Desde que comenzamos a tener uso de razón, hemos conocido el corzo como ese animal mágico que, antes de asomadas tímidas en marzo y ladridos primaverales, se nos lleva los perros de ruta en invierno.
Para nosotros, el corzo ha sido un silvestre cotidiano; en los paseos en coche cuando todavía cazábamos con nuestras escopetas de juguete, raro era no localizar alguno al que admirar. Pero no siempre ha habido esa suerte por estos lares, donde el corzo apareció hace poco, relativamente.
Poniendo atención a las historietas que nos cuentan nuestros padres y abuelos, por Castilla y León, en los pueblos burgaleses de la Sierra de la Demanda, la cuna del corzo, era ya habitual cazarlos en batida y rececho.
Pero en lo que nos toca, en el Pirineo aragonés, los primeros ejemplares vistos por estos lugares tienen alrededor de treinta años de antigüedad, sobre la década de los noventa. La gente autóctona maneja varias teorías sobre su aparición: si pasaron del país galo, directamente por los Pirineos; por la zona de Ansó, la cual es la más cercana a la Comunidad Foral de Navarra, o teniendo dudas sobre si hubo alguna reintroducción que desconocemos.
Acostumbrados a ver los primeros ciervos que se introdujeron, los cazadores lugareños los denominaban “ciervachos”, dado que en forma y tamaño tenían alguna similitud con las pocas gabatas que habían visto.
De aquellos años se desconocen la mayoría de los datos, dado que, al ser un animal que no se había visto prácticamente por aquí, su caza no estaba controlada ni se reflejaban sus capturas en ningún documento como ahora, por suerte, se hace.
Es obvio que en la actualidad el corzo ha supuesto un cambio tremendo a la hora de cazar. En muchos cotos se ha abandonado la idea de darle caza, porque sí, a la vez que ha cambiado también la mentalidad de la gran mayoría de los cazadores. Tiene cierta culpa también el avance de la sociedad hacia un modelo urbanita, en el que el mundo rural ha pasado a segundo plano y, con él, la caza.
Por todos es conocido que, a día de hoy, la caza se considera una actividad ancestral y prehistórica, y es con esta visión con la que los cazadores trabajamos e intentamos acercar la verdadera esencia de la caza hasta el más recóndito lugar.
Cada vez que un cazador sale al monte, lo hace por pura afición y porque tiene un cierto sentimiento de deber con la naturaleza, y es entonces cuando se demuestra el vínculo que tenemos con el monte y el campo.
Al igual que ocurre con el jabalí, la población de corzo debe ser controlada y gestionada de manera ética y efectiva, cosa que todavía no está del todo implantada en lo que nos atañe. Afortunadamente, ya no se busca la carne como antaño, donde parte de la economía se salvaba con esta actividad. En la actualidad, también comemos lo que cazamos, pero de una forma mucho más selectiva y social; terminamos el rececho del corzo cuando compartimos con familia y amigos esa apreciada carne que tantos quebraderos de cabeza y palizas nos ha dado, y esto es algo que debemos valorar y compartir.
El cazador de ahora selecciona y elige, bajo buen criterio, qué ejemplares son los apropiados para darles caza, cuáles tienen todavía camino por recorrer y cuáles dejarán buena raza.
Hablando de forma más cercana, abril y mayo son los dos meses en los que, en la medida de lo posible, se tiene que culminar el rececho o dejarlo todo muy bien atado para el celo. Llega el momento en el que el monte comienza a tomar vida habiendo casi salvado la época primaveral, donde todavía son frecuentes las heladas y algunas nieves. Ya sea en hayedos, cajicares o pinares, el suelo vuelve a brotar en la temporada en la que comienza a imponerse el sol.
Ya no es tan frecuente verlos comer en fajas o campos abrigados por el monte, como al principio de la primavera, sino que prefieren degustar los pequeños brotes de hierba que salen entre sombra y sombra en los palancares. Aunque siempre hay algún jovenzuelo atrevido, los machos a seleccionar saben más que los ratones colorados, y más en estos parajes donde saben que las escarpadas y tupidas laderas les proporcionan un cobijo y una defensa únicos.
Todo cazador que haya visitado o cazado por estas tierras sabe lo difícil que resulta apresar un corzo en este tiempo; tiempo que aprovechamos para valorar lugares en los que el celo puede dar sus frutos.
Es momento de preparar nuestras esperas y reclamos, y augurar que el corzo deseado dé la cara en la época de color canela, buscando los sitios más querenciosos en los que sepamos que ellos se encuentran acomodados, pero sin alterar sus dominios.
Una buena gestión y la puesta en marcha de buenas prácticas cinegéticas harán de la caza una actividad querida. Estamos convencidos.
Big Hunters Spain