Todos los aficionados tienen una idea aproximada de la creación del Coto Real de Gredos. Muchos saben que en el año 1905 la cabra montés estaba al borde de la extinción por su caza indiscriminada para carne. También se conoce que generosos propietarios de terrenos de lo que hoy es la Reserva Nacional cedieron los derechos de caza a Alfonso XIII para que crease el Coto Real e intentar salvar a las dos o tres docenas de monteses que quedaban en todo el macizo.
Varios ayuntamientos de la Cara Norte y Sur de la sierra y generosas familias ganaderas propietarias de muchas dehesas, especialmente los condes de Valdeolmos y Villagonzalo, todos, sin dudarlo, cedieron la caza al rey para intentar salvar a la cabra, que estaba irremediablemente condenada a la extinción, pues la caza de machos, hembras y chivos para carne, por parte de los duros monteseros de la época, había reducido a la especie a un par de docenas de ejemplares.
La creación del Coto Real y la protección que brindó a la cabra hispánica funcionó y hoy tenemos en torno a 20.000 cabras monteses en todo el macizo y lugares en los que se ha reintroducido.
Pero lo que no todo el mundo sabe es que, siendo esto rigurosamente cierto, el principio no fue exactamente así. Todo empezó unos diez años antes, en 1895, a razón de una cacería de un importante cazador español y, probablemente, el mayor conservacionista de nuestra historia, Pedro Pidal y Bernaldo de Quirós.
El momento clave de iniciar la salvación del macho montés de Gredos ocurrió en otra cacería en el año de 1903, dos años antes de la creación del Coto Real; cacería protagonizada por el príncipe ruso Elim Pablovich Demidoff, acompañado y guiado por Pedro Pidal. Al final de la misma decidieron que había de salvar a la cabra de Gredos de la extinción como fuera.
Y lo curioso del tema es que todo empezó por un disparo a un macho montés. Y, además, fue un disparo que se falló. Pero me estoy anticipando, empecemos por el principio.
En España la figura de Demidoff se empezó a conocer cuando Valentín de Madariaga relató esa cacería en el Altay en el prólogo del libro de Ricardo Medem En la Cruz del Anteojo publicado en 1980. Hoy, gracias a Editorial Solitario, podemos disfrutar de la primera edición en español de un libro de una increíble cacería de carneros del Altay en China y Mongolia escrito por Demidoff en 1899 y que he tenido el honor de prologar. Duró seis meses con un viaje alucinante en barco, ferrocarril transiberiano y, finalmente, dos meses a caballo en las montañas. Este príncipe fue el mayor cazador deportista y coleccionista de trofeos de su tiempo, una especie de Premio Weatherby que cazó 50 años de que se crease este famoso galardón: abatió tures en el Cáucaso, carneros y osos en Kamchatka, íbex bezoar en Armenia, carneros en las Montañas Rocosas en Canadá e, incluso, cazó en la entonces cerrada y misteriosa meseta del Tíbet.
Y digo increíble viaje porque, como director de una agencia de safaris, he tenido el privilegio de conocer todos y cada uno de esos destinos. Hoy, con aviones a reacción, avionetas, coche todoterreno, GPS y teléfonos por satélite es una aventura llegar a cualquiera de esos destinos. ¡Imagine el lector lo que era cada una de esas expediciones hace 120 años, viajando solo en barco de vapor, ferrocarril y caballo!
Pero, además, Demidoff fue un gran conservacionista y siempre se interesaba por el estado de las poblaciones de los animales que cazaba e, incluso, defendió en la corte del zar, de quien era pariente, la conveniencia de establecer controles a la caza indiscriminada que se hacía en aquellos años. Le alarmó especialmente la práctica extinción a la que habían llevado al maral en Asia Central para vender sus cuernas, que, convertidas en polvo, se cotizaban muchísimo, como reconstituyente, en la medicina tradicional China.
Nacido en una familia de políticos asturianos en 1869, fue hijo de Alejandro Pidal y Mon, quien fue presidente del Congreso de los Diputados. Tras licenciarse en Derecho fue diputado a Cortes, por Villaviciosa de Asturias, en siete legislaturas y, curiosamente, coincidió con mi abuelo, Álvaro Armada, que se presentaba por Gijón, y de quien, a pesar de la diferencia de edad, fue gran amigo. Pidal, además, fue senador desde 1914 a 1923.
Pero, sobre todo, fue cazador. Especialmente en la montaña de Covadonga, en su querida Asturias, donde subía continuamente tras los rebecos. Tristemente se fue dando cuenta que la situación del rebeco estaba empezando a ser crítica por la caza indiscriminada para carne y por la competencia con el ganado doméstico, lo mismo que ocurría en el macizo de Gredos.
Fue, igualmente, un gran tirador y en los Juegos Olímpicos de la Exposición de París de 1900 logró la medalla de plata en tiro de pichón, por lo que se le considera el primer medallista olímpico español. Aunque tal vez su hazaña más famosa fue la escalada del Naranjo de Bulnes, en Picos de Europa, el 5 de agosto de 1904, cumbre dificilísima por sus cuatro caras y considerada inexpugnable. Para evitar que en cualquier momento fuera escalada por ingleses o franceses, los más activos de esos años, ascendió con su guía habitual de caza de rebecos, Gregorio Pérez de Caín, más conocido por el Cainejo. Colocó la bandera de España en lo alto del Naranjo y hoy ambos están considerados como los pioneros de la escalada de dificultad en España.
Pero su amor por la caza y las montañas le impulsó a luchar en las Cortes por la declaración de los Parques Nacionales de la Montaña de Covadonga y de Odesa. Tras diez años de batallas políticas y esfuerzos consiguió que se declarase la Ley de Parques Nacionales en 1916 y se crearan los parques de Ordesa y Picos de Europa en 1918, salvando al rebeco cantábrico de la extinción. Fue nombrado comisario general de Parques Nacionales desde esa fecha hasta su destitución por la República. A su muerte, en 1949, su expreso deseo fue que sus restos descansaran en el Parque de Covadonga, en el Mirador de Ordiales, a 1.800 de altitud. Un epitafio grabado en la roca demuestra su amor a la montaña, a la naturaleza y a la fauna.
Y, llegado hasta aquí, debo de dar las gracias a dos buenos amigos y compañeros de caza, Ignacio Muñoz y Pidal y Enrique Chapa Cañedo, ambos descendientes de Pedro Pidal, que me han ayudado con sus textos y fotos a escribir este artículo, así como a Editorial La Trébede la cesión de las fotos originales del libro de Ignacio Muñoz y Pidal.
Después de su expedición al Altay en 1899 el príncipe Demidoff, entonces embajador en Londres, tuvo noticias de que en las montañas de Gredos habitaba un increíble íbex de cuernos en forma de lira, que, rápidamente, le interesó para su colección de trofeos.
Pidió entrevistarse en 1902 con Ignacio Pidal, hermano menor del marqués de Villaviciosa, que por entonces andaba en esa ciudad de joven estudiante de inglés. Trató de sacarle toda la información posible sobre la situación de los machos monteses en Gredos, que, sabía, era muy escasa. Juntos fueron al Museo de Historia Natural de Londres donde había algunos viejos ejemplares disecados y quedó enamorado de la especie. Preguntando a Ignacio Pidal quién podría organizarle una expedición de caza, se puso en contacto inmediato con su hermano que ya había cobrado dos machos allí en 1895.
La respuesta de Pedro Pidal fue clara y sincera: «Estimado Demidoff, estamos ante uno de los más bellos íbex de la Tierra, pero su situación es crítica, dudo que queden más de dos o tres docenas en el macizo. Pero, venga y le llevaré a cazar».
Demidoff dijo que solo tiraría un buen macho, que debía ser adulto y viejo, para enriquecer su colección. Contrató al célebre cazador de Gavarnie en el Pirineo francés, tal vez el mejor cazador «de oficio» del Pirineo y se fueron a Gredos. Villaviciosa ya había realizado contactos con cabreros, furtivos y monteseros, y la conclusión fue la misma: machos de ese tipo solo quedarían dos y tres en todo Gredos.
El ruso y el asturiano cazaron duramente en Gredos en otoño de 1903. No olvidemos que hablamos de dos auténticos deportistas y durísimos montañeros. Tras numerosos días infructuosos, con jornadas de 14 horas de montaña sin ver un macho bonito, el guía Celestín Passat localizó un macho con su telescopio a un kilómetro de distancia. Le hicieron una magistral entrada y, por fin, el príncipe ruso tuvo su trofeo en un tiro nada fácil y no debemos olvidar que cazaban con punto y alza. Aun así, hablamos del más importante cazador internacional de la época, con muchísima experiencia en Asia y América. Emocionado, disparó al macho con todo el cuidado del mundo… y lo erró. Se sentó en una piedra, sacó un pañuelo y se puso a llorar.
Sus palabras al marqués Villaviciosa fueron una lección de conservación y respeto a la fauna: «Pedro he tenido mi oportunidad y la he fallado. No voy a tirar otro. Un animal tan magnífico no puede desaparecer. Los españoles debéis hacer lo que sea para salvar tan maravillosos animales de la extinción».
Pidal confirmó la situación crítica en la que se encontraba el macho de Gredos, que ya sospechaba y conocía, e, inmediatamente, pidió audiencia al rey Alfonso XIII. No tuvo problema en ser recibido por un monarca, deportista cazador y profundamente enamorado de todo lo español. La conversación, como nos la narra su sobrino nieto, mi amigo Nacho Muñoz y Pidal, es digna de ser transcrita: «Señor, vengo de cazar en la sierra de Gredos con el príncipe ruso Demidoff en lo que ha denominado ‘el monte más maravilloso del mundo’, por su paisaje agreste para el íbex. Ambos nos hemos dado cuenta de que pronto desaparecerá de Gredos la Capra Pyrenaica Victoriae. Según dijo Demidoff, el de Gredos es el más elegante y hermoso de todos los íbices del mundo. Me pidió, por favor, que no la dejásemos desaparecer».
El rey Alfonso XIII fue rápido y conciso en su Respuesta: «Eso no puede ser, no lo podemos permitir», y Villaviciosa le propuso al rey lo siguiente: «Y si los propietarios de Gredos le cediesen a Vuestra Majestad el derecho exclusivo de caza de por vida, ¿costearía Vuestra Majestad los guardas necesarios para que nadie cace allí en 10 o 12 años?». Alfonso XIII fue claro: «Desde ahora mismo, Pedro. La cabra de Gredos queda protegida por mi nombre. Contrata a la guardería y yo sufragaré los gastos con mi propio peculio. Vete a Gredos y organízalo».
La situación de las cabras de Gredos que encontró Villaviciosa era crítica. Existía la costumbre en toda la sierra de celebrar los banquetes de bodas con una caldereta de carne de montés, lo cual llevó a la persecución hasta de los últimos ejemplares por aquellos durísimos jóvenes serranos para agasajar a sus invitados. Además, se calcula que en esos principios del siglo XX unas 30.000 cabras y ovejas pastaban en lo que hoy es la Reserva Nacional, lo cual era una competencia alimenticia tremenda y, al tiempo, transmitían las enfermedades del ganado doméstico a la montés.
Durante abril de 1905, entre fuertes nevadas, buscó, junto a Manuel González de Amezua –gran cazador, montañero, esquiador y conocedor de los valles de la sierra–, entre las majadas altas de los cabreros que, a la vez, eran los mejores monteseros de la sierra. Encontraron un hombre extraordinario, con vista de águila, pies de acero, serio y honrado, el célebre Isidoro Blázquez, al que nombró guarda mayor. Entre otros monteseros y cabreros contrataron a Jacinto González, de Candeleda, a Andrés Retamar, el Tío Carabinas, de Guisando, y a Antonio Núñez, de Navalperal de Tormes.
Estos hombres, fuertes como el acero, acostumbrados a matar toda cabra que pasase por delante de su escopeta, de pronto se vieron convertidos en los mayores defensores y guardianes de las mismas. Durante seis años se prohibió totalmente la caza sobre la especie y los magníficos guardas tuvieron que meter en cintura a los cazadores locales de carne que antes habían cazado a sus anchas. En ese periodo, las dos o tres docenas de cabras que quedaban en la sierra llegaron a cerca de dos mil.
Si has leído hasta aquí, eres cazador. Si, como yo, eres de fervientes convicciones monárquicas te rogaría que te cuadrases, recordases y dieses las gracias a ese viejo rey de España, Alfonso XIII, que salvó al macho montés de la extinción. Si no eres monárquico, por lo menos te pediría un poco de respeto y agradecimiento por esta gesta que hoy te permite fotografiar o, si tienes la suerte, cazar, un macho montés.
Ellos, los otros protagonistas de esta historia, los miles de machos monteses de Gredos, ya lo hacen. ¡Sííí! Desde la Mira, el Morezón, el Circo de Gredos o los Galayos, le dan las gracias al viejo rey, porque saben, perfectamente, que, gracias a su esfuerzo, su generosidad, sus cacerías y las que le siguieron, los salvó de la extinción.
Roque Armada.
Director de la Escuela de tiro Iberalia GO!.
Por definicion propia, no soy monarquico, pero un “chapeau por D. Alfonso”….Eso es ecologismo y fervor por la naturaleza, y ponerlo en practica aun a costa del peculio personal…Que diferencia con los “PSEUDOECOLOGETAS” mdernos, redactores de pseudoestudios de impacto ambiental y pesebreros politicoides a costa del medio ambiente……….Yo ya conocia estos hechos, pero incluso parece que rejuvenece el releerlos…… Loor a D. Alfonso, y de paso a todos los NUÑEZ, CUADROS, etc, que con su actuacion hicieron posible el fomento de la naturaleza cinegetica en esta ESPAÑA….