mi intervención. Con esta función, los organizadores recaudaron 1.400 libras para el Hunt y los participantes disfrutaron de una exquisita cena preparada por voluntarios.
PENDIENTES DE LA METEOROLOGÍA
El tiempo no daba señales de mejoría cuando desayunábamos en la mañana del sábado. A través de la ventana de la cocina de Auchencairn House veíamos el agua caer sobre el jardín delantero y un cielo cerrado de nubes grises sobre el mar de Solway Firth. Es bien cierto que siempre parece mucho peor desde el lado interior de los cristales y, quizás por ello, yo me atreví a proponer que lo dejásemos ante la perspectiva de un día a caballo sin más protección contra la lluvia que el ortodoxo uniforme de caza: gruesa chaqueta de lana y breeches de cordoncillo.
Obviamente, mi sugerencia no encontró eco y durante todo el camino hacia el meet, conduciendo el Land Rover que tiraba del remolque con los caballos, no nos dejó de llover. El mismo meet tuvo lugar en un viejo granero y dejamos los caballos dentro del remolque mientras tomábamos las rituales copas de Oporto y Jerez con los bizcochos de fruta y los rollos de salchicha, en contra del procedimiento habitual que consiste en hacer todo ésto a caballo enfrente de la rehala y su huntsman, los cuales se colocan en un lugar preeminente.
POR FIN UNA TREGUA
Apenas nos montamos a caballo y salimos tras la rehala, la lluvia comenzó a disminuir en intensidad hasta desaparecer por completo y ya no la tuvimos más en todo el día. Poco a poco el cielo se fue abriendo y disfrutamos de una gloriosa jornada de sol como hacía muchas semanas que no veían por aquellas latitudes.
Éramos pocos, algo más de una docena de jinetes (el mal tiempo había hecho quedarse atrás a muchos miembros del Hunt) aparte del perrero, huntsman, y su ayudante, wipper-in. Estábamos en un terreno de pastos bastante ondulado, a veces con acusadas pendientes y los ríos venían desbordados de agua. Al cruzar uno de ellos, la fuerza de la corriente desplazó al caballo de Sue, mi anfitriona, y lo metió debajo de la rama de un roble con tan mala suerte que ésta enganchó a Sue por la axila y le lanzó al agua.
A partir de ahí pasamos, al menos yo, que estaba inmediatamente detrás, unos momentos de verdadera angustia, pues veíamos cómo era arrastrada por la corriente a pesar de sus intentos de agarrarse a rocas y ramas de árboles. Afortunadamente, Piet, su marido, que estaba al otro lado, desmontó con presteza y se metió en el río corriente abajo consiguiendo capturarla justamente instantes antes de que llegara a una cascada de tres metros. Ni que decir tiene que, una vez en la orilla, Sue no tuvo más opción que montar de nuevo y pasar el resto del día empapada hasta los huesos. A pesar de ello, la cena no nos faltó aquella noche…
UN MAGNÍFICO “SPORTING DAY”
Los sabuesos no dejaron de encontrar y seguir el rastro de muchos zorros, pero el resultado final fue de una collera (one brace), uno de ellos capturado con la ayuda de los foxterriers excavando la madriguera donde fue a refugiarse. No tuvimos que superar saltos espectaculares, pero nos movimos a mucha velocidad durante todo el día, cubriendo una amplia extensión de terreno con increíbles vistas. Al final de la tarde volvíamos a los remolques con los caballos cansados y con la satisfacción de haber completado un delicioso sporting day.
El foxhunting, la caza del zorro a caballo y con sabuesos, está vivo y es más popular y divertido que nunca, a pesar de los esfuerzos por suprimirlo que protagonizaron los laboristas a la vuelta del milenio.
Me desperté el domingo de amanecida al reclamo de los ánsares piquicortos y las barnaclas cariblancas para comprobar que teníamos ante nosotros otro día despejado. Los gansos salían del loch camino de las praderas donde pasan el día pastando en detrimento de los granjeros y ganaderos. Y nosotros nos preparamos para asistir en una finca vecina a una “cacería salvaje”, un wild hunt. Se trataba de otra operación para recaudar fondos para el Hunt.
En un precioso refugio de cazadores, al borde de un pequeño y cuidado lago en cuyas aguas nadaba una pareja de cisnes, nos fuimos congregando los participantes acompañados de nuestros perros. Lo primero era almorzar a base de un asado de ternera de la propia finca, bien regado con una amplia variedad de vinos aportados por los asistentes y por supuesto con whisky, mucho whisky, la bebida local.
Tras el almuerzo, un concurso canino en el que me tocó juzgar y seleccionar a la mejor perra de entre las presentadas, mientras mi colega Francesca juzgaba a los machos.
Una vez concedidos y entregados los correspondientes premios (el mío fue para una labradora de pelo rubio tostado propiedad de la dueña de la finca), se formaron dos equipos para la cacería.
El de los beating dogs, batidores, y el de los standing dogs, los que se colocaban en una línea de puestos.
Los que batíamos llevábamos los perros pequeños y de menor velocidad: foxterriers de diversa variedad, springer spaniels, labradores, algún cocker y pastores escoceses.
Los que estaban en los puestos sujetaban sus long dogs: muchos lurchers, que son una mezcla de galgo y collie en diversas proporciones, y whippets.
Cualquier especie corredora y susceptible de ser acosada por los perros es una potencial presa en este tipo de cacería. En esta ocasión cobramos dos liebres y una corza, esta última alcanzada en 200 metros por Inpy, la perrita whippet de mi anfitriona, lo que me mostró una vez más que estos galgos en miniatura son más veloces y más matadores que sus primos de raza. La liebre aquí es de una especie diferente (Lepus europeus) a la nuestra (Lepus capensis) y de considerable mayor tamaño.
GRAN AFICIÓN A LO RELACIONADO CON EL CAMPO
Así transcurrió el resto del domingo y hasta la oscurecida estuvimos batiendo los distintos parajes de la finca de nuestro amigo Will, cubriendo a pie largas distancias y desafiando la baja temperatura y el helador viento del norte. Eso sí, convenientemente impregnados de whisky, que un eficaz voluntario distribuía desde un pequeño remolque adosado a un quad.
Por más que lo experimento no deja de sorprenderme esta recalcitrante afición que los británicos profesan a todo lo relacionado con el campo, que sin duda se traduce en el hecho de que esta nación, siendo una de las más pobladas de Europa, mantiene al mismo tiempo su ámbito rural en perfecto estado de conservación, a base de una gestión continua del medio ambiente, que no solo no perjudica a la naturaleza, sino que contribuye a conservar en ella un alto nivel de biodiversidad.
Y luego está esa admirable actitud de los miembros del country living que derrocha deportividad: ejemplos como el de esa señora arrastrada por el río que no duda en volver a montar en su caballo para el resto del día o el de esos niños de corta edad que ocupan la línea de batidores con sus perros, en cuyas caras enrojecidas se advierte el impacto helador del viento de las tierras altas. Y como no, aquellos miembros de la comunidad que aun perteneciendo a la tercera edad no dejan por ello de galopar y saltar obstáculos durante todo el día en persecución de los sabuesos y el zorro: “Pero no tiene ningún mérito, lo hemos hecho tres veces por semana desde que teníamos cinco años”.
¡Genio y figura… y suerte!
Javier Hidalgo