Cuernas de corzo y bioindicadores

Quizá alguien pueda pensar que el uso de bioindicadores para el estudio de la salud de los sistemas que los albergan poco tenga que ver con la caza o la conservación del corzo. Pues a estos habré de decirles que están diametralmente equivocados. Y no es porque lo diga yo. Autores como William Adolf Baillie Grohmann ya en 1895 o, más recientemente, en 1977, el Duque de Baviera, nos indicaban el camino a seguir: «En lo que concierne al corzo, no debes procurar mejorar la raza: mejora el hábitat».

Pero, para encontrar el nexo entre gestión y bioindicadores es necesario, antes, tener una idea precisa de cómo se construye la cuerna del corzo y demás cérvidos. Y por qué estas, y no los cuernos de otras especies, nos ofrecen una ventaja sustancial. Trataré someramente de aclarar las diferencias y dibujar el proceso de la formación de la cuerna, arrojando, tal vez, algo de luz sobre algunos mitos.

Diferenciando cuerno y cuerna

No es baladí recordar la diferencia entre «cuerno» y «asta o cuerna», pues, aunque entre los cazadores es habitual conocer la diferencia, en el lenguaje coloquial equivocan los vocablos sin darle mayor importancia, llegando a ser algo usual, en el lenguaje taurino, referirse al toro como «el astado» y nada más lejos de la realidad, pues el toro porta cuerno, no cuerna o «asta» y, en sentido opuesto, como en las películas de Disney, se refieren a los «cuernos» de los cérvidos, ya sea Bambi o su puñetera madre. Y no traigo a colación a la madre de Bambi por casualidad, pues, si quisiéramos diferenciar de forma rápida cuernos y cuernas, dos serían las formas más simples: los cuernos son estructuras huecas y los portan tanto machos como hembras de la especie; la cuerna es maciza y su ausencia en las hembras es un elemento característico del dimorfismo sexual. Pero lo que realmente a nosotros hoy nos importa es que el cuerno es una estructura epidérmica de crecimiento acumulativo, sujeto al cráneo por un núcleo óseo corneal o apófisis cornual, y la cuerna o asta es una estructura ósea que parte del cráneo del animal desde los pedúnculos cornuales o pivotes, siendo su renovación anual durante todo su ciclo vital. A lo que vamos, la cuerna del corzo se renueva y es distinta cada año de vida del «astado», es «una parte del esqueleto que se desarrolla fuera del cuerpo».

Haciendo un inciso, tenemos ya la respuesta a una de la preguntas. La cuerna del corzo –de los cérvidos, en general–, más exactamente sus desmogues, serán los bioindicadores que nos ofrezcan los parámetros de la información que queremos obtener, de forma precisa, año tras año y, lo que es más importante, sin tener que sacrificar al animal, obviando así las reservas de muchos ecotoxicólogos y reforzando la labor del cazador ambientalista como herramienta fundamental en el proceso de toma de datos y por ende en la conservación.

Esa aportación anual de datos procedente de un mismo individuo relacionado con un espacio dado será decisiva para constatar que las mejoras o variaciones que se realicen en el hábitat del sujeto han dado el fruto deseado, sin esperar a la muerte del animal, ya sea por captura o muerte natural.

La ecotoxicología como herramienta

Visto lo anterior, no hemos de ceñirnos a la Ecotoxicología como la herramienta científica para identificar las más de 45.000 sustancias químicas conocidas que causan efectos nocivos en el medio ambiente y en los seres vivos que en él ambiente y en los seres vivos que en él habitan. Los análisis ecotoxicológicos sirven, de igual manera, para reconocer la toxicidad de un exceso como la consecuencia de una carencia. Al igual que la Edafología estudia la naturaleza y las características del suelo, en su vínculo con las especies vegetales como soporte vital para los seres vivos, ambas nos ofrecen la información necesaria para realizar las correcciones necesarias para la mejora del hábitat, ya sea en forma de aportes o de siembra de determinadas especies, como corrector o complemento.

El uso de determinados bioindicadores que, por sus características ecológicas, presenten una elevada sensibilidad a los cambios ambientales y reaccionen ante ellos como si fueran estímulos específicos, como la composición de su dieta, está reflejada en numerosa bibliografía. «Los consumidores primarios, al poseer una dieta relativamente baja en energía, son más indicados para su uso como bioindicadores que los secundarios, de aquí la importancia de herbívoros salvajes». Los mamíferos salvajes terrestres como bioindicadores: nuevos avances en Ecotoxicología (M. Hermoso de Mendoza y otros. Unidad de Toxicología. Facultad de Veterinaria. UEX.)

Hemos de volver, entonces, a los factores determinantes de la formación de la cuerna del corzo para comprender de qué forma su alimentación «más próxima al de un recolector de frutos que al de un pastador masivo» (Markina, 2004), hace del pequeño cérvido especie idónea como bioindicador.

La renovación de la cuerna del corzo se produce inmediatamente después de su desmogue (caída) en el mes de noviembre (aproximadamente). Un rápido crecimiento de la nueva cuerna, con una velocidad que, en algunos casos, podrá superar los tres milímetros por día hasta superar su desarrollo entre 90 y 100 días más tarde [no existe un acuerdo en el tiempo de desarrollo, pues, si bien P. Fandos (2017) lo estima en menos de tres meses, Mateos–Quesada (1998) lo hace hasta en 141 días], estando, entonces, lista para su función como indicador de la salud y calidad del individuo que la porta (entre otros).

El crecimiento de la cuerna del corzo

El proceso pasa por tres etapas fundamentales: crecimiento, mineralización y descorreado, centrándonos en las dos primeras, independientemente de la edad o calidad del trofeo, puesto que las razones que propician la buena o mala calidad de la cuerna –genética, tranquilidad, y lo que muchos olvidan, el primer año de vida del corzo, donde su madre, durante la lactancia, proporcionará las claves del futuro corzo mediante una alimentación donde la disponibilidad de alimento, su calidad, el número de individuos en el parto o el estrés generado en el entorno serán definitivas–, independientemente de su genética, para la «construcción» de individuos grandes y fuertes.

Los distintos autores coinciden en señalar que los portadores de las mayores cuernas suelen ser los individuos de mayor peso. El primer año de vida del corzo, cuando se desarrolla el esqueleto que dará soporte a su morfología futura, será la clave de esto. Las futuras variaciones anuales podrán venir producidas por la abundancia o la climatología; pero, en igualdad de oportunidades, los individuos de mayor envergadura siempre desarrollarán mejores trofeos. «El crecimiento durante la lactación era más importante para explicar la composición de los minerales mayoritarios de la cuerna que el crecimiento entre la lactación y el crecimiento de la cuerna», La composición y propiedades mecánicas de cuernas y huesos de ciervo como fuente de información para gestionar ecosistemas, (Landete-Castillejos, 2013).

No olvidemos que la construcción de la cuerna se produce en el peor de los escenarios temporales, cuando el medio natural ofrece la menor cantidad de alimento disponible y las condiciones meteorológicas requieren un mayor aporte energético para el mantenimiento de su metabolismo, el cual llega a reducir hasta en un 50 %. Estas condiciones desfavorables serán las que formarán «cuantitativamente» cuernas de menor tamaño que las de otros cérvidos como gamos o venados, que desarrollan sus astas en los momentos de mayor disponibilidad de alimentos, horas de luz y condiciones meteorológicas favorables. La cuerna del ciervo puede llegar a suponer el 28 % del peso del esqueleto en un ciervo adulto, si bien, en el caso del corzo, la media apenas alcanza el 5 % de este.

Hacíamos antes referencia a las fases de crecimiento y mineralización, puesto que son en estas donde el corzo consume y moviliza las proteínas y minerales que formarán la cuerna, y que podrán, a posteriori, servir como bioindicadores de la salud de los sistemas. Tras la formación del blastema –población de células indiferenciadas que surgen tras la pérdida de una extremidad o estructura y que impulsa su regeneración, en los pedúnculos cornuales–, un tejido conjuntivo cartilaginoso, constituido por proteínas, dará paso a la formación de una estructura ósea esponjosa.

Con el aporte de calcio proveniente, fundamentalmente, de la movilización tisular desde los propios huesos que, junto con otros minerales –como fósforo, potasio flúor o cloro– y otros metales pesados –como el cadmio, el selenio, el plomo o el mercurio– mineralizarán la estructura, se dotará a las cuernas de la fuerza y las características biomecánicas propias de éstas, como la fragilidad o la porosidad.

La importancia del gasto metabólico

«La presencia de cuernas con un crecimiento tan rápido implica un gasto metabólico y energético muy importante en el desarrollo de la estrategia vital del corzo, además que, en el momento de completar su desarrollo, forma un depósito de la acumulación de minerales irreversible, que pierde todos los años. Este fenómeno implica movilizaciones importantes de diferentes minerales que tienen que ser ingeridos a través del alimento o del agua y un coste extraordinario que en el desarrollo evolutivo ha tenido que compensar su formación. La composición mineral diferenciada de las cuernas de los cérvidos puede reflejar carencias nutricionales», (Estévez et al., 2009).

La composición de la cuerna de los cérvidos varía no solamente por la disponibilidad, sino también por su edad, pues las necesidades de determinados elementos, como el hierro, potasio y zinc son más abundantes en las puntas que en las bases de los ejemplares jóvenes. Cabe destacar que el estudio de los minerales de la cuerna son un indicador, no solo de la salud del territorio, sino la de los propios individuos, «La composición mineral diferenciada de las cuernas de los cérvidos puede reflejar carencias nutricionales», (Estévez et al., 2009).

Por todo lo anterior, podemos concluir que la formación y composición de la cuerna del corzo (44% orgánica, 56% inorgánica), la variabilidad en su composición respecto a su edad, la plasticidad de su alimentación, así como la disponibilidad anual de desmogues para estudiar los cambios producidos en un determinado entorno en espacio y tiempo con una disponibilidad larga en el tiempo, hacen de la especie un bioindicador óptimo, no solo para estudiar los efectos tóxicos o acumulaciones indeseadas en el entorno, sino como una herramienta indispensable para introducir las mejoras necesarias en los sistemas que habitan, procurando así las mejoras de la calidad de sus poblaciones y trofeos, incluso de otras especies animales y vegetales con las que comparten hábitat.

Y, pese a no haber podido calzarme los zapatos de Sherlock Holmes, espero haber dejado en el lector la lógica que emana de un Estudio en escarlata.

Laureano De Las Cuevas.

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